No le tema al periodismo, presidente

La política comunicacional de Nayib Bukele, presidente electo, es la misma que utilizó Nayib Bukele, el candidato. Es una fórmula simple: evitar en entrevistas o debates públicos preguntas que no sabe cómo contestar o cuyas respuestas podrían ponerlo en aprietos, y privilegiar la comunicación unidireccional, a través de su cuenta de Twitter, para desviar la atención hacia soliloquios retóricos cuyos fines son, al final, ensalzar su persona política o intentar deslegitimar a quien lo cuestiona, sea este un periodista, un adversario político o un ciudadano.

La fórmula de Nayib Bukele, presidente electo, se parece mucho a la de otros que, como él, la usaron desde que eran candidatos. Nombres como Donald Trump, Nicolás Maduro, Jimmy Morales o Vladimir Putin vienen a la mente.

Uno de los ingredientes más comunes en esta fórmula, la de calificar a la prensa crítica como una institución social al servicio de intereses espurios y no del bien común, es tan viejo como el fascismo, el estalinismo, el maoísmo, el trumpismo y todos los que vinieron antes. Y está, ese ingrediente, basado en una falacia: el único interés auténtico es el mío, el del que gobierna, porque en mí reside el interés del pueblo. Del pueblo, ese término que izquierdas, centros y quienes nacieron de ellas pero ya no lo son, han banalizado tanto.

Nayib Bukele, presidente electo, acudió a esta última parte de la fórmula el pasado 20 de abril, cuando en una seguidilla de cuatro tuits ironizó sobre estas cosas:

  • Que en El Salvador no hay medios independientes.
  • Que en El Salvador todos los medios tienen patrocinadores a cuyas agendas deben someterse.
  • Que el periodismo imparcial no existe, y
  • Que también hay “blogueros, tuiteros y youtubers afines a nosotros”.

En Factum nos parece importante comentar estas afirmaciones de Nayib Bukele, porque creemos que ellas solo le sirven para seguir alimentando su particular guion político y comunicacional, el que le permite no responder a preguntas sobre él, su entorno, y sus primeras acciones políticas como presidente electo, cuyas respuestas consideramos esenciales para el futuro inmediato del país. Más adelante, en este editorial, recordaremos esas preguntas.

Estos son nuestros comentarios.

