Un policía intenta vencer al Barrio 18 antes de huir

Un agente perdió a su esposa e hija. Sabe quiénes las mataron. Ha recabado pruebas para que se castigue a los culpables. Ha investigado, ha seguido pistas, ha elaborado informes, ha documentado y reconstruido detalles del doble homicidio. Pero nada de eso ha bastado, nadie ha sido procesado por la muerte de su familia, y  él ahora está a punto de largarse. 

Fotos FACTUM/Salvador Meléndez


La principal pista para reconstruir este doble homicidio es un foco encendido. El investigador Montano lo supo de inmediato la madrugada que vio los cadáveres tirados en la pequeña casa en una comunidad empobrecida, al norte de San Salvador. Esa noche de enero, el viento galopaba frío y furioso levantando polvo en los callejones de tierra, y en el cielo limpio la luna brillaba en cuarto menguante.

Cuando Montano llegó a la casa, la madrugada del domingo, una cinta amarilla tapaba la entrada y un grupo de policías e investigadores vestidos de negro inundaban la cuadra.

Solo unas horas antes de aquella escena, en la madrugada del 14 de enero de 2018, Montano había recibido una llamada de sus colegas intentando alertarlo.

— Te llamo para informarte de un doble homicidio —le dijo el oficial de turno.

— Ya sé. Ya no me contés nada. Mataron a mi esposa y a mi hija —respondió Montano.

El agente Montano no se apellida así. Su nombre verdadero estará oculto tras este apellido para proteger su identidad. Porque no solo teme que, tras contar su historia, puedan venir represalias de la facción “Revolucionarios” del Barrio 18, la que, según sus averiguaciones, mató a su esposa y a su hija el año pasado. También teme a la misma Policía, la institución a la que le ha servido durante los últimos 24 años, y en la que ya no confía más.

Cuando accedió a compartir su historia, Montano ya había decidido huir de El Salvador. Solicitó asilo en un país lejano por medio de un programa humanitario que ayuda a víctimas que huyen de la violencia. El agente está pasando por la situación que ya han pasado decenas de policías antes, y por la que muy probablemente pasarán muchos más después de esta publicación. Una nota de La Prensa Gráfica reveló que solo en 2018 renunciaron 547 agentes, la cifra más alta de deserciones en la historia de la Policía.

Montano forma parte de la cadena de policías que huyen de las pandillas. Pero antes de irse, quiere dejarlo todo en una última batalla contra la desesperanza, contra la impunidad, contra las pandillas. Ha pasado un año reconstruyendo paso a paso los asesinatos de su esposa y de su hija. Ha investigado, recabado pistas, elaborado informes, ha documentado y reconstruido detalles del doble homicidio y ha ayudado al investigador que lleva su caso a identificar quiénes conspiraron para matar a su familia.  Pero a pesar de todo, el caso se mueve lento. Muy lento.

A más de un año del doble asesinato, Montano está lejos de obtener justicia y cada vez más cerca de abandonar el país. Ningún sospechoso ha sido capturado por aquellas muertes. Ahora este agente busca asilo en otro país con una consigna que repite como mantra: “Si yo no pude proteger a mi propia familia, ¿cómo voy a proteger a la gente particular?”

Aquella madrugada, al llegar a su casa y ver los cuerpos tirados, el frío en el aire le caló en los huesos, según recuerda. El cadáver de su esposa estaba en el piso de la sala, a unos pasos de la puerta principal, y el de su hija yacía en la cama. Cerca de los cuerpos había varios casquillos y en una pequeña mesa de noche, una biblia abierta con una mantilla blanca al lado.

El investigador que recolectaba pruebas en la escena se acercó a Montano para intentar reconfortarlo, pero el agente apenas pudo escuchar las palabras de su compañero. Miraba a todos lados, buscando detalles que le dijeran algo, que le hablaran: la posición en que habían quedado los cuerpos, la posición de las cosas, las manchas de sangre. Buscaba pistas. Y rápido empezó a dar con ellas. Dos fueron clave para él.

La puerta de la entrada no había sido forzada y el foco que daba a la calle estaba encendido. Entonces Montano tuvo un momento de claridad, ató cabos y pudo pronunciar algunas palabras.

