¿Qué castigo merece Boca?

Hay dos partidos que se juegan cuando instituciones que han alimentado una animadversión histórica entre ellos (hasta el límite en el que ya no se distingue lo moral de lo inmoral), tal y como ocurre cuando Boca Juniors y River Plate chocan en Argentina. Y, cuando el azar dispone que el camino los cruce hasta tres veces en doce días, es lógico pensar que algo va a resultar bastante mal…

Ahí acontece el partido de fútbol, el de los goles, las tácticas y los caprichos de una pelota bipolar… Pero también se vive el partido de las cargadas, el de la burla inmisericorde al rival, el de transformar un estadio en un manto de lava y carne, en un viaje de Dante y Virgilio por nueve círculos de adrenalina al filo del rebalse que desata un gol. Este es el partido de la papelina, las lucitas de pólvora, la piel vuelta gelatina, el temblor de la grada, los cánticos , los sueños, la rabia…

Y los dos juegos son una guerra. Ambos violentos, porque eso es el fútbol…

Ya lo dijo –y muy bien lo dijo– Nick Hornby en su libro “Fever Pitch”, cuando relata los sucesos de “La tragedia de Hillsborough“, en un juego entre Liverpool y Nothingham Forest, en abril de 1989. Ahí fallecieron aplastadas 96 personas. Pero el fútbol continuó, porque los errores humanos, por más catastróficos que sean, representan una nimiedad si se les compara con la máquina de pasiones que el juego en sí desata.

“Fui al estadio a ver el juego Arsenal-Norwich (dos semanas y dos días y después de la tragedia de Hillsborough), y lo amé, por las mismas razones que vi la final entre Liverpool-Juventus (después del desastre de Heysel), y por las mismas razones que han hecho que el fútbol realmente no haya cambiado demasiado en más de cien años: porque las pasiones que el juego induce consumen todo, incluso el tacto y el sentido común. Si es posible ir a un estadio de fútbol dos semanas después de que en un lugar similar murieron casi cien personas –y es posible, yo lo hice–, entonces quizás es un poco más fácil comprender la cultura y las circunstancias que permitieron que estas muertes ocurrieran. Nunca nada importa, aparte del fútbol“.

– Nick Hornby en su libro “Fever Pitch”

Y eso es lo que cruzó por la mente de un grupo de aficionados radicales del Club Atlético Boca Juniors ayer por la noche, cuando decidieron romper una malla, quemar con una bengala el túnel plástico por el que entrarían los jugadores de su odiado rival, el Club Atlético River Plate, a la cancha, en el segundo tiempo del decisivo choque de vuelta por los octavos de final de la Copa Libertadores…

¡Y rociarles gas pimienta! (o algún material tóxico similar)

Eso, una maniobra así, requiere estudio, requiere planificación, requiere estar muy compenetrado en el segundo partido, en ese de la guerra de desgaste, humillación, ultraje y hasta maltrato físico al rival. Y eso ya no es fútbol. Eso es otra cosa… Quizá sea una guerra de desgaste en la que, como dice Nick Hornby, “las pasiones que el juego induce consumen todo, incluso el tacto y el sentido común“. 

La cosa no se quedó solamente en eso. Dentro de la planificación para humillar a River Plate ante el mundo también estaba incluida la idea de pasear por el estadio a un drone en el que colgaba un fantasma con la letra B, en referencia al descenso de River Plate a la Primera B del campeonato argentino, ocurrida en junio de 2011. 

Por supuesto que los aficionados de Boca que jugaban ese segundo partido sabían que tales acciones iban a derivar en un castigo severo. Son locos, pero no tontos. Sabían que eso ocurriría, que se castigaría al club, que el gasto lo pagarían incluso los futbolistas de su amada institución… Aún así, decidieron proceder.

Quizá lo hicieron porque lo ocurrido ayer en La Bombonera es más grande que una eliminatoria a doble partido, que un baile de goles en el que cualquiera acumularía una estadística más. Ayer el mundo entero vio hasta qué nivel un grupo bastante grande de aficionados de Boca desprecia a los de River, hasta qué punto llegan y lo que están dispuestos a perpetrar.

Y que nadie se equivoque, porque esto no es un acto exclusivo de los hinchas de Boca. Esto remite también a los de Racing, a los de Independiente… a los de River mismo. Esto es una muestra de la pasión irreflexiva con la que se vive el fútbol en ese país, en Buenos Aires, en lo que Calamaro define como “La ciudad de la pelota”.

Siendo así las cosas, ¿qué castigo pueden tomar las autoridades para frenar el desenfreno? ¿Con qué se le puede intimidar a los que no se intimidan? ¿Cómo eliminar a los que piensan que dejando esa huella ganan su partido particular? ¿Cómo ganar un partido en el que, si las medidas de seguridad son tan dóciles, ya se ha perdido desde antes?

La FIFA ya condenó el incidente y CONMEBOL publicó un comunicado en el que  informaron que ya se abrió un expediente contra Boca Juniors y será hasta mañana que habrá una postura y sentencia oficial del castigo.

De momento se habla (de manera no oficial) que el resultado del juego sería 3-0 en favor de River, eliminando así a Boca Juniors de la competencia. Pero, más allá de lo futbolístico, la pregunta en el aire es la de ¿cómo contrarrestar a la violencia cuando se le ve como una victoria moral para los radicales?

¿Un año de castigo en la Libertadores y una multa de un millón de dólares (como mencionan algunos medios)? ¿Dos años sin torneos internacionales en la Bombonera?

¿Quién paga eso? ¿Los radicales? ¿Cómo se les controla? ¿Cómo se les amedrenta?

Mañana deberíamos tener noticias al respecto, pero si los castigos a la Institución no incluyen reformas al manejo de la seguridad –apuntando directamente al control de barras y grupos organizados–, ocurrirá como bien describe Nick Hornby: nada va a importar, excepto el fútbol… porque este sigue y va a seguir después de esto.

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