“The Getaway” (o cómo los Red Hot Chili Peppers recuperaron el ‘mojo’)

Un nuevo disco de los Red Hot Chili Peppers fue lanzado al mercado mundial el pasado 17 de junio. Su nombre es “The Getaway”, undécimo álbum de estudio de una agrupación que es ya toda una institución de respeto, una banda que en el 2016 cumple la edad de Cristo y lo celebra con un disco impecable.


Dudaba mucho que ocurriera, pero acepto haberme equivocado y pido perdón por desconfiar de las capacidades regenerativas de los cada vez más vetustos Red Hot Chili Peppers. Creí —ingenuamente— que la célebre agrupación angelina sería incapaz de volver a sacar un disco de notable manufactura mientras siguieran distanciados del ingenio de su antiguo guitarrista: John Frusciante. El disco “The Getaway” me ha enseñado que no debo dudar nunca del arte que juntos pueden generar Anthony Kiedis (voz), Flea (bajo), Chad Smith (percusiones) y Josh Klinghoffer (guitarra).

Sin embargo, lo han vuelto a hacer. Resulta sorprendente que con un disco en el que exhiben su madurez —a través de tonalidades un tanto oscuras y alejadas del funk de sus años bisoños— hayan podido crear una pieza que está a la altura de sus mejores trabajos. Algo tendrá que ver en ello la producción del multi-instrumentalista Brian Burton (alias Danger Mouse), quien posee un largo recorrido en la composición y arreglos de canciones de artistas tan variados y antagónicos como Adele, Iggy Pop, Joss Stone, The Black Keys, U2 o Norah Jones.

Se ve que el talento de John Frusciante es reemplazable solo con lumbreras a la altura de su pedigrí. Los RHCP necesitaban reencontrar las melodías contagiosas que habían extraviado en el disco “I’m with you” (2011), un trabajo que navegó como un submarino desatendido. Brian Burton les ayudó a capturar de nuevo a las musas de las buenas melodías. La banda necesitaba cambios y el más drástico fue separarse de Rick Rubin, el productor que desde 1991 —con “Blood sugar sex magic”— los catapultó a la vía láctea del mainstream. Desde el punto musical, parece que ha sido una buena decisión; desde el punto de vista comercial, pueda que no lo sea tanto…

En estos niveles de verdaderos emporios musicales, uno debe dejar de pensar en el proceso creativo como una responsabilidad de un simple quinteto (banda + productor). En realidad fueron 36 personas las que colaboraron, en mayor o menor medida, con el resultado final del álbum. Desde un arreglista para la sección de cuerdas, hasta el director de arte de la tapa del disco o los ingenieros de mezcla y masterización, esos que casi nunca son valorados, pero que tienen mucha responsabilidad en el producto que escuchamos.

Y con todo ello, “The Getaway” no me atrapó en las primeras tres oportunidades que le di para escucharlo, desde el track 1 hasta el 13. En estos tiempos mezquinos y fugaces, tiempos habitados por zombies del laburo y junkies del skip, resulta un abuso pedirle a un escucha que le otorgue varias oportunidades a un disco. Incluso es ya una temeridad esperar que se escuchen los discos completos. Yo le di más de diez oportunidades a “The Getaway” y la recompensa comenzó a aparecer ahí por el quinto repaso. Ya para el décimo, el viaje es una gozadera. Y es por este premio, por el placer que ahora me ofrecen canciones como “Feasting of the flowers”, “Encore”, “The longest wave” y, sobre todo, “Sick love”, que me animo a afirmar que es un gran disco el que los Peppers nos han ofrendado.

Paciencia. Insistencia. Hasta la devoción y el respeto a estas leyendas de la música es requerida. Sin eso, “The Getaway” será un disco más en un mundo de tantas cosas que son simplemente eso… “algo más”.

Los Red Hot Chili Peppers acaban de publicar su undécimo disco de estudio. Foto de Ellen Von Unwerth. Tomada del área de prensa del sitio oficial de RHCP.

Los Red Hot Chili Peppers acaban de publicar su undécimo disco de estudio. Foto de Ellen Von Unwerth. Tomada del área de prensa del sitio oficial de RHCP.

