La memoria de los ofendidos

[Sobre el documental de Marcela Zamora]


Si recordar significa volver a pasar por el corazón, quizá recordar implique doler. Porque estos recuerdos que vuelven a pasar por los corazones de los ofendidos duelen. Y solo a través del dolor podemos comprender la consigna “Perdón pero no olvido”. Porque no olvidar el dolor es precisamente lo que permite perdonar.


La memoria y el olvido son construcciones sociales. Los constructores de la historia reciente -políticos, instituciones- nos dijeron que era mejor enterrar la memoria y erigir un edificio para el olvido. Enorme, quizá brillante, el edificio sería fortalecido por la impunidad. La llamaron amnistía. Les creímos. Creímos que era mejor olvidar y creer que se podía vivir en el horror por 20 años y luego despertar, como por arte de magia, en la paz. Y pensar: ¡qué maravilla! Ayer dormimos en la guerra; hoy despertamos en la paz. Pero sin la memoria de la guerra, la paz se convierte en una pesadilla que en El Salvador se ha extendido 25 años. Más, incluso, que la guerra misma.

El documental “Los ofendidos”, de la cineasta Marcela Zamora, nos está obligando a despertar. Nos obliga a abrir los ojos ante la historia salvadoreña que es una serpiente que come su propia cola, se deglute sin piedad, chupa su sangre con goce. La mayoría de desapariciones y torturas se realizó en El Salvador antes de 1980, que ha sido el mojón que varios historiadores han usado para señalar el principio de la guerra civil. Entre 1977 y 1980, años recrudecidos de la historia reciente, el Estado, a través de la policía y el ejército, torturó a miles de ciudadanos. Víctimas civiles. Entre ellos, Rubén Zamora, Juan Romagoza, Neris Gonzalez y Miguel Ángel Rogel, “Los ofendidos”. Rubén Zamora, conocido político, es el padre de Marcela, la documentalista.

Ahí es donde se abre la herida para pasar por el corazón y recordar. Ahí es donde se abre la posibilidad de preguntar “lo que nuestra generación no quiere preguntar (…) por pena, por miedo”, como apunta Marcela, una niña que creció en el exilio durante la guerra y una mujer que en la posguerra quiere contestarse y ayudarnos a contestar qué fue lo que sucedió en El Salvador, eso que las instituciones y la historia oficial nos han obligado a no recordar.  Marcela se entrevista con su padre en su casa. Los espacios domésticos que atraviesa para preguntar por ese pasado del que no se habla en la familia son los mismos espacios que atravesó para convivir, amar y reír con sus padres y sus hermanos. Así mismo, pasamos por esos espacios que fueron lugares de zozobra y miedo para nuestras familias o las de nuestros amigos, pasamos por las calles sobre las cuales se construyeron los sitios de tortura. Y así pasamos por encima de la historia. Pero pasar por encima no significa atravesar. Al contrario. Lo que necesitamos es atravesar la historia, abrir una herida en ese paisaje de posguerra que nos han vendido los medios de comunicación, la publicidad, incluso las postales, que aún se imprimen.

En El Salvador, la memoria sigue en disputa entre los bandos que hicieron la guerra y la paz. Ahora ambos grupos están institucionalizados, legitimados por lo que llamamos democracia. El historiador Enzo Traverso ha apuntado en su libro La historia como campo de batalla, que “los vectores de la memoria no se articulan en una estructura jerárquica, sino que coexisten y se transforman por sus relaciones recíprocas”. Mi preocupación por la memoria en El Salvador es precisamente que el discurso oficial -que primero fue de la derecha y ahora es de la izquierda y sigue siendo el mismo- no permite la coexistencia de esos vectores de memoria. No nos permite recordar. Quizá porque recordar nos humaniza.  “Los ofendidos” tiene esa gran virtud. Los procesos por los que han pasado los protagonistas y su directora han roto con la disputa por la memoria en el negro y el blanco de la derecha y la izquierda. Cada vez más, se acercan a esa cesura, esa distancia necesaria para aproximarse a la Historia del presente, de la que habla también Traverso.

Agradezco a Marcela ese documental y su valentía para hablar con su padre. Agradezco a Rubén Zamora su capacidad para poder explicar las necesidades de la verdad y la justicia. Agradezco a Juan Romagoza, Neris González y Miguel Ángel Roger haber vuelto a pasar por el corazón aunque recordar signifique eminentemente doler. Porque solo comprendiendo el dolor de la memoria -esa irrupción de llanto de Marcela durante el testimonio de Romagoza- es que podemos pedir perdón, perdonar y restituir.

Todos somos, en cierta medida, ofendidos aún. El Estado-nación, esa omnipotencia de la Edad Moderna, nos ha ofendido por años. Usó sus instituciones para desaparecer, torturar, descuartizar y asesinar a sus ciudadanos. Y aún lo hace. Estamos atravesando otra etapa de miedo y silencio ante el horror cotidiano. En los estados centroamericanos, el pacto social instituye implícitamente la represión, la opresión y la supresión. En su libro, Los abusos de la memoria, Tzvetan Todorov apunta:  

“Aquellos que, por una u otra razón, conocen el horror del pasado tienen el deber de alzar su voz contra otro horror, muy presente, que se desarrolla a unos cientos de kilómetros […] Lejos de seguir siendo prisioneros del pasado, lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria –y el olvido- se han de poner al servicio de la justicia”.

Los ofendidos Juan Romagoza y Neris González abrieron valientemente un proceso judicial contra el General Carlos Eugenio Vides Casanova, Ministro de Defensa de El Salvador. Vides Casanova volvió a El Salvador en 2015. Fue extraditado por el gobierno de Estados Unidos para que pudiera ser sometido a juicio por estos y más crímenes. Volvió como vuelven los demás salvadoreños indocumentados: sin loor nacional. Lo recibieron como a todos esos hijos escupidos por la patria: con pupusas y una soda en lata. Pero a diferencia de algunos salvadoreños que huyeron por la violencia, Vides Casanova volvió esposado, como vuelven los criminales. Estados Unidos lo expulsó por violar derechos humanos, pero después de las pupusas y la coca en lata, el Estado salvadoreño le hizo recuperar los privilegios. Vides Casanova fue desesposado y salió, libre, impune, del aeropuerto en el que lo esperaban las víctimas que lograron sobrevivir a su administración. El Estado salvadoreño volvió a ofendernos y rompió, otra vez, el pacto ciudadano, nos hizo perder la confianza en las instituciones a través de una posibilidad de comenzar el camino al perdón a través de la justicia.  Como en otros casos de la historia reciente de América Latina, como Argentina o Guatemala, la justicia transicional es el camino que debemos seguir para perdonar. Para iluminar el agujero negro del impune olvido.

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