Muy poco lo de Paco

El expresidente Francisco Flores enfrenta desde el jueves pasado una audiencia preliminar en San Salvador por delitos relacionados a corrupción. Las pruebas presentadas por la Fiscalía son pocas e inconexas. Todo indica que el caso no pasará de ser un espectáculo político en el que la novedad ha sido ver a un exmandatario esposado.

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Empecemos esta historia por donde hay que empezarla, por él, el ex presidente Francisco Flores, el que dolarizó a El Salvador, el que introdujo la Mano Dura, el que llevó a las tropas salvadoreñas a Irak… el que desvió dineros otorgados por la República de China en Taiwán para asuntos partidarios con el aval de la cúpula de su partido, la Alianza Republicana Nacionalista, y del candidato presidencial cuya campaña parte de esos fondos financiaron: Elías Antonio Saca.

Empecemos por Paco para luego hablar del proceso que lo tiene frente a un juez de instrucción que aspira a ser fiscal general de la república; y para hablar de cómo propios y extraños pretenden hacer pasar ese proceso y la imagen de Flores con esposas como la prueba final de que en El Salvador se combate la corrupción. No es así: lo de Paco es muy poco y habla más de las vendettas entre las dos organizaciones políticas que se han repartido el poder en el país o de las elites económicas que los han financiado –sobre todo del gran capital, financista del partido ARENA-, que de un intento real por hacer justicia y combatir la corrupción.

El jueves pasado, el fotógrafo de Factum, Frederick Meza, tomó una foto que, como las buenas fotos lo hacen, habla del empequeñecimiento final de Francisco Flores: en el centro del cuadro, de medio cuerpo, flanqueado por las sombras de dos agentes policiales que lo custodian, el expresidente se inclina, el gesto descompuesto en rictus de cólera y preocupación. Es otro Paco Flores, al menos uno al que habíamos visto muy poco en público.

 

Aun en aquella reunión de la comisión legislativa que lo investigaba –sí, en esa formada por diputados del porte de Reynaldo Cardoza, Guillermo Gallegos o Francisco Merino-, Paco tenía un porte más parecido al que lo definió como político: arrogante, sobrado, y sí, colérico cuando alguien osaba contradecirlo. Esos fueron los rasgos con los que Francisco Flores gobernó; así, pensándose más preparado que cualquiera en su partido, en la oposición o en la sociedad entera, decidió dolarizar sin consultar más allá que a sus principales acólitos; así decidió centrar su política exterior en seguir los pasos del Estados Unidos de George Bush; y así, para efectos domésticos, utilizó todo el poder que le daba ser el enfant terrible, el elegido del gran capital, para apropiarse de ARENA por un buen rato, y luego, con las mismas credenciales, para intentar retomarla por las malas cuando Rodrigo Ávila, el candidato de Tony Saca, perdió la elección frente a Mauricio Funes.

El último engendro político de Paco fue la fallida candidatura presidencial de Norman Quijano. De nuevo, apoyado por varios integrantes del gran capital, Paco se abrió espacio a codazos entre quienes pretendían reconstruir el partido al que el mismo Flores y Saca habían hecho picadillo para imponer su ley. En esas últimas luchas, Paco volvió a los trucos habituales: la campaña sucia que ARENA tan bien aprendió de gente como Mark Klugmann o la anulación absoluta del adversario interno o externo.

Luego vino Funes con el Reporte de Operaciones Sospechosas (ROS) por los fondos de Taiwán, y después la comisión legislativa, y la trampa de la propia arrogancia. Y Paco no volvió a ser el mismo.

Francisco Flores Pérez era, hasta antes de lo de Taiwán y el ROS, uno de los políticos que mejor encarnó el ideal de la clase política salvadoreña, formada en esencia por ARENA y el FMLN, que es el de despolarizar. Paco quiso terminar de una vez por todas con el inmenso mal de la polarización, no construyendo puentes con su oposición interna y externa, sino aniquilándola. Hasta antes de Taiwán y el ROS, su récord en esa lucha era mixto, pero su poder fue casi siempre real, grande.

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La esposa e hijos del expresidente Francisco Flores durante la audiencia preliminar realizada el jueves 5 de noviembre. Fotos de Frederick Meza.

Después de Saca, llegó a la presidencia Mauricio Funes, un político muy parecido a Flores: megalómano, arrogante, cínico. La única diferencia es que Funes nunca tuvo más poder que el que le dio Casa Presidencial porque su partido, el FMLN, nunca lo apoyó del todo (el Frente quería el poder para sí mismo y Funes era, solo, un mal necesario). A poco de salir de CAPRES, el primer presidente de izquierda hizo algo cuestionable para hundir a su enemigo político –que lo era en principio por ser enemigo de Tony Saca, el principal aliado político de Funes-: traspasando obligaciones legales a las que está sometido el Estado salvadoreño, Funes reveló el ROS que daba cuenta de algunas transacciones sospechosas hechas por Flores y por otros miembros de ARENA con los dineros de Taiwán.