—El vecino. El vecino de enfrente. Él es el primero al que hay que agarrar.

Después de aquella frase de Montano, un grupo de policías armó equipo y, apuntando con sus armas, rodeó la casa del vecino. Tocaron la puerta y de la casa salió una mujer. Los agentes le dijeron que buscaban a su esposo, pero ella les respondió que él había salido del país ese mismo día en su tráiler en un viaje hacia Panamá.

Una escena de homicidio, según Montano, se mueve lento. Después de un asesinato cometido por pandillas en una comunidad, hablar con testigos es un procedimiento quirúrgico. Delicado. Hacerlo sin tacto puede solo provocar más muertes o cerrar toda posibilidad de obtener información. O las dos cosas a la vez. Por eso, aquella noche los investigadores trabajaron despacio. Los vecinos no querían hablar.

El investigador del caso continuó buscando y recolectando pruebas aquella madrugada, mientras un doctor de Medicina Legal, acompañado por un técnico, levantó los cuerpos de la esposa y la hija de Montano, de 43 y 11 años. El investigador pidió al agente que le diera el aparato telefónico de su esposa para ver si podían encontrar alguna pista, alguna llamada o mensaje que les ayudara a entender mejor lo que había ocurrido aquella noche. Montano buscó el teléfono en su casa y no lo encontró. Sacó el suyo y marcó varias veces al número de su esposa para escuchar si sonaba en algún lado. El teléfono sonó y sonó hasta que alguien contestó la llamada.

La voz en la bocina del teléfono era la de un hombre.

— ¿Quién sos? —preguntó Montano.

— ¿Por qué preguntás? Y no ya te diste cuenta, pues. Ellas iban a ser las primeras. Después vas a enterrar a tus otros dos hijos y después te van a enterrar a vos.

— ¿Y qué te he hecho yo?

— Vos ya sabés. Sos policía.

— Sí, soy policía, pero ¿qué te he hecho?

— A los juras (policías) los vamos a matar — recuerda Montano que sentenció la voz antes de colgar.

Aquel intercambio de palabras le dejó todavía más claro lo que había pasado. El asesinato de su esposa y de su hija era un ataque de parte de la facción Revolucionarios del Barrio 18, un ataque que él ya veía venir desde hacía mucho, dos muertes que se pudieron evitar si tan solo la institución para la que trabajaba lo hubiera escuchado.

Después de aquella llamada, Montano estaba todavía más convencido de su hipótesis y pidió que capturaran a la esposa de su vecino, pero los agentes le respondieron que no había forma, que no podían capturarla solo porque sí. Debía haber algo de qué acusarla y en ese momento no tenían elementos para hacerlo.

Mientras sacaban los cuerpos de su esposa y de su hija de la casa, el agente recuerda haber mirado fijamente aquel foco de la entrada de su vivienda. Entonces preguntó a sus compañeros si alguno de ellos lo había encendido. La respuesta fue la que esperaba.

— El foco estaba encendido cuando llegamos.

El personaje central de esta historia cuenta los detalles de la noche que su familia fue asesinada por pandilleros del Barrio 18 en algún lugar de El Salvador.
Foto FACTUM/ Gerson Najera.

 

***

A Marta, la esposa del agente Montano, le gustaba cultivar plantas medicinales. Las regaba todos los días y siempre estaba pendiente de ellas. Las podaba, les quitaba la maleza y se aseguraba de que nadie, especialmente su hija menor, se las tocara para jugar. Le gustaba tener de todo tipo: para aliviar el dolor de estómago, dolores musculares, hinchazón, para limpiar heridas y hasta para prevenir alguna que otra enfermedad.

Aunque casi siempre las plantas eran usadas para los suyos, de vez en cuando algún vecino se acercaba a pedirle un puñado de hojas para curar algún mal. Marta las regalaba piadosamente cada vez que podía. Era una de las pocas interacciones que tenía con los vecinos que no eran parte de su familia, recuerda Montano. La mínima convivencia con los vecinos se había vuelto una forma de vivir para esta familia, pues, siendo que el padre del hogar era policía en una comunidad controlada por pandillas, platicar mucho significaba una amenaza.

