Lebron James, un hechicero en Washington

Lebron James es uno de los rostros más visibles del baloncesto estadounidense en la actualidad. Fuera de la duela, el número 23 de los Cleveland Cavaliers no suele huir de la polémica, como cuando se fue del Miami Heat en abierta bronca con el mítico Pat Riley. Ha sido también un crítico abierto de las políticas que encarna el presidente Donald Trump. Con un salario de 30.5 millones de dólares al año, Lebron es el segundo jugador más caro de la NBA, solo después de Stephen Curry, de los Golden State Warriors. Pero todo eso es solo realidad circundante: del “King James” lo más importante es su juego brutal, tantas veces incontestable. Factum lo vio en vivo el viernes 3 de noviembre contra los Washington Wizards. Esta es la crónica.

Fotos de Keith Allison, tomadas de Flickr con licencia Creative Commons


Es viernes en los linderos del barrio chino de Washington, DC. En las afueras del Capital One Arena hay alboroto, como suele haberlo cuando juegan los Wizards, la franquicia local de la NBA. Hoy hay más bulla: los oponentes no son otros que Lebron James y los Cleveland Cavaliers, actuales subcampeones. Los fanáticos locales, cronistas deportivos incluidos, parecen confiados en que sus “Zards”, encabezados por John Wall y Bradley Beal, harán valer la condición de favoritos momentáneos que les da, para este partido, el tambaleante inicio de temporada que han tenido los “Cavs”.

Washington llega a la cita con 4 partidos ganados y 3 perdidos, compartiendo el tercer puesto de la conferencia del este con Orlando. Cleveland está en el puesto 14 con 3 ganados y 5 perdidos.

Nada de eso importó: al final de la noche del viernes 3 de noviembre Lebron James había silenciado a los Wizards en un partido en el que anotó 57 puntos. Cincuenta y siete. Cinco. Siete. La segunda mejor marca de toda su carrera. Él solo pulverizó a Washington: Jae Crowder, el siguiente mejor anotador de Cleveland esa noche, encestó 40 puntos menos que James.

Pero no son los números tampoco. Es la forma de jugar. La presencia arrolladora en la cancha.

Lebron James juega un baloncesto vertical. Tosco, si cabe. Su juego es más de choque y contacto, de pelear el espacio vital a pocos metros de la canasta, de hacerse dueño de ese espacio para culminar cada jugada con una vuelta imposible de brazo, con un estirón de piernas, con un desafío efímero a la gravedad para, cada vez, acabar la faena con dos puntos en la bolsa. Y así, de dos en dos, sumar 57 hasta dejarle claro a los otros, los Wizards esta vez, que tienen enfrente a uno de los más grandes.

Esa noche, el Capital One Arena del Distrito de Columbia terminó por rendirse al espectáculo que el alero de los Cavs se había dejado en la duela: los “ooohhh”, “damnnn…”, “man, he is good” que se esparcían por la grada, llenas de camisetas rojas de los locales, terminaron incluso por apagar durante varios tramos el cansino sonido local que en los estadios cerrados de Estados Unidos pretende animar al público y termina siendo una especie de pista sonora redundante.

La noche de aquel viernes en Washington —frío ya, de mediados de otoño— no eran necesarios los tan, tan, tan ni los make some noise del sonido local. Eran secundarias incluso las repeticiones transmitidas en las cuatro pantallas gigantes que caen verticales sobre la duela y se pueden ver desde cualquier lado de la arena; era secundaria la cámara lenta para apreciar el “bum” de una clavada espectacular o la trayectoria perfecta de un tiro desde la línea de tres puntos.

Ningún accesorio añadió demasiado a los 57 puntos de Lebron James aquella noche. Fueron tantos que hubo tiempo para ver una y otra vez el guion inagotable de su basketball; dos tras una carrera en línea recta desde la mitad de la duela; otros dos tras un amague de pase que le quita tres marcas de encima, las atonta y le deja el ínfimo espacio que necesita para encestar con mecánica perfecta mientras sus 250 libras y sus 2.03 metros se desplazan hacia atrás; otro par después de que su brazo izquierdo dibuja un arco perfecto en el aire, bajo la mandíbula de Marcin Gortat —el pivote de Washington—, antes de soltar la pelota para que se deposite, lenta, en la cesta. Y así.

Hubo dos lapsos en el partido en que pareció que los Wizards, un equipo mucho más compacto, tendrían las agallas de irrespetar al número 23 de los Cavs. Espejismos.

