Siempre con vos

Perdón, de antemano, por la intromisión.

Pero.

No pude evitar comentar el tema del momento, al menos para sentirme parte de un colectivo que se indigna por algo. Al fin.

Yo entiendo a los muchachos.
Yo también me molestaría si me diera órdenes el clon del jefe Górgory en su versión Pornstache. O el otro ridículo de las bermudas. Y todos los federativos que, tras años de ver la liga española, se sienten Platini.
Yo también estaría molesto porque a la Federación solo le importa el negocio, especialmente cuando se juega en el Nórris, y le vale un carajo el espectáculo. El espectáculo, caray.
Yo también estaría furioso si para los partidos nos mandan en buses que compiten con los Galgos que van para Guate.
Si las canchas no son, al menos, como cuando comenzó la Chapupo.

Son peticiones justas: son profesionales (les pagan para jugar, pues) y cualquier profesional, en El Salvador o Singapur, merece condiciones dignas a cambio de lo que sabe hacer.

Pero eso es lo de menos.

Porque a esos muchachos ya podrían pagarles lo de Özil, mandarlos a entrenar a Wembley, viajar por las aerolíneas árabes más lujosas, nutrirlos (ya ven que algunos rebotan cuando van al choque, que hasta dan ternura y ganas de invitarlos a una sopa caliente), sindicalizarlos, impedirles ver algunos partidos para que no traten de imitar a Neymar, raparlos pato bravo, darles camisas sin brasier incorporado y que los dirija Wenger que poco cambiaría: son malos. Perdón, muy malos.

Nadie lo dice, porque el ser humano es así y necesita aferrarse a sus creencias, pero el fútbol salvadoreño es como ver la lucha libre: sabemos que es de mentira pero aún así seguimos viéndola. Y es entendible: aquí no hay lucha libre y en la Asamblea, pese a los graderíos y el circo que se monta abajo, hay un grueso vidrio que aún impide tirar bolsas y orines. La frustración tiene que salir por alguna parte.

¿Entonces para qué perder bilis, que es tan escasa y amarilla? Por algún lado nos tiene que salir la defensa de lo sagrado; la indignación ante la injusticia, como aquella vez cuando la señora atropelló a los chuchos y hubo un patriota que propuso matarle a los hijos para resarcir el daño; el respeto y amor a nuestros colores patrios; el chisporroteo de los yunques.

Necesitamos a la selección nacional de fútbol no solo como válvula de escape.
La necesitamos para demostrar que, pese a la violencia que nos aqueja, somos capaces de unirnos e indignarnos en torno a algo.
La necesitamos para que Róger Barberena, Juan Torres y Rodrigo Calvo tuvieran trabajo.
La necesitamos para comprar preciosas camisetas confeccionadas con delicada tela de calzón.
La necesitamos para demostrar que los salvadoreños producimos una enzima rara que nos hace olvidar todo, hasta los amaños.
Para que nuestros hermanos lejanos, los que nos mantienen para que no tengamos que trabajar, tengan un entretenimiento digno en Dallas, Los Ángeles o Baltimore.
Para que los periodistas podamos decir que será a la próxima, porque es un proceso y porque nos faltó conjunción.
Para tener jugadores que luchan por un trato digno y un su bono.
Para que Eugenio comente y Hernancito narre.
Para que el “siempre con vos” nunca deje de tener sentido.

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