— Yo le había dado instrucciones claras a mi esposa y a mi hija: no salgan. Si no tienen nada que hacer, no salgan. La puerta no se le abre a nadie. Y si yo no estoy, mucho menos —recuerda el agente—. Aquí las cosas pasan y solo Dios con nosotros. Ya han pasado varias desgracias y como policía sé lo que significa esta situación.

Las desgracias a las que se refería el agente Montano empezaron en el año 2014. Antes de eso, su comunidad era, en sus palabras, “bastante tranquila”. Para aquel año, la presencia del Barrio 18 era muy limitada y con poco control sobre la vida cotidiana de la gente. Esto, según él mismo explica, debido a que en la colonia aún quedaban vestigios de la Mara Salvatrucha 13, la pandilla que había controlado la comunidad en los años anteriores. Sin embargo, la clica o célula instaurada en su comunidad había sido debilitada por varios operativos en la zona que le fueron arrancando soldados a la MS-13.

Montano y su familia habían vivido desde siempre en esa comunidad, por eso, según él, los pandilleros de la MS-13 que quedaban controlando la zona nunca se habían metido con ellos.

— Eran cipotes a los que nosotros habíamos visto crecer. No es que no supieran que yo era policía. ¡Claro que lo sabían! Lo que pasa es que no se metían con nosotros, quizá por respeto, porque los vimos chiquitos y quizá algún día hasta les regalamos comida cuando necesitaron.

Pero a mediados de 2014 las cosas se empezaron a complicar en la comunidad. Un grupo de pandilleros del Barrio 18 logró penetrar la coraza de la MS-13 en aquel bastión suyo, y un día se adentró hasta uno de los pasajes más profundos para matar a un joven pandillero al que apodaban “el Hueso”, quien vivía frente a la casa de Montano y, según explica el policía, era cabecilla.

El asesinato de “el Hueso” agudizó la guerra entre la clica de la MS-13 que controlaba la comunidad y las clicas del Barrio 18 que controlaban los lugares aledaños. Según recuerda Montano, la MS-13 estaba en desventaja en su comunidad, pues estaba rodeada por tres comunidades controladas por el Barrio 18.

— Con la muerte de “el Hueso” ya eran dos a los que mataban. El primero había sido meses antes, pero ese no era líder ni nada. Para entonces ya los pandilleros empezaron a llegar más descaradamente, y se reunían en la casa de ese vecino.

Pocos meses antes de la muerte de “el Hueso”, el hijo de Montano había decidido seguir los pasos de su padre y se inscribió en la academia de policías. Después de haber pasado todos los filtros y las pruebas, fue aceptado y llevaba su proceso con normalidad. Pero no pudo mantener oculto ante la mirada de la pandilla que estaba en proceso de convertirse en policía.

A finales de ese año, Montano tuvo una conversación inesperada con su hijo. “El Hueso” lo había amenazado a muerte.

— Él se había estado ocultando todo ese tiempo para que no supieran que estaba en la academia, hasta que un día, “el Hueso” se le acercó, le pasó los audífonos y le dijo “te hablan”.

La voz al otro lado de la línea provenía, según le dijeron, de un penal del país. Quien hablaba era un líder pandillero que había sido capturado en la comunidad y que aún tenía injerencia sobre la clica. El pandillero le advirtió que si no dejaba de estudiar para policía lo iban a matar a él y a su familia.

Una semana después de aquella llamada, el hijo de Montano le anunció a su padre que abandonaría la academia y el país.

—¡¿Qué! — le dije yo— Él ya había planeado irse del país con una tía y no me había contado nada — dice Montano.

Montano intentó insistir y apoyar a su hijo para que siguiera en la academia. Incluso le ofreció buscarle refugio donde un familiar suyo para que pudiera vivir ahí mientras se preparaba.

— La verdad es que “el Hueso” me llevó un teléfono – recuerda Montano que le dijo su hijo. —Yo no le quería decir porque usted le va a ir a reclamar y nos vamos a meter en problemas. Pero “el Hueso” me pasó un teléfono y me habló otro. Y me han amenazado.

—Ajá… ¿Y “Hueso” te amenazó?