  • En El Salvador sí hay medios y periodistas independientes. Desde 1992, cuando se firmaron los Acuerdos de Paz en el país, surgió la primera generación de periodistas que, desde las redacciones de los grandes medios tradicionales, llevaron adelante investigaciones que cuestionaron al poder político, desenmascararon la penetración del crimen organizado en el Estado nacional y, entre otras cosas, fueron pioneros en la creación de unidades de investigación periodística y estadística sin precedentes en el país. De estos espacios surgieron textos y reportajes televisivos que ya a principios de 2000 hablaban de la corrupción en los gobiernos de Alfredo Cristiani, Armando Calderón Sol y Francisco Flores o desvelaban la cultura de impunidad en la Policía Nacional Civil con la exposición de casos como los asesinatos de Adriano Vilanova Velver, Katya Miranda o Ramón Mauricio García Prieto. En todos estos casos, el periodismo salvadoreño, la mayor parte de las veces sin saberlo, se hizo eco de la máxima de George Orwell, escritor y periodista británico: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas.” Hacer eso entre 1994 y 2000 no fue fácil. Para nada. Implicaba dar la pelea interna en medios que aún dudaban de su nuevo rol en El Salvador y, para los reporteros y editores, exponerse a los grandes poderes del país.
  • El modelo fundacional, y aún privilegiado, en el financiamiento de los medios de comunicación tradicionales en El Salvador -los grandes periódicos, la mayor parte de canales de televisión y la mayoría de las radios- es la publicidad. El modelo draconiano que existe en el país, en el que las comisiones que se llevan las agencias de publicidad alcanzan hasta el 25% del precio del anuncio, ha resultado mortal para la salud financiera de estas empresas, que no paran de despedir reporteros, editores, diseñadores, fotógrafos, vendedores, desde mediados de la década pasada. (Nayib Bukele conoce bien este modelo: uno de los principales negocios de su familia ha sido, de hecho, la publicidad). Es cierto: los intereses políticos y económicos de los anunciantes más importantes de esos medios han influido en gran medida en sus agendas noticias y posturas editoriales.
  • En 1998, cuando el periodista Carlos Dada y el empresario Jorge Simán fundaron El Faro, primer medio digital nativo de América Latina, el modelo de financiamiento cambió. Durante los primeros años, fundadores y un puñado de periodistas trabajaron sin paga; luego, y hasta la fecha, el periódico vive sobre todo gracias a donaciones de organizaciones internacionales sin fines de lucro que aportan dinero a empresas periodísticas en el mundo entero. El Faro se convirtió, en sus dos décadas, en referente de buen periodismo, de buen periodismo independiente, según lo han reconocido casi todas las instancias que evalúan y observan la actividad periodística desde Estados Unidos, Europa y América Latina.
  • En 2014 fundamos Factum. También trabajamos durante unos meses sin cobrar salarios. Durante cinco años nos hemos financiado, igual que El Faro y otros referentes regionales como Plaza Pública en Guatemala o El Confidencial en Nicaragua, con fondos de organismos internacionales. Ninguno de ellos nos ha “sometido” alguna vez a sus agendas políticas. Desde que Factum nació, delincuentes condenados, empresarios o políticos acusados de gran corrupción, narcotraficantes e incluso excolegas corruptos, como el expresidente Mauricio Funes o el empresario Enrique Rais, por ejemplo, han intentado acusarnos de recibir financiamiento de empresarios salvadoreños. Todos ellos tienen cosas en común: son acusados de cometer delitos, nunca han podido probar sus acusaciones y, como el presidente electo, suelen acudir al recurso retórico de hablar de los medios y periodistas que los señalan para intentar desentenderse de los descubrimientos periodísticos que los implican en delitos e irregularidades.
  • En estos medios digitales nativos de El Salvador hemos hablado de los poderes militares, económicos y políticos implicados en los crímenes de la guerra civil, de los operadores políticos que se lucraron de la corrupción política durante la posguerra, de los grupos de narcotráfico nacidos al amparo de la connivencia estatal, de los escuadrones de la muerte incrustados en la Policía y el Ejército, de la criminalidad incrustada en la Fiscalía General de la República, en la Corte Suprema de Justicia, en la Asamblea Legislativa. Y hemos puesto en el debate público señalamientos a los discursos y acciones de los partidos y candidatos contendientes en la presidencial que ganó Nayib Bukele. Todos, en público o en privado, nos acusaron de no ser independientes. No se puede hacer este tipo de descubrimientos en dependencia del poder.
  • Concordamos con el ensayista estadounidense Michael Schudson, quien en un artículo publicado la más reciente edición de la revista especializada Columbia Journalism Review, dice: “Es un buen momento para que los periodistas reconozcan que escriben desde un conjunto de valores, no simplemente por un esfuerzo desinteresado de encontrar la verdad”; y con los valores que el autor propone como norte para el periodismo: “Los periodistas deben buscar la verdad -no creerse propietarios de ella-; hacer que el gobierno sea escrutado públicamente; y entender que los gobernantes, elegidos o nombrados, son servidores públicos que no deberían estar en el poder para llenar sus bolsillos”. El periodismo imparcial es, en efecto, un bien social utópico, pero el periodismo como oficio no lo es. Es cierto que la arrogancia y corrupción de muchos periodistas, salvadoreños incluidos, ha desmeritado el oficio y lo ha llevado a cloacas profundas. Pero eso no significa que no haya, en el país, medios y periodistas comprometidos con los valores que Schudson propone.
  • La última afirmación del presidente electo, la que se refiere a quienes comunican con afinidad hacia él, nos permite, primero, diferenciar: los blogueros, tuiteros o youtubers que alaban todo lo que dice Bukele no son periodistas; son ciudadanos que, como cualquiera con acceso a internet, pueden exponer sus querencias y fobias sin necesidad de comprobar la veracidad de los hechos en los que las sustentan. Son eso: personas afines al presidente electo que exponen su punto de vista. Ninguno de ellos es periodista, y si hay alguno que se autonombra así, pues no califica como periodista independiente del poder que rodea a Nayib Bukele. El presidente electo no habló, en este apartado, de los “medios” que le son afines -los entrecomillamos porque la mayoría se autodenomina así-, que los hay, varios, pero tampoco son instituciones periodísticas, son solo plataformas web con apariencia noticiosa, de las que no se conoce formas de financiamiento, dirección postal, nombre de su equipo editorial, de sus escritores, de su personal.
  • No dar claridad acerca de qué medios son los que al presidente electo le parece que tienen poca autocrítica consigue que el capital que ha acumulado gracias al populismo sea utilizado en contra de un oficio que garantiza la democracia en el país. Eso representa un gran riesgo. En el pasado Nayib Bukele ha utilizado sus redes sociales para lanzar amenazas –incluso hasta con límite de tiempo– para que funcionarios respondan a sus instrucciones. Es un asunto de gravedad que los periodistas se vean obligados a asumir que el presidente electo les identifica como un obstáculo para sus intereses y, por lo tanto, procede a orientar la presión que genera su arrastre popular para ubicar al oficio como un adversario y así desgastarlo. Catalogar de «carentes de autocrítica y objetividad» a medios no identificados con claridad es repartir una etiqueta de soberbia a la práctica periodística. Y a nadie le gusta un soberbio. De nuevo, es un artilugio para debilitar a quienes sean un obstáculo a través de su mayor activo: el populismo.