Las rolas

El disco inicia con “The Getaway”, misma que da nombre a la producción y que consiste en la clásica fórmula de canción de base estable (sin demasiadas florituras del bajo de Flea ni guitarrazos estridentes de parte de Josh), con energía in crescendo, coros de voces dobladas que juegan a remplazar la función de un órgano (herencia de John Frusciante) y una melodía sencilla que no exige demasiado al fraseo de Anthony Kiedis.

Ya antes RHCP ha utilizado está fórmula. ¿Recuerdan cómo iniciaba el disco “By the way” (2002)? Pues comenzaba con una canción fina, una carta de presentación, cordial saludo inicial, un calentar de motores para luego pisar el clutch y subir la velocidad.

Lo más relevante de la rola —a mi juicio— radica en el ze-zeo del manejo del hi-hat que hace Chad en la percusión, el mismo que da inicio a la canción; y luego de ello, las orquestaciones vocales en el coro, la percepción de que, si ponemos verdadera atención a cada repetición del mismo, notaremos cómo van sumándose detalles sutiles, finos, que armonizan en gran manera la estructura del tema. Es entender la complejidad de la sencillez. Ahí radica la clave de esta canción. Y notar cómo, al principio, la guitarra era un simple gusano con temple en el chorus y delay (mínimo), pero termina envuelto en un cuerpo duplicado de tantos efectos que no supimos bien cómo llegaron ahí. Nunca nos dimos cuenta, se fueron enredando de a poquito, hasta que acaba la canción. Y la experiencia es brillante, en realidad…

A continuación aparece la apuesta principal del disco, el tema “Dark necessities”.

Se trata del primer sencillo del álbum, una canción que fue creada espontáneamente en las sesiones de estudio (RHCP + Brian Burton). “Dark necessities” nos muestra por primera vez algo que será una constante en el disco: la importancia que tendrán los arreglos de piano en las canciones, algo que debería ser rutinario en una banda que por tanto tiempo se ha sentido muy cómoda en la música pop-rock, pop-funk o pop-lo que fuera… Pero no, los Peppers nunca han utilizado tanto el piano como en este disco.

Notamos de nuevo el slap del bajo de Flea y recordamos la fuerza de su instrumento en tantas otras canciones del pasado. Pero esta vez esa fuerza está pausada, meditada, contenida por el clap de la caja que marca el beat. Sí, es un clásico 4×4 de música pop, aunque sincopado, lo que lo vuelve muy peculiar. Es como tener éxito amaestrando un león y conducirlo por un camino sinuoso, pero seguro.

Sobre la letra del tema, Anthony Kiedis explicó que viajó a Hawái para trabajar el apartado lírico del disco:

“La canción habla sobre la belleza de nuestros lados oscuros. Sobre cómo la creatividad, el crecimiento e incluso la luz surge algunas veces de las dificultades y los problemas que tenemos dentro de nuestras cabezas y que nadie puede ver”.

Y otra curiosidad que el cantante de la banda reveló es que la disquera quería que fuera “Go Robot” el primer sencillo del disco, pero a Brian le gustaba tanto “Dark necessities” que presionó hasta conseguir que esta canción fuera lo primero que el mundo conociera acerca del nuevo disco de RHCP.

Aparece a continuación el tema “We turn red”, del que aún siento cierta extrañeza porque haya sido colocado tan al comienzo del disco. Se trata de otra canción que surgió en el jamming, algo muy característico de una banda que disfruta mucho de hacer alarde de la improvisación en sus conciertos. Es una canción que en sus versos mantiene la esencia de los Peppers del funk estilo “Blood sugar sex magic”, por lo que desentona un poco y pareciera alejada del sentido que posee “The Getaway”. Sin embargo, al llegar al estribillo, el tema retoma el concepto de toda la obra. La canción se vuelve melancólica, hay rasgueos de cuerdas finas que se deslizan con una guitarra slide y un xilófono muy sutil que hace que vivamos una sensación extraña: es como haberse metido una línea de coca, haber patinando en el hueso por la urbe atolondrada y bifurcar sorpresivamente en el atardecer agonizante de una playa solitaria.

