Un santo para una iglesia dividida

Desde Roma es posible apreciar cómo la oposición que Francisco enfrenta de la curia vaticana es similar a la que Óscar Arnulfo Romero enfrentó de sus colegas obispos a finales de los 70. El papa Bergoglio ha vuelto, desde que fue elegido jerarca máximo de la iglesia católica, a varios de los postulados de Medellín, Puebla y el Vaticano II, que habían sido casi desterrados por sus dos antecesores inmediatos, los mismos que dejaron congelar el proceso de canonización de Romero.

Foto FACTUM/Salvador Meléndez


Roma, Italia. No son días fáciles para la iglesia católica. O al menos no lo son para el papa argentino que la dirige desde 2013. Asediado por los miembros más conservadores de la curia a quienes no han caído en gracia las ideas de Francisco sobre el rol social de la iglesia, y agobiado por los escándalos de pedofilia que involucran a centenares de sacerdotes católicos, el actual pontífice se dispone a elevar a lo más alto en el panteón del catolicismo al arzobispo salvadoreño que universalizó con su martirio la idea de una iglesia que existe fuera del templo, ahí donde están los más necesitados.

Hay quienes aquí en Roma entienden que la santidad de Romero no sería posible sin la intervención de Francisco. Hoy, a poco de la canonización del arzobispo asesinado, también es posible pensar que la palabra de Romero es muy oportuna para los cambios que el papa pretende echar adelante en la iglesia católica.

Vincenzo Paglia, el obispo italiano que postuló la causa por la beatificación de Romero desde 1982 hasta 2015, dice que fue con la elección de Francisco en 2013 cuando la causa para llevar al prelado salvadoreño a los altares terminó de desbloquearse. Antes de eso, durante el papado de Juan Pablo II, la curia más conservadora envió el dossier de Romero a la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe, donde quedó enterrada por más de dos décadas.

Así lucía la fachada de la Basílica de San Pedro este 13 de octubre, un día antes de la canonización de Monseñor Romero. El retrato del primer del arzobispo salvadoreño aparece junto con los nuevos santos de la Iglesia Católica. Foto FACTUM/Héctor Silva Ávalos

Paglia asegura que Benedicto XVI, el sucesor de Juan Pablo II, tuvo intenciones de acelerar la causa a mediados de la década 2000, pero, de nuevo, los sectores más conservadores de la curia vaticana, apoyados desde El Salvador por emisarios de los gobiernos conservadores del partido Arena según denunció en los últimos días el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez, lograron que la causa languideciera otra década. La llegada de Francisco, ha dicho Paglia, fue providencial.

“Monseñor Romero y el papa caminan la misma senda”, opina Giovanni Impagliazzo, miembro de la comunidad San Egidio, congregación de laicos romanos que jugó un rol clave de apoyo en los procesos de beatificación y canonización de Romero. “Francisco habla de una iglesia como un hospital de campo, que salga del templo a sanar las heridas de los hombres”, dice.

Esa iglesia de la que habla Impagliazzo, y a la que identifica con el papado de Francisco, es una, dice, que “no puede olvidarse de los pobres”.

El miembro de San Egidio cuenta una anécdota que habla sobre la orientación teológica del papa Bergoglio, esa que aparece en comunión con Óscar Arnulfo Romero y con la conclusión de la conferencia de obispos latinoamericanos de Medellín en 1968 , que insiste en que la iglesia debe denunciar a quienes fomentan la desigualdad económica y social: poco antes de que los cardenales reunidos en cónclave tras la dimisión de Benedicto en 2013 terminaran el conteo que daba a Bergoglio como papa, un colega cardenal se acercó para decirle eso precisamente: “No se olvide de los pobres”. Fue entonces que el argentino escogió su nombre papal en honor al santo que hizo del voto de pobreza su norte teológico.

Así escrito, el asunto parece de una facilidad casi heroica, pero las cosas de la iglesia no suelen ser así. Desde que inició su papado, Francisco ha encontrado oposición férrea entre los miembros más conservadores de la curia. “Hacer la reforma en Roma es como limpiar la esfinge de Egipto con un cepillo de dientes”, parafraseó Francisco a un obispo en la reunión de fin de año de 2017 ante los obispos católicos del mundo reunidos en la santa sede. Habló ahí, también, de “pequeños grupos” que se oponen a los cambios.

Cuando Monseñor Romero fue obispo de San Salvador, entre 1977 y 1980, la oposición a los cambios era letal. Dirigida desde los sectores más conservadores de la derecha política salvadoreña, acuerpada por las élites económicas y por buena parte de la curia salvadoreña, la oposición terminó con la vida de Romero y, una vez asesinado, se convirtió en el principal obstáculo para la beatificación.

“Romero se había convertido en una personalidad universal que también tenía oposición entre personalidades católicas de América Latina, en la conferencia episcopal. Es decir, había oposición entre miembros de la curia y de la iglesia, sea salvadoreña, centroamericana o latinoamericana”, dijo Paglia en 2015 al hablar del proceso de beatificación que culminó ese año.