Hay otra frase de Orwell que viene bien en toda esta discusión, una que se refiere al lenguaje político -no al periodístico- y que habla de esa retórica que tanto gusta al presidente electo:

“El lenguaje político -y, con variaciones, esto es verdad para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas- está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento”.

Al final, para cerrar el argumento, volvemos a la idea inicial. Los tuits sobre el periodismo salvadoreño, como antes los dedicados al asunto de la toma de posesión, a la foto de un Ferrari o los cómics, son parte de ese guion que ha permitido a Nayib Bukele llegar a la antesala de su juramentación como presidente constitucional de la república sin atender en público las cuestiones que, desde ya, requieren aclaración, sobre él, sobre sus colaboradores y sobre su inminente mandato.

No es casual, entonces, que la última seguidilla de tuits ocurriera a poco de que el colega Carlos Martínez, de El Faro, publicó en El País de España una columna en la que escribió que el presidente electo “ha desarrollado una política de gestos, pero no ha revelado qué acciones tomará frente a los problemas del país”. Y poco después de que varios medios destacamos que entre las personas que colaboran o acompañan a Bukele están un colaborador cercano del expresidente Antonio Saca, condenado por corrupción, y la mano derecha de José Luis Merino, el comandante del FMLN que gestó todo el aparato de captación de dinero proveniente del petróleo venezolano. No es poca cosa que el hombre que ganó la presidencia con el slogan de que él no era como “los mismos de siempre” se deje fotografiar con los mismos de siempre.

De todo eso, escondido entre andanadas de tuits, blogueros y medios afines, sigue sin hablar el presidente electo. Tampoco ha contestado preguntas sobre esto:

  • Su relación actual con GANA y con Herbert Saca, el operador político de Antonio Saca y Mauricio Funes que aún es hombre influyente en el partido con el que Bukele compitió por la presidencia.
  • Los contratos irregulares realizados en la alcaldía de San Salvador, cuando él era alcalde, para beneficiar a personas que terminaron involucrados en su campaña presidencial.
  • Las implicaciones que pueden desprenderse de su relación con Erick Vega, quien además de colaborador de Merino, ha sido cercano a Enrique Rais, el empresario acusado de corrupción y prófugo de la justicia a una de cuyas empresas la alcaldía liderada por Bukele renovó un contrato.
  • Los mecanismos de la transición. ¿Quiénes son sus colaboradores en este apartado? ¿Hay mesas por tema/sector? ¿Cuál es el perfil de los candidatos? Incluso Francisco Flores, uno de los presidentes menos transparentes que ha tenido el país, fue más abierto que Bukele en este tema.

Desde Factum volvemos a extender la petición de entrevista que hicimos a Nayib Bukele cuando era candidato presidencial, y a la cual nunca dio respuesta oficial. Le ofrecemos que haremos esa entrevista con total independencia del poder, sobre todo del suyo. Eso es el periodismo: “publicar lo que alguien no quiere que publiques”. Para lo demás están los tuiteros, blogueros, youtubers y medios afines.

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