Detengámonos en el ROS.

Una cosa es si era legalmente válido que Funes usará esa información para arremeter contra un enemigo político (y parto aquí de creer que el interés del ex entrevistador no fue nunca instaurar el combate a la corrupción como signo de su administración). Todo depende del análisis jurídico que se haga, porque por lo visto y oído hasta ahora, nadie se ha pronunciado tajantemente al respecto. Sí me queda claro que Estados Unidos, cuyo gobierno es el autor del ROS, se enojó con Funes. ¿Y? Si hubo ilegalidad Washington ha decidido dejarla pasar. Por ahora. Y en el caso de las leyes salvadoreñas, pues hace poco el fiscal general procesó a unos policías por un delito que se llama “Revelación de hechos, actuaciones o documentos secretos por empleado oficial…” Funes no era un agente policial, pero sí era un empleado de todos los salvadoreños. También amenazó Luis Martínez con procesar a cualquiera que tuviese que ver con la filtración del ROS (pero, como casi todo en su gestión, fueron solo palabras).

Pero no nos quedemos en el ROS.

Una vez fuera, y por mucho que los de Washington y los areneros se retorcieran, el ROS siempre pudo haber sido al menos un indicio, o el inicio de una investigación seria.

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Lo que pasó fue que la investigación quedó en manos de la Asamblea Legislativa –de los honorables antes nombrados y de otros-, donde el único afán era enterrar, sin demasiada preocupación por la legalidad de las cosas, al enemigo jurado. La comisión legislativa fue, al final, una trampa. Y Paco cayó. Llegó a la Asamblea a pesar de los consejos de sus abogados y sabiendo que la Fiscalía, obligada por el destape de Funes, ya había abierto expediente. Paco fue porque, en el fondo, creyó que aquel seguía siendo un foro al que podía dominar a fuerza de verbo, a pura retórica. Paco pensó, quizá, que estaba en aquella cumbre de Panamá donde se trabó a palabras con Fidel Castro para, luego, ganarse el aplauso unánime de las derechas del mundo. Pero no: la mortaja ya estaba tejida. Paco, de hecho, confesó.

Detengámonos ahí: Francisco Flores confesó, al menos, que había malversado fondos. Y después de eso, sabiendo que había confesado, volvió a llegar. Y entonces lo metieron preso.

Aunque las intenciones de la comisión y de Funes sean cuestionables en término jurídicos, lo que las actuaciones de ambos produjeron fueron indicios de pruebas: papeles, documentos, posibles testigos, cheques. Faltaba solo un fiscal inteligente, capaz de armar un rompecabezas cuyas piezas ya otros le habían servido. Pero no: en El Salvador llevamos años sin tener un fiscal así, y al que le tocó este caso decidió usarlo como moneda de cambio para su propio beneficio.

Efren Lemus, uno de los mejores periodistas investigadores de Centroamérica, ha trabajado para El Faro media docena de reportajes en los que revela cómo funcionó el esquema de malversación del que se beneficiaron Flores, otros areneros y Tony Saca. Efren lo hizo con las técnicas de investigación que tan bien domina, pero Efren no es fiscal.

Por lo visto en la audiencia preliminar parece que los fiscales a los que tocaba buscar ahí donde el periodista encontró siguen sin estar muy seguros siquiera dónde queda Taiwán. Pero, al César lo que es de Luis: si el jefe pide bajarle a la investigación, pues se le baja.

La Fiscalía, tras el ROS, lo expuesto en la comisión, aun lo descubierto por un periodista, nunca usó las herramientas legales que tiene –y que nunca tuvieron a su disposición los otros tres- para, por ejemplo, presentar como prueba en el proceso penal la declaración extrajudicial del imputado –algo que los fiscales hacen docenas de veces al mes en casos contra pandilleros por ejemplo-, seguir las trazas financieras de las copias de los cheques presentados, o al menos conseguir los originales, obligar al sistema financiero a darles toda la información requerida, entrevistar exhaustivamente a todos los testigos, allanar y decomisar todas la computadoras de Flores. Y así.

Al final, Paco está preso por mérito propio y gracias, sí, a la jugada política de Funes. Pero al final también está claro que la justicia salvadoreña tuvo –hoy parece ya muy tarde- una oportunidad de construir un caso sustentado contra un expresidente que abusó del poder, se benefició del mismo y violó varias leyes al hacerlo.

Lo de Paco Flores, sin embargo, será muy poco, apenas la postal que hará babear a los enemigos, bramar a los amigos y hacer cuentas a los operadores políticos que aconsejan a unos y a otros, a los troles nuestros de cada día o al fiscal que no persiguió pero quiere reelegirse.

Lo de Paco es muy poco para El Salvador.

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