Respeten mi derecho a decidir

Recuerdo perfectamente el 1 de junio de 2009. Después de que Mauricio Funes asumiera el poder, yo conducía por las casi desérticas calles de San Salvador. Iba hacia la clínica de la ginecóloga en la Colonia Médica. Tenía nueve semanas de embarazo. Iba a realizarme una ultra programada. De rigor, pues. Pocas semanas antes me había enterado de que estaba preñada. Yo tenía años planificando; me inyectaba mensualmente. La noticia me tomó por sorpresa.

Después de una prueba de embarazo negativo y de “menstruar” durante dos meses seguidos, no imaginaba que me daría cuenta de que estaba embarazada. Había tenido problemas de salud, pero no sabía que estaban relacionados con mi embarazo. Yo no había estaba menstruando, estaba manchando y eso significa un riesgo en el embarazo. Por mucha educación y conocimientos que creas tener, esto pasa y te toma por sorpresa.

La noticia de la doctora me dejó perpleja. Cuando hizo la ultra me dijo que el corazón del bebé ya no latía. El líquido se había salido de la bolsa y el bebé estaba muerto. Me asusté mucho. En menos de un mes, recibí dos noticias que no me esperaba. Cuando supe que iba a ser madre me sentí feliz. Muy feliz. La felicidad me duró poco más de diez días.

Recuerdo que me sentí confundida con la explicación de la ginecóloga. Entré en shock y pánico. Avisé a mi familia y a mis amigas con quienes compartía casa. Aunque seas profesional y tengas 35 años este tipo de noticias siempre, siempre te golpean. Siempre te van a golpear. Me fui al hospital Materno Infantil 1º de mayo. Allá llegaron Rina y Wendy. Claudia Sofía, Blanca y Liza me llamaron para darme su pésame. Recuerdo también que hablé a Mario, mi mejor amigo, quien fue a traerme cuando me dieron el alta.

En la sala de espera me acompañaban mis amigas y el novio de una de ellas. Esperé durante algunas horas para que me atendieran. El médico que me revisó en el hospital me preguntó por qué iba, cuánto tiempo tenía de embarazo, y a él le entregué la referencia que tenía de mi primera consulta en el ISSS y de la ginecóloga. Estaba en shock. Y asustada. Muy asustada. No puedo describir con palabras escritas ni habladas lo que sentí en ese momento. Tampoco puedo evitar llorar al escribir esto, al hablarlo, mucho menos al recordarlo.

Pero quiero contarles que yo decidí ser madre. Sí, yo lo decidí.
Recuerdo que cuando le conté a una de mis amigas que estaba embarazada –ella me acompañaba a pasar consulta al ISSS- me preguntó qué pensaba hacer. Su pregunta me sorprendió porque yo nunca tuve dudas sobre ser madre. Esto pese a que desde los 13 años había decidido lo contrario: que nunca sería madre. Y es una idea que a la fecha mantengo; sin embargo, cuando supe que estaba embarazada sentí mucha felicidad, una alegría inmensa. Comencé a hablarle a mi bebé, al que los médicos llamaban “producto”. Estoy compartiendo esto porque precisamente tuve la opción de decidir, aunque ya sé que de acuerdo a la ley no podía “decidir” lo contrario.

En el hospital nadie sospechó de mí. Compartí vivencias con otras doce mujeres que estaban ingresadas por la misma razón. En ese largo y ancho cuarto, solo una había dado a luz. Todas las demás habíamos sufrido un aborto espontáneo y gracias a Dios y al universo nadie dudó de nuestra versión. Afuera de esa habitación llena de camarotes no había policías ni nadie que nos juzgara por haber sufrido un aborto. Claro, yo nunca pensé que alguien podría sospechar que me había provocado un aborto. ¿Por qué iban a pensar eso sobre mí?

Hace dos años, cuando Héctor Silva me pidió reportear sobre los casos de las 17 mujeres acusadas de homicidio agravado, mi perspectiva sobre lo que me pasó a mí y a las otras 12 mujeres ingresadas hace casi siete años cambió. La simple idea de pensar que alguien pudo dudar de lo que me pasó y de pensar que pude estar presa por un problema obstétrico durante mi proceso de gestación me hizo palidecer. Entrevisté a una de estas mujeres a los días que salió libre. Me contó su historia y yo le creí. Le creo que no quiso asesinar a su hija, quien ahora ya tiene 17 años, en esa fosa séptica. Le creo porque de mí nadie dudó. Pero claro, mi estatus social es distinto al de ella, quien vive en un lugar con características rurales, en unas condiciones de casi pobreza extrema y con un nivel de educación muy básico.

Sin embargo, mi idea de compartir esta historia, que seguramente se cruza con las de miles de mujeres salvadoreñas, no es para hablar de las dudas que despertamos las mujeres que sufrimos pérdidas durante nuestros embarazos en un país donde la presunción de inocencia no vale nada. Escribo sobre esto porque yo decidí continuar con mi embarazo. Porque creo que soy dueña de mi cuerpo y que mis decisiones son privadas y resultan de mi libre albedrío.