Y ya que hablo de la playa, en seguida aparece una de las mejores canciones de todo el disco: “The longest wave”, que me parece que es lo más cercano que vamos a tener para encontrar de nuevo una canción como “Under the bridge” en pleno 2016. Y en la comparación entendemos la transformación y madurez por la que ha pasado esta banda. La rola es fina, elegante, sentimental y confeccionada con pinzas. Un trabajo impresionante. Es además el primer gran aporte de Josh Klinghoffer, no solo como guitarrista, sino como compositor. Es su consagración.

La canción originalmente iba a llamarse “The Philippines”, lo que nos haría pensar que “La ola más larga” hace referencia al tsunami que azotó a Filipinas en el 2004, pero el mismo Anthony Kieidis explicó que más bien surgió en un momento de dolor, en medio de la noche, en el ardor de asimilar una relación que no resultó como se esperaba.

El respiro para procesar una canción tan buena como la anterior lo proporciona el tema “Goodbye angels”, que sin ser una invitación al skip, resulta más bien un ejemplo ilustrativo de cómo el jugueteo entre guitarra y bajo sustentado en un mismo riff —obviamente en octavas distintas— puede crecer paulatinamente hasta encontrarnos con un slapping salvaje de Flea, un bajo con distorsión y un riff de guitarra incendiario para cerrar la rola.

¿Una curiosidad de esta canción? Josh cuenta que el título nació luego de ver en televisión cómo eliminaban de nuevo al equipo de Los Ángeles Angels de la postemporada de la Major League Baseball (MLB).

Llega el turno, a continuación, de hablar de mi canción favorita del disco. Se trata de “Sick love”, en la que la banda cuenta con un invitado de lujo en el piano: el cantante, compositor y pianista británico, Sir Elton John, cuya intervención principal reside en el hipnótico estribillo del tema.

Esta canción presenta una letra que recala en los vaivenes de una vida californiana y alocada. En cuanto al sonido, la guitarra tiene el clásico sonido Fender con overdrive, que se desliza en un riff blusero, pero animado. Y el estribillo es una pachanga que invita al clap exacto y al coro masivo. Es justo en el puente previo al estribillo cuando el piano de Sir Elton John brilla con sutileza. “Sick love” tiene una de las mejores melodías de todo el disco (sino es que la mejor). Basta escucharla un par de veces para que la rola se adhiera a la cabeza y, de paso, te suba el ánimo, si es que andás muy achicopalado. Recomiéndola en demasía…  😎

Llega la canción que la disquera quería destacar sobre las demás (motivo que nos hace pensar que “Go Robot” será el próximo sencillo del disco). Lo cierto es que es una canción muy innovadora para el estilo de los Peppers. Está llena de efectos que no suelen aparecer en los discos de esta banda. Hay que utilizar unos buenos audífonos para detectarlos más fácilmente, de lo contrario la atención se focalizará en el funk y el drum & bass que aparece en la primera sección del tema. Sin embargo lo notable es cómo “Go Robot” llega a convertirse incluso en una canción dance. Inimaginable para los conceptos que RHCP nos ha mostrado en el pasado…

¿Curiosidad de la canción? Pues la incertidumbre de saber cómo le hará Flea para tocar esta rola en vivo, ya que posee algunas secciones en la versión del disco en la que se utilizan dos bajos tocando al unísono.

Aparece luego otra de las que ubico entre las mejores canciones del disco, la rola “Feasting on the Flowers”. El riff inicial de la guitarra (que es alma de la canción) impacta de inmediato. Y la vibra de todo el tema me recuerda muchísimo a una de mis preferidas en toda la discografía de RHCP: “Zephyr song” (del disco “By the way”). Musicalmente dirán que estas dos canciones no tienen mucho que ver entre sí, pero yo destaco la transición armónica que en ambas ocurre cuando trascienden de los versos al estribillo. Pareciera sencillo alcanzar esa facultad, pero no lo es.

