Se fue Baldetti, ¿y ahora?

La renuncia de Roxana Baldetti, vicepresidenta de Guatemala, estremeció a Guatemala y convirtió a este país en noticia en el resto del mundo. ¡Cómo no sería noticia que la segunda del Ejecutivo saliera de su cargo por supuestas vinculaciones con un caso millonario de corrupción en aduanas marítimas!

El viernes mismo, una amiga me preguntaba si no estaba alegre por el triunfo de la ciudadanía guatemalteca. Le dije que no. “¿No estás alegre o al menos sorprendido?”, me repreguntó. ¿Alegre? Un poco por ver a un país que sufría un letargo y una apatía social salir a las calles a mostrar su hartazgo. Aplausos de pie por ello.

Pero entre tanta fiesta y alegría ciudadana, veo dos errores que han sido asumidos por muchos, fuera y dentro del país, como verdades casi absolutas.

El primero de ellos, creer que Guatemala vive una especie de “Primavera árabe tropicalizada”. Es cierto, no se puede minimizar que la sociedad civil guatemalteca alzó la voz por primera vez en décadas. Pero también hay que recordar que la salida de la vicepresidenta tuvo un empujón desde la comunidad internacional y que en ella se conjugan intereses económicos y políticos que van más allá de los “deseos civiles”, incluyendo el manejo político para mantener a la Cicig en Guatemala.

El segundo, creer que la salida de Baldetti anuncia el cambio absoluto de un sistema que es cómodo para quienes ostentan el poder el país. Alguien me lo dijo durante la primera manifestación cuando pregunté qué seguía a la renuncia de la vicepresidenta: “Sería muy fácil creer que ‘muerta la perra se acaba la rabia’. Eso sería un gran favor al sistema y un gran error de la sociedad civil”, dijo y se compuso su máscara con el rostro sonriente de “V”.

Y ese es el punto. La salida de Baldetti no asegura que Guatemala cambie nada. ¿Por qué? Porque desde 1985, cuando se instituyó el período democrático en el país, el sistema político permitió que se fueran asentando cómodamente los viejos poderes fácticos del capital tradicional; los partidos mutaron de instituciones políticas a franquicias que venden al mejor postor las candidaturas a las curules y las municipalidades; se abrieron puertas a financistas vinculados al crimen organizado y la corrupción estatal; mientras, a la sociedad civil se le dio el papel de espectadores sin voz y limitados a poder votar más que a elegir.

Y desde entonces, los escándalos políticos y de corrupción se han ido sucediendo uno a otro. Y estos van desde cambios de leyes a favor de actores políticos y económicos; compras anómalas con fondos públicos en todas las instituciones del Estado; limpieza social desde los organismos de seguridad pública; casos de nepotismo y clientelismo en contrataciones de personal; manipulación política de las elecciones de los funcionarios del sistema judicial; vinculaciones de funcionarios con crimen organizado y un largo etcétera.

Y todo ello, independientemente del color y bandera política del partido de gobierno.

Por ello, la salida de Baldetti no cambia nada mientras no cambie el sistema mismo. Me lo resumía un colega periodista: el salto sería ir al cambio de las reglas del juego de un sistema que se ha perfeccionado para que algunos, los pocos, se sirvan del mismo. Y se sirven con cuchara grande.

Así, mientras la gente se manifiesta en las calles, los partidos ya escogieron a sus candidatos para las elecciones de septiembre y lo hicieron de entre los mismos nombres de siempre; el sistema judicial potencialmente encargado de judicializar a Baldetti lo domina gente que fue electa en una negociación en la que movió fichas la misma vicepresidenta como secretaria general del Partido Patriota (PP); y el Estado sigue siendo débil para verificar de dónde vendrá el dinero de las campañas, en un primer momento, y para asegurar que los funcionarios electos no se aprovechen política y económicamente de los cargos a los que sean electos.

¿Sorprendido de la renuncia de Baldetti? No, el sistema se estremece un poco y decidió sacar del mismo aquello que le puede causar problemas inmediatos. El sistema se mantiene, pues.

Hay gente, de los miles que se manifiestan, que ya se dieron cuenta de ello y ahora tratan de enfocar los esfuerzos ciudadanos, porque saben que mientras no se estructuren formalmente las peticiones de la sociedad civil y se presenten reformas legales con el apoyo político necesario para ser realidades, el sistema no cambiará. Ese es el siguiente paso.

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