Dios no va a mandar a un violador a probarme

Estoy convencida de que nadie más debe decidir por mí y que yo no debo de esperar que otras personas piensen igual que yo ni compartan mis creencias. No pretendo mezclar la religión con el tema de la interrupción del embarazo porque no tienen nada que ver y porque además vivimos en un Estado laico, de acuerdo a la misma Constitución, que reconoce el principio de inocencia. Sí quiero aclarar que yo creo en Dios, así como creo en el universo y en muchas cosas. Mi problema no es falta de creencias; de hecho, tengo demasiadas, y he peregrinado por casi todas las religiones gracias a vecinos y amistades: católica, mormones, testigos de jehová; y estudié en un colegio evangélico.

Yo, al igual que muchas mujeres que están en mi rango de edad, fui víctima de violencia sexual cuando era menor de edad. A temprana edad descubrí que el enemigo estaba adentro de mi casa, enfrente de mi casa y en el lugar de trabajo de mi mamá. Pese a esto, no quedé embarazada porque cuando mis distintos agresores me atacaron yo tenía menos de nueve años y aún no había visto mi primera regla. No quisiera imaginarme si hubiera quedado embarazada a raíz de esto y mucho menos si el Estado me hubiera obligado a continuar con un embarazo producto de una violación. Tampoco tengo idea de qué hubiera decidido yo: era una niña y estaba asustada.

Ahora que ya no soy una niña me da rabia, mucha rabia que las estadísticas oficiales indiquen que entre el año 2013 y el 2015 uno de cada tres embarazos ha sido de adolescentes. El mapa de embarazos en niñas y adolescentes en El Salvador recoge que el “Ministerio de Salud reportó que para el año 2015 un total de 13 mil 146 niñas salvadoreñas de 10 a 17 años se inscribieron en control prenatal, de las cuales el 11 % (1 de cada 9) tenía 14 años o menos”. Son cifras alarmantes que hablan de delitos sexuales. Todas las personas que residimos en este país deberíamos de saber que tener relaciones sexuales con menores de edad es un delito.

Y aunque no tengo una cifra oficial, sospecho que en 2015 la mayoría de los agresores de estas menores de edad no fueron procesados por esto. Sin embargo, estoy convencida de que si alguna de ellas intentó interrumpir su embarazo y fue descubierta, fue procesada por aborto. Y si sufrió un aborto espontáneo en algún baño de un centro educativo, se sospechó que ella se lo provocó y algunos medios de comunicación arremetieron contra ella. La hicieron ver como culpable antes de que fuera vencida en juicio porque les cuesta manejar la presunción de inocencia o simplemente no presentan información que refleje un balance entre las fuentes.

Yo estoy de acuerdo con la interrupción del aborto. Estoy de acuerdo con la solicitud de adicionar al Art.133 del Código Penal, las cuatro causales de aborto no punible:

  1. Cuando sea con el propósito de salvar la vida de la madre y con el consentimiento de esta. Si yo me hubiera visto en esta disyuntiva, hubiera querido tomar mi propia decisión.
  2. Cuando el embarazo es producto de una violación sexual o trata de personas, porque si volvieran a violarme, es una decisión que me compete tomar a mí. No creo en designios ni pruebas de Dios en estos casos. De hecho, creo en un Dios de amor, no en uno que me mandará a un violador para ponerme a prueba. Me parece un argumento de lo más estúpido.
  3. Si el feto tiene una malformación congénita que haga inviable la vida extrauterina. Recuerdo tanto el caso de Beatriz y no le deseo a nadie más ese calvario. Entiendo las posturas de quienes “optaron por no interrumpir sus embarazos”, pese a la malformación de sus bebés. Ustedes decidieron, respeten el derecho de cada quien a decidir. No impongan sus opciones personales y privadas. No entiendo su falta de sororidad.
  4. El realizado por facultativo, con consentimiento de la menor de edad, en los casos de violación o estupro; con consentimiento de los padres o tutores legales, de acuerdo a lo establecido en el Art. 18 de la Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (Lepina). Si yo hubiera quedado embarazada cuando era menor de edad, hubiera esperado que mi mamá me apoyara en interrumpir ese embarazo que no me hubiera buscado y que no me hubiera merecido.

Estoy en contra de este sistema y de esta sociedad patriarcal que estigmatiza y revictimiza a las mujeres y a las menores de edad. Sobre todo a las mujeres pobres. Coincido con Ana Escoto, con Elena Salamanca, con Marcela Zamora y con muchas mujeres en que debemos ser libres para decidir. Por eso que invito a quien lea este artículo a que firme la petición de una legislación por la salud y la vida de las mujeres.

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