En la iglesia de hoy, en un mundo en que la desigualdad económica sigue siendo tan acuciante como lo era en El Salvador de finales del siglo XX, el liderazgo de Francisco, como el de Romero en los 70, está bajo sospecha de algunos. Y en el caso del papa las tormentas también han llegado por otra crisis, la provocada por la misma iglesia relacionada con los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes católicos que fueron tolerados por décadas por la curia vaticana, y que ha terminado de explotar en años recientes gracias a investigaciones periodísticas, denuncias de las víctimas o actuaciones de la justicia civil.

A Francisco los ataques más recientes le llegaron en septiembre pasado, en forma de una carta escrita por el prelado italiano Carlo María Viganó, ex embajador del Vaticano en Washington, quien acusa al pontífice de haber protegido a obispos que toleraron y protegieron a sacerdotes pedófilos. Lo cierto es que Viganó nunca presentó pruebas de sus acusaciones, pero a Francisco víctimas de los religiosos abusadores le reclaman no haber sido lo suficiente drástico para castigar a los culpables. Lo que sí ha hecho el papa es decir que la iglesia “no supo actuar ni reconocer la gravedad del daño que se estaba causando”.

Defensores de Francisco, como Giovanni Impagliazzo, prefieren no hablar de crisis y, por el contrario, entienden que el liderazgo de este papa ha sido capaz de navegar la tormenta y de acercar a la iglesia católica a su feligresía. “La iglesia recuperó fuerza, su capacidad de diálogo con el mundo… Cuando Francisco salió por primera vez al balcón de San Pedro la distancia con la gente era enorme”, dice.

Francisco, cree Impagliazzo, también ha sido objeto de calumnia por parte de sus opositores dentro de la curia, como lo fue Óscar Arnulfo Romero en su momento.

Las voces de la plaza

Un buen número de peregrinos tienen programado reunirse a las cinco de la madrugada del domingo 14 de octubre en Roma, a unos 200 metros de la plaza de San Pedro, para caminar juntos hacia las decenas de detectores de metales ubicados en el perímetro. Un día antes, este sábado, varios de ellos habían hecho ya visitas anticipadas al corazón del catolicismo, ataviados con banderas salvadoreñas y con sus particulares pensamientos respecto al obispo que está por convertirse en santo. En las voces de algunos de ellos la figura de monseñor Romero adquiere ecos universales que viajan de El Salvador de finales de los 70 a la Roma de Francisco.

“Monseñor tiene una triple dimensión”, dice Ricardo Amaya, un músico que viajó de San Salvador junto a otros tres cantautores para hacerle honores al santo. “La de su vida interior, como hombre… la de su compromiso con la historia y la de hombre de iglesia, como pastor”. Los mensajes de los tres siguen siendo actuales en un país como El Salvador, que sigue siendo tan violento e injusto como cuando Romero predicaba, concuerda Amaya.

“Él predicó paz, pero también predicó por la justicia… que la paz, la reconciliación no son posibles sin la justicia. No se trata solo de perdón y olvido”, dice Ferdin González, otro de los músicos que con Amaya, Juan Carlos García y Mateo Guzmán están en Roma para participar en los actos por la canonización de Monseñor Romero.

Antes de las voces de los músicos, en la víspera de la misa que Francisco celebrará a las 10 a.m. hora romana para canonizar a Romero, al papa Pablo VI, a otras dos religiosas, dos religiosos y un laico, habían llegado a la plaza de San Pedro otras voces: dos decenas de mujeres que siguen al obispo desde los sangrientos 70 en El Salvador; algunas de antes, de cuando era obispo en Santiago de María.

Sonríen a las cámaras, pero no pueden evitar el regreso del semblante al gesto serio cuando responden a preguntas sobre la actualidad del mensaje del obispo asesinado. “Aquí habrá mañana un acto de justicia, a él, que lo mataron y nadie dijo nada tanto tiempo… y a todos a los que nos duelen tantos muertos”, dice con gravedad una mujer blanca, pequeña, que solo se identifica como Rosa.

La plaza espera a unos 5,000 peregrinos salvadoreños. Para ellos hay reservados asientos de aluminio que tienen ya días de esperar, vacíos, a las multitudes que llegarán el domingo 14. Arriba, al final de las escalinatas que preceden a la basílica de San Pedro estarán las delegaciones oficiales y algunos elegidos, como Cecilia Flores, la mujer de 34 años quien según las conclusiones del Vaticano salvó su vida gracias a un milagro de Romero.

En esa plaza, y a la sombra de las tribulaciones actuales del catolicismo y de la empresa de renovación emprendida por el jesuita argentino que ha llevado al altar al arzobispo salvadoreño asesinado, la voz de Óscar Arnulfo Romero adquirirá los nuevos alcances que le otorgarán su nuevo lugar en la doctrina de una de las profesiones de fe que, a pesar de sus crisis, sigue estando entre las más influyentes del mundo.

Palabras como estas:

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son, a la vez, gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de cristo”, escritas en 1977 en su segunda carta pastoral.

O como estas:

“El cambio fundamental, el que explica los otros cambios, es la nueva relación de la iglesia con el mundo, los nuevos ojos con que la iglesia mira al mundo, tanto para cuestionarlo en lo que tiene de pecado, como para dejarse cuestionar por el mundo en lo que ella misma puede tener de pecado”, también de su segunda carta pastoral.

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