—No. Ahí estuvo queriendo hablarme fuerte, pero él solo conmigo no puede – me dijo.

—Tenés razón — le dije — ya voy a hablar con “Hueso” .

— No. No hable con él. Solo sépalo usted. Yo lo que voy a hacer es que mejor me voy a retirar de la Academia. Y me voy mañana del país.

Después de aquella amenaza, el hijo de Montano partió hacia Estados Unidos de forma ilegal. Apenas cruzó la frontera fue capturado por Migración. Estuvo detenido cuatro meses en  Estados Unidos luchando por un asilo, pero terminó siendo deportado a inicios del 2015. Cuando regresó, “Hueso” ya había sido asesinado y la comunidad se convertía cada vez más en un territorio hostil. Montano se encargó de que su hijo no volviera más a aquella comunidad, y le ayudó a conseguir casa en otro lugar. Sólo quedaron viviendo en la comunidad el agente, su esposa, su hija y otro hijo más.

Tras la muerte del líder de la MS-13, Montano comenzó a recolectar información sobre cómo operaba la clica del Barrio 18 que invadía su comunidad,  sobre quiénes eran sus miembros y de dónde venían.

— Toda esa información yo se la pasé a la subdelegación que está ahí cerca. A ellos los tenía informados. ¿Para qué? Para que el día que a mí me pasara algo, ellos ya sepan por dónde empezar. Y que podían venir a recolectar información y cacharlo, pero nunca hicieron nada — dice Montano.

Al poco tiempo de la muerte de “el Hueso”, los pandilleros del Barrio 18 fueron llegando cada vez con más frecuencia e iban matando uno a uno a los eslabones de la MS-13 en aquella comunidad. Solo en 2015, según registros de Medicina Legal, nueve presuntos pandilleros fueron asesinados en la comunidad de Montano, ocho con arma de fuego y uno por estrangulación. Entre 2016 y 2017 hubo cuatro homicidios más en la misma comunidad.

Los pandilleros de la MS-13 que no murieron, huyeron, recuerda ahora Montano. En menos de un año aquella clica estaba prácticamente desarticulada y la facción Revolucionarios se tomó la comunidad en pocos sustos.

—  Ey, la verdad es que ustedes no quieren hacer nada — les decía yo— Y si así es con un compañero, ¿ustedes creen que la gente les va a creer que ustedes la van a cuidar? Si con un compañero no pueden mostrar solidaridad, qué van a andar yendo a ver cómo le ayudan. ¿Y ustedes qué hacen ahí? Quizá no hacen nada porque se les está dando la información y ustedes no hacen nada.

— Es que mire, nosotros pasamos la información, pero no recibimos la orden — me decían ellos, los compañeros de la subdelegación — Pues sí, pero decile a ese tu jefe que ya le metieron cuatro muertos aquí. Yo les insistía. Sí, me decían, nosotros no sabemos qué hacer.

La casa del vecino de enfrente, donde otrora vivía uno de los líderes de la MS-13, fue tomada por un nuevo líder, esta vez del Barrio 18.

— Yo identifiqué que él era el líder porque en esa casa se reunían para planificar los asesinatos. Ahí vivía él con su mujer — recuerda Montano.

Sobrevivir en una comunidad controlada por pandillas siendo policía es una maniobra complicada. Requiere de estrategia y una fuerte dosis de suerte. Así lo resume Montano y al menos media docena más de policías más con los que se conversó para esta historia.

— A ellos lo que no les gusta es que uno trabaje en la comunidad. Uno no se tiene que meter, aunque vea un asesinato, un asalto, una extorsión, lo que sea, uno no se tiene que meter — explica Montano en una reunión.

Solo así se puede sobrevivir siendo policía en una comunidad controlada por pandillas: siendo un espectador, una sombra. Aunque eso no es garantía de mucho. Un mal entendido, una mala mirada, o una decisión de la pandilla de atacar al Estado, a la Policía, puede ser un detonante para que la muerte juegue al azar y acabe con la vida de un policía en algún lado del país.

Eso fue lo que le ocurrió a Montano y a su familia: un ataque al azar.

