Romero y la reivindicación de la iglesia más progresista

En una misa cargada de guiños simbólicos a la historia, pero también a la actualidad, el cardenal Gregorio Rosa Chávez honró al santo frente a varios centenares de salvadoreños, la mayoría provenientes de Estados Unidos, ciudades europeas en Italia, España o Suecia. Después de la celebración, el papa Francisco amplió las palabras que dedicó a Monseñor Romero durante la canonización del domingo pasado. El santo salvadoreño, dijo el papa argentino, fue un profeta que denunció los males del mundo; hoy, pidió, cada católico debe de ser capaz de liberarse del odio del que fue víctima el obispo mártir.

Foto FACTUM/Héctor Silva Ávalos


El cardenal salvadoreño estaba en todos lados. Cuando la mayoría de los feligreses entraba al auditorio Pablo VI del Vaticano, cerca de las 9:00 a.m de este 15 de octubre, él ya estaba ahí, de pie, frente a un micrófono, dando instrucciones. Pedía a un grupo musical que se reportara para ver si iban a tocar después de la misa, reconocía la presencia de políticos, bromeaba con los fieles: “La televisión va a transmitir, así que pórtense bien o no nos van a volver a invitar”. O los hacía henchir de orgullo al describir la ceremonia de canonización del día anterior: “Nos tomamos Roma”.

Rosa Chávez fue el celebrante principal entre un cuerpo de sacerdotes que incluía al cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, el arzobispo salvadoreño José Luis Escobar Alas y prelados de Ponce, Puerto Rico, y Panamá.

De Monseñor Rosa fueron las palabras de la homilía y las frases más significativas de la velada. “El próximo santo se va a llamar Rutilio Grande”, dijo durante el sermón. Más tarde, al final de la celebración, Escobar Alas pidió a Francisco por el proceso de canonización de Grande, también asesinado, y por que inicie el proceso para declarar a Romero doctor de la iglesia.

Y para el cardenal salvadoreño fueron los aplausos más sonoros, los más duraderos. Para él y para el santo, se entiende. Después de la misa, las palabras de agradecimiento de Escobar Alas a Rosa Chávez hablaban de la importancia del purpurado en la historia de Romero y su canonización. “Su amigo… (que) siempre lo acompañó”, lo describió. No solo eso: a Rosa Chávez su cercanía con Romero y sus mensajes le costaron marginación en un clero que estuvo dominado por el ala más conservadora durante las últimas dos décadas. Francisco fue quien lo nombró cardenal.

El 15 de octubre, en la misa ofrecida en El Vaticano por la conferencia episcopal salvadoreña, Rosa Chávez se veía feliz ante un clero que, ante los romeristas presentes, aparecía unido.

Porque San Óscar Arnulfo Romero parece haber logrado lo que el arzobispo Romero nunca pudo: unir al clero salvadoreño. Al menos así lo ha entendido el cardenal Rosa Chávez, quien después de la homilía llamó a todos los miembros de la conferencia episcopal salvadoreña ahí presentes para que se unieran a los ritos de la eucaristía. “Algo nunca visto”, dijo el cardenal: “Todos los obispos juntos. Hoy Monseñor Romero lo está viendo desde el cielo”.

Los procesos de canonización y beatificación de Romero han sacado a la luz los desprecios, calumnias -como las han calificado varios en Roma, entre ellos Vincenzo Paglia, el postulador de la causa romeriana- y ataques que el obispo sufrió en vida de miembros de la curia salvadoreña y de los obstáculos que sus colegas pusieron a los intentos para llevar adelante su santificación en el Vaticano.

Con la canonización formalizada por el papa Francisco frente a la basílica de San Pedro el pasado 14 de octubre el catolicismo no reivindicó solo a la figura de Monseñor Romero, venerada por miles de feligreses salvadoreños desde que el obispo fue asesinado en 1980, sino también su mensaje litúrgico, que encarna los postulados más progresistas en materia social de la iglesia de Pedro. Así lo entiende Rosa Chávez y así lo dijo en la homilía del lunes 15 de octubre.

Para ilustrar mejor el mensaje de Romero y el impacto que tuvo en la iglesia de sus días en El Salvador, Rosa Chávez acudió a la figura del italiano Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, el papa Pablo VI, canonizado junto a Romero. Ambos religiosos, expuso el cardenal, son impulsores por excelencia de los postulados del concilio Vaticano II, que dio a la iglesia una presencia social revolucionaria al desligarla de la visión anterior, establecida en el llamado concilio de Trento, que entendía al catolicismo como un conjunto de prédica y ritos enfocados, únicamente, en la dimensión extraterrena de la profesión de fe.

