Ya aburre hacerles barra a otras selecciones

Tenía apenas nueve años y recuerdo que vi a Maradona arropado con la albiceleste jugando en la televisión. Él en México. Yo en El Salvador. 1986. Vi todos los partidos de Argentina: contra Corea del Sur, contra Italia, contra Bulgaria, contra Uruguay, Inglaterra, Bélgica, Alemania… 

Vi al Diego y a su Argentina levantar la Copa del Mundo. Era la primera vez que veía un mundial con uso de razón. O al menos con capacidad de memoria. Y desde entonces me simpatizó la selección de fútbol de los pibes.

Nací muy tarde. El mundial de España fue en 1982 y yo tenía apenas cinco años en ese entonces. No puedo recordar más nada que la serie de Naranjito -la mascota de ese mundial- que me gustaba ver por la tele. Más nada. Y lo lamento porque fue la última vez que El Salvador participó en un mundial de fútbol. 

La del 82 fue la selección salvadoreña -de las dos que participaron en mundiales- que más resonancia ha tenido en estas últimas generaciones. Y no solo positiva. Esta selección fue la que salió reventada contra Hungría con el hasta hoy insuperable marcador de 10-1 (Alemania, ¡auxilio!).

Aun así, con esos antecedentes para la vergüenza eterna, yo quisiera haber visto a la selección de El Salvador en ese México 86, o en Italia 90, o cuando más cerca se sintió que íbamos a ir por tercera vez al mundial, en Estados Unidos 94. No me hubiera importado ver que nos ganaran, que la Selecta fuera un chiste frente a selecciones mejor preparadas. Desde los ojos de un enamorado del fútbol supongo que debe de ser un gran orgullo ver a los jugadores de tu país en un partido del mundial.

Si es emocionante ver las etapas clasificatorias y un país es capaz de entrar en fiesta porque va a un mundial, no me puedo imaginar cómo ha de ser que millones de personas sepan que El Salvador existe no solo porque es un país donde a todos nos gusta matarnos o que es un lugar donde anida un poder económico que lo termina corrompiendo todo. Se ha de sentir una especie rara de felicidad ver a tus once paisanos jugar en el concierto mundial del fútbol.

Pero desde mi niñez el fútbol de mi país me condenó a no verlo nunca en un mundial. Me sentenció a tener que seguir hablando de jugadores de fuera de El Salvador, como desde aquel 86 con Maradona. A tener que encariñarme con los recuerdos de mi niñez y crear en mi mente un argumento suficiente para decir que le voy a la selección de Argentina. Porque me simpatiza. Pero ¿saben qué es lo triste de todo esto?, también porque la mía no existe o no sirve. Porque es miserable.

Yo a la selección salvadoreña de fútbol la conozco solamente como una candidata para clasificar al mundial. Pero con los años esa candidatura más parece un trámite que cumplir solo porque estamos afiliados a FIFA y hay que jugar. Si alguna vez existió mística y talento en la selección, esas cosas dejaron de existir hace bastante. Y la liga local es un fiel reflejo de esa nada que es el fútbol salvadoreño. Equipos que luchan entre ser malos y mediocres, que no pagan a tiempo a sus jugadores pero que cobran caras las entradas a partidos de bajísimo nivel. Que juegan, en su lodo, a ver quién hace más taquilla en la temporada, como si con eso se dieran baños de pureza después de los pobres espectáculos futbolísticos.

El fútbol salvadoreño no solo está corrompido desde los escritorios de los federativos y de las gerencias de los equipos de la liga. Pasa que no hay jugadores profesionales. No hay atletas. No hay cracks -hasta donde se pueda estirar este adjetivo en el caso salvadoreño- que lideren un grupo de futbolistas hambrientos por ganar y ser mejores e ir a torneos e ir al mundial.

Y las causas son diversas. Entre marzo y abril del 2017, en Revista Factum publicamos el especial de Fútbol Miseria. Tratamos de hacer una radiografía al fútbol salvadoreño de primera y segunda división. Constatamos cómo cada área de este deporte, en este país, o es corrupta o es precaria. Y así, ¿cómo se puede pretender pensar en que una selección salvadoreña vaya nuevamente a un mundial?

En El Salvador no va quedando de otra que resignarse. Que cada cuatro años hay que sacar del fondo del ropero la albiceleste, la verde amarela, la azurra (esta vez no), la roja o la que sea que haya venido en gana en estos 36 años sin ver a la Selecta en un mundial. Total, a alguien hay que apostarle para sentir un gusto extra al torneo.

Pero, eso sí, aburre un poco tener que irle a una selección que no es la propia. Quizás, algún día, mi tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tataranieto podrá ver a la selección salvadoreña en un mundial. Cosa que, así como van las cosas, no lo va a poder ver su tátara-tátara… dejémoslo en abuelo.