La Venus sadomasoquista

Recientemente vi la película Venus in Fur, traducida como La Venus de las Pieles, dirigida por el polaco Roman Polanski. La película está basada en la novela original de Leopold von Sacher-Masoch.

¿Les suena ese apellido?  Masoch… pues de ese periodista y escritor se retoma el término masoquismo.

Este valiente hombre aristocrático se atrevió a publicar, entre 1881 y 1885, textos que rescataban el derecho al sufragio femenino  y su emancipación. Y por si esos dos temas  no fueran lo suficientemente escandalosos en aquella época, a los 33 años de edad Sacher-Masoch y su amante, Fanny Pistor,  firmaron un contrato donde él se comprometía a ser el esclavo de la baronesa por seis meses, en los cuales ella debería usar pieles cada vez que ella se sintiera cruel, mientras que él adoptaría el nombre de ‘Gregorio’, uno de los nombres más comunes para los sirvientes en ese momento.

En 1886, un psiquiatra acuñó el término masoquismo en honor a nuestro personaje para tratar de explicar las patologías sexuales  y ‘perversiones’ que se describían en sus novelas; situaciones donde la sumisión total es una de las principales formas de placer. Tanto para quien domina, pero sobre todo para quien obedece.

No quiero ser spoiler y no adelantaré nada sobre la película de Polanski, pero en todo este rollo de sumisión y obediencia, siempre sale alguna voz que critica, desde la razón femenina, la moral religiosa o la supuesta decencia que decimos tener.  Me gustaría saber si todo eso aplica cuando el usado, vejado, dominado, denigrado y oprimido es el personaje masculino que da la vida por una diosa maltratadora que le sonríe mientras lo hace sufrir. Lo más común es escuchar de damiselas en peligro a manos de malvados mercenarios, pero qué pasa cuando una mujer toma el látigo, botas hasta las rodillas y con sus labios de un rojo indecente muerde un fuete… ¿eso está mejor?  ¿Una dominadora es menos grotesca que un pirata depravado?

¿Y no sería más lógico que el ser humano huyera de aquello que le causa dolor? ¿Desde cuándo lo provoca y acepta para sentir placer? y ¿qué tan corto es ese puente entre dolor y placer?

De hecho, una escena destacada de la película es cuando el director de teatro que ensaya  el guión con la actriz que está audicionando, le pide que se coloque al centro del escenario porque “está tomando el control”. Ella le responde que no se siente cómoda en ese lugar, que prefiere un poco más fuera de foco,  pero el director le exige que diga su diálogo al centro para que sienta el poder que comienza a tener sobre la escena, el texto, el lugar y él mismo. Mientras la audición avanza, él se obsesiona con ella -la actriz y el personaje-  hasta intercambiar roles de forma magistral sin apenas tocarse.

No pretendo entrar en definiciones de roles de género,  categorías de pensamiento ni en la forma de ver a la sociedad y a su interrelación con lo sexual. Quedémonos en la simpleza de un término que nació de un morbo muy íntimo y dejemos tantas complicaciones analíticas; un término que ha servido para inspirar decenas de libros, películas, personajes y –sin lugar a dudas-  ha dado leña para fuegos amatorios.

A pesar de que el sadismo (del que hablaremos en otra ocasión porque el Marqués de Sade merece su propio espacio) y el masoquismo han sido retirados del contexto de trastorno mental, aunque siguen enlistados en las parafilias (tipo de comportamiento sexual que no obtiene todo el placer en la copulación, sino en otra  actividad que lo acompaña como el fetichismo, voyeurismo, zoofilia, etc.), su uso y entendimiento  ha variado con el tiempo hasta situarse en el rango de lo normal y aceptable. Cada pareja busca el condimento que mejor le funciona y no me haré pasar por una neuróloga para buscar cómo el cerebro se abre a infinitas posibilidades, ni tampoco por una jueza que critica la vida debajo de cada sábana.

A pesar de que no todos sus textos fueron traducidos y que el más “comercial” ha sido el humor complicado de Venus in Fur,  el sufrido y dominado Leopold von Sacher-Masoch le hizo entender al mundo que los límites pertenecen a cada uno, que la opinión ajena  no importa cuando se está con alguien que te levanta los pies del piso. Y que en lo prohibido está el gusto.

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