Una de las cosas que postulaba el Vaticano II es que la iglesia católica debe de existir anclada en el mundo. El arzobispo Romero hizo suya esa máxima en su segunda carta pastoral, escrita en 1977. “El aspecto trascendental de la iglesia… solo podrá realizarlo y vivirlo estando en el mundo de los hombres… Por estar en el mundo… la iglesia descubre el lado oscuro de ese mundo, sus abismos de maldad, lo que hace fracasar al hombre, degradándolo, deshumanizándolo. La iglesia toma muy en serio esa realidad tenebrosa que nos rodea”, escribió el prelado.

En la homilía del 17 de febrero de 1980, Romero dijo: “Los pobres son el grito constante que denuncia no solo la injusticia social sino también la poca generosidad de nuestra propia iglesia”.

En la América Latina de los últimos 70, cuando Pablo VI nombró a Romero arzobispo de San Salvador, los postulados de esa iglesia más progresista, amparada en el Vaticano II e impulsada por el papado del italiano, se toparon con la oposición de la curia más conservadora.

No fue casualidad, consideró Rosa Chávez en su homilía del lunes 15 de octubre, que los rostros de Pablo VI y Monseñor Romero hayan estado uno al lado del otro en la fachada de la basílica de San Pedro, que hayan sido canonizados el mismo día. “Nos llena de emoción que el maestro y el discípulo estén juntos aquí”, dijo Rosa antes de explicar que aquel papa fue uno de los más importantes guías doctrinarios de Romero, pero también su protector en el Vaticano.

Célebre es la frase que Pablo VI le soltó al arzobispo cuando el salvadoreño lo visitó en Roma en 1978 para comentarle del terror que la dictadura militar imponía en El Salvador y de las divisiones en la curia salvadoreña por los mensajes y preferencias doctrinales de Romero. Antes de esa visita, el arzobispo se había erguido ya como defensor del Vaticano II y había desafiado constantemente al régimen del presidente militar Carlos Humberto Romero. “Ánimo, usted es el que manda”, le dijo Pablo VI a Romero para darle ánimos. El cardenal Rosa Chávez acudió a la frase en la homilía del 15 de octubre para explicar la relación entre ambos religiosos.

Con la muerte de Pablo VI y la ascensión de Juan Pablo II, la relación entre Romero y el Vaticano se enfrió. Luego, entre finales de 1979 y principios de 1980, poco antes del asesinato del arzobispo, Washington intercambiaba cartas con la sede para expresar preocupación por los mensajes de Romero que, según la administración estadounidense, alentaba la revolución izquierdista en El Salvador.

Sergio Navarrete, un salvadoreño que vino a Roma por la canonización, tiene ideas al respecto: “Yo creo que cuando el papa (Juan Pablo II) le dio la espalda, Monseñor quedó más expuesto”.

Durante el sermón del 15 de octubre, el cardenal Rosa Chávez dejó que la palabra del propio santo hablara sobre sus enseñanzas. “He tratado de proclamar la fe sin desligarme de la vida. Que difícil es ser fiel a lo que la iglesia proclama… que fácil olvidar algunas cosas”, escribió Romero.

Un día antes, en la homilía de la misa de canonización, el papa Francisco había dicho: “Monseñor Romero dejó la seguridad… para entregar su vida… cercano a los pobres y a su gente”.

El cardenal Gregorio Rosa Chávez acompaña una procesión en la que se honró la memoria de Monseñor Romero. Foto FACTUM/Archivo

La animadversión perenne

No es algo del pasado. El odio a Monseñor Romero, a su mensaje, a sus seguidores, aún sobrevive en El Salvador. Es, sí, muy probable que ese odio no sea ya letal, como lo fue en 1980, pero está ahí, en los usos y cuestionamientos que políticos, funcionarios y miembros de las élites salvadoreñas siguen haciendo, aun a la luz de la canonización.

Una de las referencias más recientes la hizo Jorge Daboub, un empresario de ultraderecha y expresidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), quien a través de sus redes sociales ha cuestionado algunos de los mensajes centrales de Romero, como la participación de la iglesia en asuntos políticos que atañen a la ciudadanía.

El 7 de febrero de 2017, Daboub criticó a José Luis Escobar Alas, actual arzobispo de San Salvador, por oponerse a las concesiones mineras en El Salvador. El empresario atribuyó la posición de Escobar a influencias de los mismos sacerdotes jesuitas que aconsejaban a Romero.