— Cuando los cipotes se juntan con este tipo de personas, uno ya va sintiendo el temor. Y peor que donde yo vivía  todo mundo sabía que yo era policía. Todos. Porque para mi desgracia, como antes era más tranquilo, a mí me llegaban a traer y a dejar en carros patrulla. Por si me necesitaban en algo urgente. Entonces, todo mundo ya sabía de qué trabajaba yo — recuerda Montano.

Pero para las pandillas no es un secreto quién es quién en sus comunidades, y menos quiénes son policías. El control diario de las rutinas de los residentes hace muy fácil saber de qué trabaja cada uno, con quién se involucra. Así lo aseguran los mismos líderes pandilleros en pláticas con este medio. “Si quisiéramos, podríamos matar a un montón en un mismo día. Pero no es esa la idea”, dijo un líder de la MS-13 a un periodista de este medio a finales de 2018.

Este año han sido asesinados 15 policías. La mayoría de ataques, según la misma Policía, se da cuando los agentes están de licencia y en sus casas. Sin embargo, el sentido policial de Montano siempre se mantuvo activo en su comunidad. Luego de que el Barrio 18 se entronizara en su comunidad a punta de pistola, los vecinos se volvieron más sigilosos y hablaron menos con él. Obtener información de sus informantes se volvió más complicado, pero no imposible.

A Montano siempre llegaba uno que otro dato, un nombre, un alias… Con eso él fue elaborando un esquema, una estructura de la clica que operaba en su comunidad y sus enramados. A esto también le abonaba la información que podía obtener desde su oficina, donde tenía acceso a información privilegiada. Al cabo de un año de operaciones del Barrio 18 en su comunidad, Montano ya tenía perfilados a los principales líderes y sabía predecir algunos eventos de los que pasaba reporte a la subdelegación más cercana.

El agente identificó a su vecino de enfrente como uno de los líderes de la estructura que operaba en su colonia. Lo identificó por nombre y alias, y también comprobó su participación en al menos cuatro homicidios a partir de testimonios de sus informantes.

Durante tres años logró mantener el pacto tácito de no agresión con la pandilla a pesar de que cada vez más los ataques en contra de los vecinos que discordaban con las reglas de la pandilla se iban agravando. Para 2018  el “estatus quo” se rompió, y las hostilidades de la pandilla para con Montano y su familia se agudizaron.

El agente siempre mantuvo una relación de distancia con el nuevo palabrero o líder de la clica que controlaba su comunidad. Una de las dos hijas de este pandillero entabló una amistad con la hija de Montano, algo con lo que el agente nunca estuvo de acuerdo.

— Yo siempre le prohibí que hablara con ella. Mire, hija, le decía yo, usted no tiene que hablar con esa niña porque en cualquier momento le puede preguntar cosas de mí, de mi trabajo, y nos puede meter en problemas. Pero mi hija quizá no entendía la gravedad del asunto, y se seguían viendo a escondidas.

Evitar el contacto entre su familia y la del palabrero le resultaba casi imposible. Dejar de hablarles podría ser entendido como una enemistad y eso podría ser todavía más peligrosos. Sin embargo, las interacciones las últimas semanas de diciembre del 2017 se limitaron a que su esposa le regalara plantas medicinales a la esposa del palabrero para que esta le hiciera remedios a su otra hija recién nacida.

— Mi esposa por buena gente le había estado regalando medicina. Ella llegaba por las noches a pedirle algunas hojas y mi esposa siempre se las regalaba — recuerda Montano.

Cada vez que la esposa del palabrero llegaba por las noches, Marta encendía el foco que daba a la calle. Un foco que, según él, nunca, jamás, se encendía por otras razones.

— A nosotros nadie nos visitaba en la casa, ni menos por las noches. La gente en la comunidad evitaba hablarnos por el hecho de ser una familia donde había un policía. La única que nos había estado visitando por las noches era ella. Y cada vez que llegaba, mi esposa encendía el foco de la calle y miraba por la ventana. “¡Soy fulana!”, le gritaba la vecina, y mi esposa abría la puerta.

