Socios sí, sumisos no

Desde la elección hemos sabido muy poco del presidente electo. Él ha evadido a la prensa, no ha dado declaraciones, y las únicas veces que ha aparecido en público o en los periódicos ha sido con funcionarios de Estados Unidos. En esas ocasiones, él ha manifestado, o han manifestado otros por él, su total apoyo a las políticas de Estados Unidos. Los titulares de los diarios abundan en exaltar “una mejora de relaciones con Estados Unidos”; abundan las delegaciones y contactos de ese país en estos días. Parecería que la política exterior del nuevo gobierno será una de sumisión hacia los Estados Unidos, de aceptación de su tutelaje. Ello no es bueno, presidente electo; no es bueno para su gobierno y no es bueno para El Salvador.

Estados Unidos es nuestro socio principal, un socio comercial con el que debemos tener un trato preferencial. La mayoría de nuestras importaciones y exportaciones son de y para ese país; casi una tercera parte de nuestros ciudadanos vive allá, sus remesas son nuestra principal fuente de divisas. Estados Unidos es también un socio cultural clave. Nuestra cultura está fuertemente, demasiado quizás, influida por la norteamericana. Hemos compartido con ellos luchas sumamente importantes como son la guerra contra el narcotráfico y la lucha por la democracia. Políticamente, su influencia sobre nuestro país ha sido decisiva. Por todo ello, Estados Unidos debe seguir siendo nuestro principal aliado y un socio comercial clave. Las relaciones de cualquier gobierno salvadoreño con los Estados Unidos deben ser muy importantes y amistosas.

Pero todo ello no justifica una política de sumisión, no justifica la pérdida de nuestra autonomía, no justifica ignorar a todos los otros países —los que nos han dado mucho y con los que también debemos relacionarnos. No se justifica que ningún gobierno salvadoreño tome decisiones y medidas solo porque son del interés de los Estados Unidos; lo que debe prevalecer en nuestras relaciones externas son los intereses de El Salvador.

Existe una tradición de sumisión y tutelaje hacia Estados Unidos por parte de nuestros gobiernos. Los gobiernos anteriores del FMLN comenzaron a quebrar esa tradición, manteniendo siempre una muy buena relación con los Estados Unidos. Hechos relevantes en ese cambio de rumbo fueron la apertura de relaciones con Cuba y China, y las posiciones y votación —no siempre acertada— en foros internacionales. Pero en la gran mayoría de casos, nuestro apoyo fue para políticas internacionales que los Estados Unidos apoyaban. Seguimos siendo socios incondicionales en la lucha contra el narcotráfico, seguimos estableciendo y manteniendo acuerdos y tratados con ellos.

Estados Unidos nos ha pagado mal algunas veces, en especial en algunas políticas que son muy importantes para los salvadoreños: el TPS y la política hacia los migrantes. Hemos recibido insultos como llamarnos “países de mierda”, calificar a nuestros migrantes de criminales o seguirnos considerando “su patio trasero”. Ello no es aceptable.

Debemos ser socios de Estados Unidos, pero no podemos ser sumisos ante ellos, no podemos perder nuestra autonomía. Como país pequeño que somos, es de nuestro interés mantener nuestra independencia; ello nos da mayor poder de negociación y nos permite la autodeterminación, lo que no podríamos lograr al seguir en la tutela de Estados Unidos. Nuestra cultura se ve beneficiada por las culturas de otras naciones, nuestros intereses comerciales son más sólidos en la diversidad.

Algunos ejemplos de lo anterior: las relaciones con China nos abren las puertas a ese mercado, a sus empresas, a sus productos; pero, sobre todo, si lo hacemos bien, podríamos exportar a China. Con una pequeñísima parte de algún mercado chino al cual exportar, o de algún mercado especializado chino, nuestro país se podría beneficiar sustancialmente. Para ello necesitamos conocer ese mercado, necesitamos tener presencia allá, necesitamos las relaciones con China. La gran mayoría de los países del mundo ya tienen esa relación, los Estados Unidos ya tienen esa relación. El gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén absorbió los costos de abrir esas relaciones. No es lógico para el nuevo gobierno romperlas solo porque lo desea Estados Unidos.

El drama de nuestros migrantes es otro buen ejemplo. Estados Unidos ha prometido mucho y entregado poco en esta área, ejemplo de ello es la Alianza para la Prosperidad de la cual hemos oído mucho pero visto muy poco. Es más, en los asuntos claves en este tema, Estados Unidos nos ha pagado mal. Todas las delegaciones y funcionaros del gobierno de Estados Unidos nos piden ayudarles a controlar la migración hacia el norte. Nosotros debemos colaborar, como se ha hecho hasta ahora, en las campañas para que los potenciales migrantes entiendan los peligros y costos de esa aventura. Pero no podemos perder la autonomía y limitar la libre circulación de nuestros ciudadanos, lo cual además seria inconstitucional. Nosotros debemos continuar la lucha contra la violencia para no expulsar ciudadanos, debemos mantener en la mesa de dialogo con los Estados Unidos el tema del TPS y el trato de los migrantes y —especialmente— debemos insistir en que es el desarrollo lo que parará la migración, no el muro. La política del nuevo gobierno de México en este tema abre una puerta para un mejor enfoque al mismo y una relación diferente con Estados Unidos en esa área.

Esperemos que el nuevo gobierno y su equipo responsable de nuestras relaciones exteriores entiendan la importancia y la conveniencia para nuestro país de tener una relación cercana con los Estados Unidos, pero una basada en el respeto mutuo, en la autodeterminación de los pueblos y en los intereses mutuos, que son muchos.

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