“Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema”

Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema” escribió el famoso novelista irlandés James Joyce en su obra “Ulises”. La frase parece relevante para los tiempos por los que atravesamos en El Salvador. A poco menos de año y medio antes del próximo evento electoral pronto estaremos inmersos, de nuevo, en un atolladero de propaganda electoral en su mayoría carente de valor sustantivo.

Con ARENA que salió bastante ilesa de su proceso interno y el FMLN sin encontrar su rumbo debido a la crisis financiera, económica y de seguridad por la que atraviesa el país, los ciudadanos nos quedamos sedientos de encontrar una interlocución clara, sin demagogia de parte de partidos con referentes debilitados. Todos, incluidos muchos dentro del sector empresarial, sindical y sociedad civil patinan sobre las mismas propuestas y soluciones. La voluntad política no pasa de la punta de la lengua. Mientras, los países vecinos conservan tasas de crecimiento económico que superan las nuestras. Seguimos pensando que basta encontrar parches para tapar hoyos, que como país tendremos futuro pensando acorde a tiempos coloniales.

El Salvador es un país distinto, el mundo ha cambiado. Sin embargo, resulta que en ocasiones se siente como que los liderazgos más emblemáticos de todos los sectores viven atrapados en una cápsula del tiempo, alejados en sus discursos y narrativa de un electorado infinitamente más complejo e informado.

La polarización permanece como “el tema” más corrosivo para la prosperidad de un país con posibilidades para salir adelante. La polarización y sus fieles interlocutores han cometido un error garrafal que tardaremos décadas en corregir: han despojado al país de esperanza. Un país con el alma quebrada es un país con necesidad de terapia intensiva y urgente.

Para salir de esta crisis de confianza es importante restablecer la esperanza. Y la esperanza se construye, no se decreta. Se construye con resultados en crecimiento económico, reducción de pobreza, incrementos en acceso a servicios públicos, eficiencia del aparato estatal, seguridad, educación y salud. Más importante aún: se construye promoviendo un discurso incluyente, esperanzador, hablando con la verdad, tendiendo puentes, viviendo con el ejemplo, cultivando y fomentando valores, aceptando y celebrando la diversidad que sirve de casa para los más de 5 millones de conciudadanos. La esperanza se construye reiterándole a cada uno de los salvadoreños que nuestro único partido debe ser El Salvador. La viabilidad del país está en juego.

Habiendo vivido algunos años de la guerra con lucidez de adolescente y posteriormente presenciado el ejercicio de diálogo, negociación, consenso y reconciliación por el que pasamos como país me rehúso aceptar que ahora nos resulta imposible ponernos de acuerdo. Me resisto a validar a quienes arguyen que todos los liderazgos políticos del país viven atrincherados, que todos los empresarios son explotadores, que todos los sindicalistas son comunistas y que todos los jóvenes son apolíticos. El reto es identificar a jóvenes, mujeres y adultos en cada una de las fuerzas vivas del país para construir esos puentes que torpemente dejamos que otros tumbaran. Volviendo a la frase de James Joyce: cambiemos de tema, cambiemos de mentalidad, rechacemos la polarización. Somos más los buenos. Somos más los bien intencionados. Somos más los que amamos a El Salvador.

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