Para hombres como yo

La gente no tiene que ser exactamente como otra para entender el dolor ajeno y comprometerse a mejorarlo.  Eso es cierto  cuando poblaciones mestizas exigen el cumplimientos de derechos para poblaciones indígenas o cuando miles de gentes que se identifica como “heterosexual” marchan a favor de las poblaciones  LGBT. Como creyente, nunca me olvido que una de las grandes virtudes en las religiones judeocristianas es la compasión, ese sentimiento que nos obliga a buscar el alivio del dolor ajeno. En los momentos de compasión, nuestra identidad se junta con la de la persona adolorida y nos damos cuenta que no podemos ser felices mientras la otra persona viva en profundo sufrimiento.

Está claro que nosotros decidimos por quienes sentimos compasión y si se la negamos a un grupo específico al que consideramos indigno de nuestra identificación. En la lucha contra las múltiples formas de violencia contra las mujeres, de las que se incluye el feminicidio, la línea que divide el bienestar de los hombres y el de las mujeres es tenue. ¿Pueden hombres como yo, de clase media y con educación superior, ser felices si las mujeres que ellos dicen amar están sistemáticamente en riesgo de ser abusadas y violadas por otros hombres?  ¿Puede un hombre en El Salvador estar satisfecho, si en el caso hipotético de reducir el asesinato de jóvenes de clases populares los niveles de discriminación laboral y violencia sexual contra las mujeres se mantienen altos como hasta ahora?

Como hombre salvadoreño que ama a su familia, la ideología de contraponer mi felicidad con la de mi hermana, mis primas y mi madre es insultante.  Es una ideología trasnochada de división y de odio. La lucha contra la violencia que mata a miles de hombres salvadoreños al año no implica renunciar a la lucha por que las mujeres no sufran de vejámenes y acoso que pocos hombres han experimentado o sufrido. La justicia no es que todos estemos igualmente jodidos, sino que todos mejoremos al mismo tiempo.

Todavía recuerdo cuando una antigua pareja me relató sus experiencia diarias con el acoso y el irrespeto de que era víctima por parte de otros hombres. En ese momento me dije que yo podría tener miedo a ser asaltado, golpeado y hasta secuestrado, pero nunca había salido de mi casa con el miedo a ser violado y vejado. En parte, mi falta de compasión provenía de la idea de que sus derechos y los míos estaban desconectados y que siempre que ella gozaba de una ventaja, eso significaba una desventaja para mí.  Como que para las madres solteras en El Salvador, equiparar sus sueldos con el de sus compañeros hombres no implica mejorar las condiciones de muchos niños y hombres que dependen de ellas. Como que proteger los cuerpos de las mujeres no significa también proteger el bienestar material, psicológico y social de miles gentes que tiene a una mujer como cabezas de familia.

Estoy lejos de ser perfecto y sufro muchas de las  contradicciones que los hombres salvadoreños experimentan en sus vidas. Sin embargo, luchar para que las mujeres no sufran de abuso e inequidad no es para santos ni para mártires. Simplemente significa, primero, aceptar que mi felicidad como hombre es imposible sin la felicidad de las personas que se identifican como mujeres. No puedo ser feliz si mi madre es tratada como ciudadana de segunda clase por la sociedad y mi hermana corre el riesgo de ser acosada en su lugar de trabajo. Esas fuerzas sociales que facilitan la violencia contra la mujer sobrepasan cualquier iniciativa que un hombre establezca para proteger a su familia.

En segundo lugar, hombres como yo podemos solidarizarnos al apoyar cualquier iniciativa que mejore las vidas de las mujeres, en especial la de las clases. También debemos tratar con respeto y equidad a las mujeres que conviven con nosotros. Sin embargo, las iniciativas individuales no sustituyen actuar colectivamente. Para esto, un hombre salvadoreño simplemente necesita aliarse con nuestras mujeres y sentir su dolor como el nuestro. En muchas de las ocasiones, solo hay que marchar junto a ellas y quedarnos callados cuando tomen decisiones sobre sus cuerpos y bienestar. Muchas de esas estrategias de convivencia social ya nos las enseñaron en relación a como tratar a otros hombres, en especial a los poderosos, ahora habrá que hacer lo mismo con las mujeres que decimos amar.

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