Continua el álbum con la canción más rabiosa de la camada, el tema “Detroit”, cuya ira hace justicia a la locura al borde de desatarse en esa ciudad motorizada —de hecho hay referencias a Henry Ford y a la bancarrota que ha llevado a la crisis a los suburbios del guetto en Michigan—. Pueda que esta sea la canción más luminosa y energética de todo el disco, una rola que no desentonaría nada en discos como “Californication”, por ejemplo.

El tema tiene menciones especiales también para varios pilares esenciales de la música estadounidense, como por ejemplo Funkadelic (funk), The Stooges (garage rock) y J Dilla (hip hop).

Sería muy extraño que esta canción no forme parte de los futuros set lists de RHCP cuando salgan de gira a promocionar el disco. Hay demasiada energía ahí como para no contagiarla con el público más allá de lo que ya logra el álbum.

Por si la energía no fuera suficiente, aparece un tema que tiene todo el sello de ser una composición de Flea. Se trata de “This Tinconderoga”, que comienza como una animal desatado y rabioso, un riff completamente rock que de pronto encuentra la quietud de una sección funky sedentaria. El juego entre ambas partes la vuelve interesante, pero pienso que no es de las canciones más destacadas del disco.

Por cultura general, debí guglear y encontrarme con que “la clase Ticonderoga” es una serie de cruceros de misiles de la Marina de Estados Unidos; pero también “la captura del Fuerte Ticonderoga fue un suceso acontecido en los comienzos de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. De cualquier forma, el concepto bélico está explícito en la misma letra de la canción, algo que caza perfectamente con la furia roquera de la rola.

Aparece luego mi segunda canción favorita del disco: “Encore”, que desde el comienzo muestra el tapping de Flea en el bajo, los elementos atmosféricos en los teclados y un arreglo de guitarra sencillo.  Yo no tengo carro, pero si tuviera uno, me encantaría escuchar esta canción manejando en carretera, darle watts sin temor, que truenen las bocinas y cantar a todo pulmón su estribillo:

Hey you’re fine
I wanna listen to the radio,
Driving down Calexico Highway
And now I know the signs… For sure!

Hold my hand
I want to share it all with Mary
Results are gonna vary now…

Pónganle mucho ojo a cómo el tapping inicial del bajo poco a poco se va transformando en un teclado a ritmo de house, mientras la canción va mutando hacia un sonido más atmosférico.

Luego llega el turno de escuchar una de las canciones más complejas del disco: “The Hunter”, que es un signo de cómo Flea ha comenzado (según él mismo narra) a componer mucho utilizando el piano y cómo esto ha afectado en la manera de entender las canciones. Es también la canción que mayor esfuerzo vocal le exige a Anthony Kiedis.

El mismo Flea admite que el sonido de esta canción es un cambio notable en la composición de RHCP:

“Como resultado obtuvimos un sonido que es muy diferente para nosotros. Por supuesto que suena a nosotros, porque somos nosotros los que lo ejecutamos, pero a la vez suena como una nueva era, un nuevo capítulo para nosotros”.

El disco cierra con la canción “Dreams of a Samurai”, que nace con un piano melancólico que da paso a una línea de bajo con decibelios muy profundos (y que me recuerda mucho al de McCartney en “Don’t let me down”). Luego va desarrollándose un tema escrito en un compás no muy común en la discografía Pepper (¿inédito?), un 5/4 que le da cierto carácter progresivo, medio pink floydnesco por el uso de las guitarras con flanger y los constantes redobles de la batería de Chad.

Esta es la canción más psicodélica del álbum en la estructura de sus versos, aunque en el estribillo vuelve al usual pop-rock. “Dreams of a Samurai” es la mejor canción de la camada si lo que se busca es darle el cierre al compendio de grandes rolas que en los 53 minutos y 40 segundos ha sido encapsulado en “The Getaway”.

Puede decirse que los Red Hot Chili Peppers no habían logrado encontrarse del todo en su disco anterior, “I’m with you” (2011). Era una etapa de ensamblaje y acomodamiento a la nueva adquisición (Josh Klinghoffer), pero ya han tenido cinco años para desarrollar la química necesaria en tantas giras y ensayos, por lo que es un hecho que han recuperado “el mojo”. “The Getaway” así lo demuestra.

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#Música