Ser pro-vida (y la última resolución constitucional)

¿Qué es ser pro-vida? ¿Usted es pro-vida? ¿Por qué? ¿Usted cree que por ser anti-aborto usted se convierte automáticamente en pro-vida? ¿Usted sabe qué es nacer? ¿Usted sabe qué es vivir? ¿A usted le molesta que se usen sus impuestos para dar leche gratuita a los niños? ¿A usted le carcome el alma ver cómo “se botan” sus impuestos en regalar útiles escolares, zapatos y uniformes a los niños? ¿A usted le explota la cabeza cuando ve cómo una mujer pierde a su feto por un aborto involuntario, pero no le interesa que el ISNA cuida con un gran descuido a los niños en abandono? Usted no es pro-vida. Usted es hipócrita. Pero, está bien, seré amable, haré el matiz: usted es una persona “pro-nacimiento”.

En El Salvador se mata mucho y sin razón, pero pocos comprenden y dan la razón a una mujer cuando necesita abortar por el trauma de una violación sexual o porque -esto, por favor, ni siquiera debería tener discusión- está en riesgo su vida por problemas clínicos en su embarazo.

Yo me siento impedido de juzgar desde mi moralidad y desde mi nula religiosidad cuando una mujer aborta por voluntad propia luego de haber sufrido una violación. Tampoco me aparece de repente el mazo del juez en la mano cuando veo que la madre tiene un alto riesgo de morir durante el embarazo o el parto y, ante ese inminente peligro, decide abortar.

En varias ocasiones me han preguntado qué opino sobre el derecho a la vida cuando hablamos del dilema moral y legal del aborto. Pues, creo que en estos casos específicos que mencioné no debería haber ningún tipo de restricción, ni moral ni legal, para que cualquier mujer que resida en este país pueda buscar un centro de salud público o privado para practicarse un aborto. Porque, estoy convencido, estas mujeres se están procurando la vida. La vida digna.

Porque, sin embargo, yo me considero pro-vida. Sí, yo soy pro-vida. Estoy a favor de que las niñas y los niños que nacen tengan una vida digna. Yo quiero que los niños sean la prioridad para la sociedad y el gobierno. Aunque sea una mamá soltera o un papá soltero, yo quiero que a ese hijo se le dé todo el amor que merece. Y más allá de eso, todos los cuidados, todo el estudio, la alimentación, el vestido, la preparación, la enseñanza sobre el humanismo y sobre la solidaridad.

¿Y si nacen en pobreza? A mí no me duele pagar mis impuestos para que a estos niños se les brinde, desde el Estado, exactamente lo mismo que les pueda ofrecer una familia que tiene ya los recursos suficientes. Creo que debe haber dignidad para ellos. Creo que deben vivir la vida como se merece un niño y que crezcan con esos recuerdos. Siento yo que esto trasciende al solo hecho de defender su nacimiento.

Yo quiero que estos hijos reproduzcan toda esa nueva cultura a las nuevas generaciones que les sobrevendrán y así se generen nuevos ciclos, más humanos, menos violentos. Pero es complicado cuando quienes se adueñan de la bandera pro-vida son grupos que en su resumida capacidad de procesar la realidad tan compleja creen que el concepto vida son solo los nueve meses de una gestación.

Los niños nacen y dirán: bueno, que les vaya bien, bienvenidos a El Salvador, queridos; ah, ¿nacieron en pobreza?, lo siento mucho, válganse por ustedes mismos, aunque el sistema socioeconómico de este país los condene a una vida indigna de la que difícilmente van a salir; no me importa ya, cumplí mi cometido: naciste, luego me voy; ¿y su niñez?, ahí vean ustedes, pero no toquen mis impuestos, y de paso, les cuento que si me sale el plan, declaro pérdidas en mis empresas y no los pago. Pro-nacimiento.

Mientras tanto, la última resolución de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia ha dejado la puerta libre a los legisladores para adecuar la personalidad jurídica del no-nacido. Lejos, lejísimos de los titulares de noticias de medios de comunicación encantados de la sumisión ante la iglesia y los grupos pro-nacimiento (déjense de llamar pro-vida, por favor), los magistrados de la sala han declarado que este derecho a la personalidad jurídica del no-nacido en ningún momento otorga un derecho absoluto y mayor sobre los derechos de los otros.

Más interesante, los magistrados de la sala han dejado claro en su sentencia que siempre habrá derechos en conflicto (como el de una madre en peligro de muerte si no aborta, por poner un ejemplo) que les corresponderá a los legisladores regular.

“El derecho a la vida de la persona que está por nacer ‘no es un derecho que en todos los supuestos deba prevalecer sobre los otros, sino que es necesario hacer una ponderación para cada caso’ y ‘tampoco reclama un deber de protección absoluto e incondicional de la vida en gestación’. La imposibilidad de absolutizar la protección de la vida intrauterina —puesto que esto supondría jerarquizarla o preferirla sobre los derechos de los demás— deja espacio para que el legislador tome en cuenta los cambios del proceso biológico, a fin de realizar valoraciones diferenciadas sobre los niveles de protección a los que el Estado está obligado”, dice parte de la resolución.

Será entonces en la Asamblea Legislativa el verdadero debate entre quienes defienden la libertad completa para abortar sin más causas que las ganas, quienes abogan por los abortos clínicos y por embarazos producto de violaciones, quienes defienden a secas el nacimiento (mal llamados pro-vida) y quienes creen en que se debe nacer para una vida digna. El espacio está listo.

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