Un agente policial permanece pensativo y solitario durante su turno en una delegación de San Salvador, El Salvador, el 11 de julio de 2018.
Foto FACTUM/ Salvador Meléndez

 

***

La noche en que el Barrio 18 mató a la esposa y a la hija del agente Montano fue la más fría. Y no es un decir. Los registros meteorológicos del Ministerio de Medio Ambiente así lo indican. Esa noche se registró la temperatura más baja del año en El Salvador debido a un frente frío provocado por vientos nortes que habían llegado al país.

El día antes del asesinato también hacía mucho frío. Montano se despidió de su esposa con un beso y de su hija con un abrazo. Y se fue a su trabajo donde tendría turno toda la noche.

A las 12:00 de la noche, como lo hacía todos los días, Marta se levantó a leer la biblia. Hacía eso todas las noches durante una hora. Siempre empezando a la media noche. Se ponía su mantilla blanca sobre la cabeza y oraba hincada sobre un cojín.

Esa noche, según la reconstrucción que ha hecho Montano, la esposa del palabrero tocó la puerta antes de la 1:00 de la madrugada. Marta se levantó, encendió el foco que da a la calle y vio por la ventana. La esposa del palabrero le pidió medicina para su hijo pequeño que seguía enfermo, como le había dicho en los días anteriores. Ella abrió la puerta y la dejó entrar.

Dos pandilleros ingresaron a la casa y le dispararon a Marta. La dejaron tirada en el piso de la sala, a unos pasos de la puerta principal. Con los disparos, la hija de 11 años se despertó pero apenas pudo incorporarse. Los pandilleros también le dispararon a ella en el pecho y la espalda. Los dos pandilleros huyeron en una motocicleta, pero antes se llevaron el teléfono de Marta.

La esposa del palabrero se encerró a la casa mientras él se daba a la fuga. Los pandilleros llevaron la moto empujada hasta el final de la calle y luego huyeron en ella rumbo a la colonia Popotlán, en Apopa. Eso lo sabría Montano más tarde, al pedir la ubicación del teléfono mediante triangulación de antenas telefónicas.

Alertado por los disparos, el otro hijo  de Montano, quien residía en una casa cercana, vio desde la ventana a los dos pandilleros que huían en la moto y, al cabo de unos minutos, fue a la vivienda de su madre para ver qué había ocurrido. Ahí las encontró muertas. Otro familiar llamó a Montano, pero apenas pudo hablar. Solo alcanzó a decirle que habían matado a su esposa y a su hija.

Minutos más tarde del ataque, agentes de la delegación más cercana  le llamaron al agente para alertarlo.

–Te llamo para informarte de un doble homicidio – le dijo el oficial de turno.

–Ya sé. Ya no me contés nada. Mataron a mi esposa y a mi hija – respondió Montano.

Investigadores custodian la escena de un homicidio múltiple en San Salvador, El Salvador.
Foto FACTUM/ Salvador Meléndez

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El agente Montano enterró a su esposa y a su hija la tarde del día siguiente del doble asesinato. Esa misma tarde recibió otra llamada a su teléfono celular. Un hombre, que se presentó como miembro del Barrio 18, le advirtió que mejor se fuera de la colonia si no quería ser el siguiente en morir.

Montano se fue ese mismo día solo con la ropa que llevaba puesta y dejó en su comunidad a su hijo menor. Pidió ayuda a la policía y lo único que asegura que le dieron fue protección para su hijo por cinco días. A los cinco días retiraron a los policías.

— Menos mal que ese día mismo día, el último día que le dieron protección, yo pude sacar a mi hijo de la colonia. Si no quizá ya lo hubiera enterrado también. La verdad es que yo no puedo creer que conmigo fueron así, entonces yo pienso ¿y qué van a hacer por la gente particular?

Diez meses después de aquella noche, Montano logró llegar a un programa humanitario que ayuda a personas que huyen de la violencia en El Salvador. Ahora se encuentra en proceso de asilo y está pronto a irse del país. Dice que quisiera irse pronto y, aunque no sabe bien qué le espera fuera de estas fronteras, sueña con vivir en un país sin pandillas.

–Yo sé que en todo país siempre hay peligros, pero creo que en un país sin pandillas al menos no andaría siempre con la paranoia de andar huyendo de la muerte.

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