Tatiana Huezo y lo hermoso de una tempestad

Tatiana Huezo es la documentalista nacida en El Salvador que mejor ha logrado construir una filmografía consistente en la que se convocan el discurso y la estética en igualdad de condiciones. Sus tres trabajos más recientes (El lugar más pequeño, Ausencias y Tempestad) gozan de una impecable cinematografía, de esas con la capacidad de narrarle a la vista sin recurrir a ningún otro de los sentidos.

Este miércoles 30 de noviembre se exhibe Tempestad (2016) en la embajada de México de San Salvador, como parte de la programación del Festival Internacional de Cine de San Salvador. No deja de ser una ironía el escenario de esta función, porque Tempestad es la cruda historia de la corrupción homicida del Estado mexicano, de la impunidad llevada a la máxima expresión y de la denuncia desesperada de las víctimas que no encuentran oídos en las instituciones que han sido también sus implacables verdugos.

Para contar estas atrocidades Tatiana Huezo recurre a la belleza. ¿Que cómo es posible eso? Yo también me lo pregunté durante los 105 minutos que dura el filme. Y aún no tengo una respuesta satisfactoria, pero lo creo porque lo vi. Vi una tempestad extraordinariamente documentada, real, sin mediaciones metafóricas porque lo que vi fue una tempestad meteorológica, pero simultáneamente también tenía frente a mí una tempestad criminal, por lo tanto humana, que abatía a Miryam y a Ángela, dos mujeres mexicanas traicionadas por su país, por sus instituciones, por sus gobernantes y centinelas.

La tragedia de Miryam y Ángela la cuentan ellas mismas, sus voces cadenciosas que sueltan serenamente el relato de los horrores que han vivido. Sus rostros apenas aparecen durante la primera mitad de la película y a pesar de no ver imágenes de lo que están contando uno tiene la sensación de haberlo visto. Esa es la virtud que Tatiana Huezo exhibe, la de activar en el espectador los más misteriosos mecanismo que lo hacen parte de estas historias tremendas e inverosímiles, pero desgraciadamente verificables.

Luego de hermosas y terribles secuencias de tempestades naturales en los lugares de los hechos narrados, la segunda parte del documental revela los rostros de la tragedia, sus vidas que no han tenido un después de la tempestad, su pobreza y marginalidad, pero por sobre todo se eleva su espíritu de lucha y su transfiguración reivindicativa. Porque su historia trasciende el dolor y, en términos piadosos, lo martiriza. En esta etapa Tatiana Huezo opta, de nuevo, por la belleza, esta vez la belleza de la entereza y la dignidad humana que se contorsiona en el cuerpo de una niña que a la vez se balancea en el trapecio de un circo de pueblo, pobre y asentado en el centro del vacío, y protegido solamente por una endeble carpa que cada noche se ilumina para hacer sonreír a su público. La cámara de Ernesto Pardo, el cinematógrafo a cargo, logra escenas tan bellas como impredecibles, tan íntimas como desgarradoras, y, lo más meritorio, sin tragedia expresa pero presente, sin lágrimas pero con llanto.

Las voces que narran desarrollan una canción a capela, rítmica, nostágica, héroica que se acompaña del viento, del huracán y la tormenta con tus truenos y desparpajos. Tan perfecta es la narración que uno se pregunta si es en realidad espontánea o resultado de muchos ensayo y tomas fallidas, pero inmediatamente uno también se pregunta: ¿acaso importa? ¿acaso deja de ser verdad la verdad?

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Vi Tempestad por primera vez en agosto pasado, en una función especial en el Congreso Nacional de los Estados Unidos Mexicanos, en la Ciudad de México. Después de la película estuvieron ahí Tatiana Huezo, Miryam y Ángela para rematar la contundente verdad de su historia. Sus personajes son el mejor documento vivo para la denuncia, pero también para la esperanza en medio de cualquier tempestad.

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