“Noviembre”, el reto de mezclar ficción y periodismo

En noviembre pasado, leí mucho sobre el exilio del escritor salvadoreño Jorge Galán (y sus motivaciones) pero poco sobre las cualidades literarias de “Noviembre”, su novela sobre la masacre de los jesuitas de la UCA, ocurrida en 1989.

La salida del país de Galán, que terminaría prácticamente por eclipsar el contenido de su libro, se daría a conocer por medio de un brevísimo manifiesto en apoyo al autor que empezaría a circular en internet el 12 de noviembre, justo un día después de que el mismo escritor presentara su obra en San Salvador.

El texto, firmado por más de 800 personas, donde destacaban nombres de premios Nobel y Pullitzer, académicos y artistas de todo el mundo, afirmaba que Galán había recibido amenazas de muerte, llamaba a tomar conciencia “de la gravedad de los hechos” que narraba su novela e instaba a las autoridades salvadoreñas a asegurar su integridad.

Si esas denuncias eran ya un motivo suficiente para despertar la curiosidad de cualquier lector, su editorial Planeta duplicaba la dosis, despachando en la reseña del libro esta promesa: “…Noviembre es una emotiva y turbadora novela sobre el miedo, el odio y la impunidad. Un libro que vierte por primera vez un poco de luz sobre los hechos nunca esclarecidos de 1989…”

La masacre de los seis jesuitas, una de sus colaboradoras y su hija, a manos de un comando del ejército salvadoreño, ha sido uno de los crímenes que más atención mediática ha recibido en nuestra historia reciente.

Aunque los autores materiales fueron beneficiados con la entrada en vigencia de la Ley de Amnistía, aprobada después del final de la guerra civil, y los autores intelectuales nunca fueron juzgados, existe un conocimiento bastante detallado de los hechos que ocurrieron antes, durante y después de la madrugada de aquel 16 de noviembre de 1989, cuando los religiosos fueron asesinados.

La Comisión de la Verdad individualizó incluso a los responsables y señaló a los más altos rangos del ejército de haber dado la orden. Desde entonces, el periodismo ha generado centenares de páginas sobre el tema y ha dado voz a los protagonistas y testigos.

Así, tratar de imaginar algún elemento sobre ese crimen que no se hubiera dicho o explorado antes a lo largo de esos 26 años era demasiado seductor como para dejarlo pasar.

En su obra, Galán recurre a las técnicas de la “novela de no ficción” o “crónica novelada”, un género en el que el nombre de Truman Capote salta inmediatamente como referencia ineludible. Si bien el estadounidense no fue su inventor, sí ayudó en el siglo XX con su obra “A sangre fría”, a innovarlo y a redefinirlo.

En una entrevista con Eric Norden, publicada en 1968 en la revista Playboy, Capote admitía que el nombre “novela de no ficción”, que había acuñado para su trabajo, le parecía un término torpe y contradictorio, pero que aun así no había podido encontrar mejores palabras para describir lo que se había propuesto:

“Escribir una narración periodística que se valiera de todos los recursos creativos y técnicas de la ficción para contar una historia verdadera como si se tratara exactamente de una novela”.

Capote argumentaba que, a diferencia de los trabajos de periodismo narrativo anteriores a “A sangre fría”, que, en un afán por resolver el problema de la credibilidad, habían optado por incluir al narrador en la acción del texto, él había decidido ahondar en los recursos de la ficción “entrando” en sus personajes, dándoles así una vida propia.

A tal punto había llevado su ejercicio, decía, que él no aparecía ni una sola vez en el libro.

“En mi esfuerzo por darle al periodismo ese movimiento interior y vertical —y ese fue todo el propósito de mi experimento — tenía que remover completamente al narrador. Tenía que hacer que el libro fluyera ininterrumpidamente desde el inicio hasta el final justo como una novela, y, por tanto, el narrador nunca entra en la fotografía y no hay interpretación de personas ni de eventos”.

“Noviembre” hace conjunción de esa y otras experiencias y termina echando mano de ambos recursos: un yo, cercano al periodismo, que aparece para dejar patente las entrevistas realizadas, la búsqueda de respuestas; y otro yo omnisciente, surgido de la literatura, que entra en los personajes y nos deja escuchar sus voces, pero también nos revela sus pensamientos y sus angustias.

Es cuando Galán utiliza esta última técnica y saca a relucir su pulido oficio de poeta cuando alcanza las más altas cimas en su libro. Están ahí, por ejemplo, y sobre todo, la lacerante belleza de los recuerdos de Ellacuría en los minutos finales de su vida; la entrañable historia del niño de Chalatenango convertido en soldado del batallón Atlacatl;  la febril imaginación de un par de infantes que sueñan con un barco fantasma hundido en las costas de Acajutla.

En cambio, es cuando entra en los terrenos más periodísticos, cuando la novela pierde  fuerza.

En una entrevista que Galán tuvo en noviembre con Tania Pleitez en Barcelona, admitía: “Quería reconstruir la historia de la manera más fiel posible, pero no quería renunciar a las posibilidades que ofrecía la ficción, es decir no quería caer en el reportaje”.

A pesar de sus precauciones, el libro transita a grandes ratos por esos caminos. Y es ahí donde pierde impacto.

Quizás el reto más grande de una obra con las características de “Noviembre”, al abordar un tema que ha sido tan minuciosamente documentado a lo largo de los años, consista en evitar que el lector tenga la sensación de estar leyendo un reportaje más, de los muchos que se han escrito ya. Difícil tarea que en este caso se resuelve a medias. Sobre todo si se toma en cuenta que la promesa de la editorial se queda solo en eso y no existe en el libro, ningún elemento realmente novedoso sobre el crimen.

Claro que la novela puede resultar esclarecedora para un lector que nunca haya tenido un acercamiento informativo con los hechos de la masacre. Para ellos es posible que la irrupción del narrador periodista entrevistando a sus fuentes no resulte tan incómoda, pero aun así, apuesto a que apreciarán más los recursos literarios de la obra, un apartado donde Galán deja clara su maestría.

Ernesto Mejía es periodista. Esta reseña fue retomada, con permiso del autor, de su blog El Cofre Verde. Puede seguir a Mejía en Twitter como @netomejia08.

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