El nidito de la desigualdad

Hoy la vida me llevó a un hospital nacional. Específicamente a su clínica de atención integral. “Al final de las gradas gire a mano derecha”, indicó el vigilante. Una enfermera muy amable y atenta salió a mi paso, cosa que no es común en las enfermeras de los hospitales nacionales.

Tenía un encuentro laboral con la encargada de la clínica. Una mujer exuberante y con presencia, comprometida con las causas más imperceptibles de este país. Dispuesta a dejar todo por la lucha de un bien común, en busca de la justicia social y del trato digno a personas que nunca han sido tratadas con dignidad.

No, no era Supergirl. Era una doctora de un hospital nacional. Una entre cientos de internos que día a día trabajan por la salud de El Salvador. Una doctora única y comprometida desde la visión humanística de la medicina. Una entre mil. Entonces, me pregunté: ¿será la única doctora, en todo el país, que lucha contra el VIH-SIDA?

Y comenzó la lista de dificultades. El agua, las críticas, la envidia, el desempleo, el hambre, la pobreza, la discriminación, la falta de recursos. La falta de conciencia en un país donde luchamos por nimiedades. La falta de oportunidades en un país donde el único triunfo posible es que el Real Madrid le gane al Barcelona. La falta de una cultura e identidad, donde el bien común sea un derecho y no una desigualdad.

A este país le sobra capital humano y le hace falta humanidad. Personas que comprendan que el bien de otro puede ser un beneficio para todos. “Falta de valores”, como diría nuestro actual presidente. Diferenciar entre la igualdad, el respeto, la libertad y sobre todo la dignidad. La dignidad que nos quitaron allá en 1932. Aquella que desapareció en los acuerdos del silencio en 1992 y la que enterramos con los terremotos del 2001.

El VIH podría ser una pincelada de lo desgastada que tenemos la humanidad. Al salvadoreño lo mata la falta de medicamentos y el prejuicio de una nación analfabeta. Los políticos se llenan la garganta en conferencias y eventos para “combatir el SIDA”, cuando el trabajo sustentable se encuentra en las calles y hospitales de este miserable país.

Señora ministra de Salud: de nada nos sirve un festival de cine para sensibilizar una nación, cuando el trabajo se encuentra archivado en cifras y olvidado en “estrategias”. ¿Cuántos casos conoce sobre VIH, señora ministra? En 2015, el presupuesto para medicamentos y atención pública se vio reducido a $934 mil 525 dólares, cuando lo necesario era de $4 millones 467 mil 237, con los cuales se pudo apostar por proyectos de prevención y ayuda continua para las personas positivas y de escasos recursos, quienes en su mayoría sufren de desempleo y discriminación.

“A estas mujeres no las mata la falta de medicamentos, las mata la desigualdad de este país”, finalizó la doctora en aquel cubículo del hospital. Cientos de mujeres buscan ayuda en clínicas u otras organizaciones, obteniendo el desprecio de muchos por la ignorancia de los hechos.

Cientos de mujeres viven en zonas de alto riesgo por acoso de pandillas, en champas, sin agua potable y sin un grano de maíz para los tres tiempos de comida. Son muchas las mujeres que abandonan el tratamiento, porque su vida es un constante caos y la pobreza contribuye con el estrés de sostener una familia y una enfermedad que puede complicarse en un abrir y cerrar de ojos.

Hoy conocí a un grupo de mujeres con VIH. Las abrace y les besé la mejilla porque mi respeto no tiene un límite al conocer su lucha constante por vivir.

Hoy recibí una bofetada. Un golpe hiriente sobre la triste y silenciosa realidad de nuestro país. Una realidad inmediata, a la vuelta de tu casa. Tu vecina, el mecánico, la prostituta que no tuvo opción. El problema no es la muerte de un salvadoreño, sino el tiempo y la poca proactividad de aquellos que tiene el poder de cambiar esta situación, con poco o con nada.

Mitzty Torres es estudiante de Comunicación Social de la UCA. Actualmente está realizando una pasantía en revista Factum.

 

 

 

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