Durante todo el primer cuarto, Washington respondió con sus principales encestadores —Beal, Wall, Gortat, Oubre— a los embates de Lebron. El periodo terminó con Cleveland 6 puntos arriba (42-36) y con la sensación de que el juego combinado de los Wizards sería suficiente para preparar la embestida cuando James cediera al cansancio. Luego, en el tercer periodo, por primera vez en el partido, los locales tomaron el liderazgo.

Pero Lebron James no se cansó. Nunca.

Muy pronto en el partido, cuando faltaban 7 minutos y 38 segundos para el final del primer cuarto, John Wall, la estrella eterna de Wizards, arremetió en línea recta hacia la cesta y enmudeció a la defensa de Cleveland con un clavadón. 20 segundos después, Lebron James le había respondido con una clavada igual de potente. Era un aviso del dominio intransigente que hechizó a los hechiceros (eso significa Wizards en español) de Washington el viernes 3 de noviembre.

Los números de Lebron James, en realidad, sí importan. Él y Curry, de los Warriors, son las presencias más dominantes del baloncesto en estos días. Asoman en el horizonte los nombres de otras estrellas consagradas como Russell Westbrook, Kevin Durant, Anthony Davis, James Harden y Kawhi Leonard; como también lanzan su candidatura dueños de talento emergente, como Giannis Antetokounmpo, Devin Booker o Kristaps Porzingis. Pero con seis años más en la liga, James supera al point guard de Golden State en casi todo; a Curry le queda rato, mientras que Lebron, a sus 32 años, entró ya al tramo final de su carrera.

Pero por lo visto en Washington, el “Rey Jaime” tiene una cualidad incombustible que parece hacerle muy difícil jugar a la sombra de alguien. Lo dicho: 57 puntos en un partido. Curry anotó más de 50 en tres partidos en 2016, James lo había hecho en 2009.

Desde 1990 solo una docena de basquetbolistas han superado la marca de los 60 puntos por juego: Kobe Bryant en 2005, 2006 y 2009 (¡81!); Devin Booker de los Suns este año (70); Tracy McGrady de los Orlando Magic en 2014; Carmelo Anthony de los Knicks en 2014; Allen Iverson de los 76ers en 2005; Shaquille O’Neal con los Lakers en 2000; Tom Chambers de los Suns y Karl Malone del Jazz de Utah en 1990; Gilbert Arenas de los Wizards en 2006; David Robinson de los Spurs en 1994: y Klay Thompson de los Warriors en 2016. El mítico Michael Jordan anotó 69 puntos en un partido contra los Cavs el 28 de marzo de 1990 y 64 contra los Magic en 1993 (entre 1986 y 1987 tuvo tres partidos con marca arriba de 60).

El número 13 de esa lista es Lebron James, quien le anotó 61 puntos a los Bobcats de Charlotte el 3 de marzo de 2014, cuando jugaba con el uniforme del Heat de Miami. Ese año, Lebron y su equipo perdieron la final ante los Spurs; habían sido campeones en 2013. Luego James volvió a las finales en 2015, cuando ya con Cleveland las perdió ante Steph Curry y los Warriors; el año siguiente se coronó campeón en una reedición del pareo final. Lo más que anotó en esas finales en un solo juego fueron 41 puntos.

“Vago, @StephenCurry20 ya dijo que no va. Por lo tanto no hay invitación. Ir a la Casa Blanca era un gran honor hasta que apareciste”. Tuit de Lebron James dirigido a Donald Trump.

Los números sí son importantes. No solo es que la primera noche del primer viernes de noviembre de 2017 en Washington Lebron James volvió a ser la mejor versión de sí mismo con sus 57 puntos, solo cuatro menos de los 61 que lo han puesto en el Olimpo de los mejores anotadores de todos los tiempos en un solo partido; es que también la hazaña habla de por qué el 23 de los Cavs es, por hoy, el séptimo mejor anotador en la historia de la NBA.

Aquel viernes de otoño en la capital de la Unión Americana —a juzgar por los “ohs”, “wows” y “damns”— lo que arañó las retinas de buena parte de los 20,556 espectadores que asistieron al Capital One Arena no fueron solo los 57 puntos de Lebron James; fueron, antes, la potencia y el despliegue físico de su basketball.

Y el soundtrack del que hechizó a los Wizards esa noche no fue el de las tonadillas pregrabadas —el tan, tan, tan o el Let’s go…— que suelen escucharse en las arenas de la NBA. El sonido que acompañó al número 23 era más básico, ese que hace la bola al rozar la red: fusss, fusss, fusss. Una vez. Otra. Y otra. Hasta completar las canastas que valieron 57 de los 130 que hizo Cleveland. Ocho puntos más que Washington.

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