Más recientemente, Daboub ha querido matizar su posición respecto al arzobispo asesinado, no así sobre los dogmas de la derecha política que tienden a identificar a la teología de la liberación con el comunismo, a la cuales el exlíder gremial se opone con fervor. La iglesia ha determinado que Romero no fue adepto de la teología de la liberación, sino que su prédica estuvo siempre basada en los evangelios que El Vaticano considera sagrados. En 2015, el obispo Paglia explicó que esa determinación del apego de la palabra del arzobispo salvadoreño a las escrituras del catolicismo fue indispensable para llevar adelante la beatificación y posterior canonización.

“En retrospectiva, la opción preferencial por los pobres que nuestro santo predicó justamente, fue utilizada y manipulada, antes y ahora, por los comunistas y teólogos de la liberación para alcanzar sus intenciones de poder sin importarles la pobreza”, escribió Daboub el día de la canonización.

Fabricio Altamirano, director de El Diario de Hoy, escribió en su cuenta de Twitter el 9 de marzo de 2017, también a propósito de la opinión expresada por la jerarquía católica salvadoreña a propósito de la minería. “…La iglesia debe atender las cosas de la fe. El retorno de la iglesia a la política nos llena de tristeza”.

Uno de los mensajes transversales en las homilías y escritos de Romero es, de hecho, que la iglesia no existe separada de la polis, de los ciudadanos que también son sus feligreses, y es por eso por lo que los asuntos políticos son de la incumbencia del catolicismo. En la homilía que pronunció el 24 de marzo antes de que lo mataran, Romero dijo: “Muchos nos sorprenden, piensan que el cristianismo no se debe meter en estas cosas (denuncia de la injusticia), cuando es todo lo contrario”.

Durante su sermón en Roma, Rosa Chávez se refirió a palabras como las de Altamirano, que han sido pronunciadas de diversas formas en El Salvador desde finales de los 70. “El diario de Monseñor termina el 20 de marzo. No vuelve a escribir… (pero) deja su testamento en la homilía del 23 (de marzo de 1980)”, en la que dice: “mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra para consolar, para denunciar…”

El domingo 14 de octubre, con sus canonizaciones, los mensajes de Pablo VI y Monseñor Romero volvieron al centro del catolicismo, durante el papado de Francisco, otro adepto de la visión más progresista de esta iglesia.

El arzobispo Escobar Alas también ocupo una referencia a ese pensamiento para cerrar la misa del 15: “Hay mucho aún por que luchar… el derecho al agua, salarios justos, pensiones justas… El derecho a que se conozca la verdad de tantos crímenes. Que haya justicia social para que podamos vivir en paz. Ese es el mensaje de Monseñor Romero”, dijo sin titubear.

Una brisa en aguas turbulentas

Fue Francisco el que culminó las celebraciones en El Vaticano. Pasados unos 15 minutos después de las 11 de la mañana, el papa argentino entró al auditorio para algarabía de los peregrinos presentes, que se apelotonaron tras las barreras protectores que había puesto la gendarmería. Como es su uso, Francisco se tomó su tiempo para saludar, firmar recuerdos y sonreír.

Monseñor Romero, dijo, es el mejor ejemplo de un buen pastor que da la vida por sus ovejas. Su mensaje, dijo también, es para todos sin excepción y se resume en la preocupación por el hombre concreto desde los preceptos del cristianismo. “La violencia se ha sentido con fuerza (en El Salvador), pero es un pueblo que resiste y va adelante”, exclamó ante los aplausos entusiastas de los presentes.

Antes, parado frente a él, Escobar Alas había hecho sus peticiones (la visita del papa a El Salvador, la canonización de Grande y el inicio del nombramiento de San Romero como doctor de la iglesia). Luego, el arzobispo salvadoreño ofreció su “más absoluta fidelidad” al papa “en este momento de turbulencia que atraviesa la nave de la iglesia”. El catolicismo afronta, en realidad, dos turbulencias, la de los escándalos por pederastia y abusos sexuales atribuidos a miles de sacerdotes y prelados, y el cisma entre la curia conservadora y la más progresista a la que representa el pontífice. Las canonizaciones celebradas el fin de semana fueron una especie de racha de calma en medio de esas turbulencias.

Francisco, antes de despedirse de los feligreses salvadoreños que celebraban a su santo, ocupó el micrófono para lanzar un fuerte mensaje a los sacerdotes que gobierna: “Cuiden al pueblo de dios, no lo escandalicen”. Y, con una broma campechana, se despidió de la gente de San Romero: “¿Ustedes pagaron por entrar aquí? ¿No? Van a pagar un precio, el precio es que recen por mí”.

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