La credibilidad de las víctimas de El Mozote

La defensa de los militares en este caso histórico ha cuestionado la credibilidad de la declaración de las víctimas durante el proceso. Sus argumentos se basan en precisiones técnicas como los conocimientos en “distancias y medidas”, el alcance del olor de los cadáveres quemados y la visibilidad del humo que provenía de las casas que fueron arrasadas por el ejército salvadoreño. Una vez más, la estrategia de la defensa se mantiene y reta a las víctimas que, como Dorila Márquez, no se callan ni dudan de su trágico testimonio.

Foto FACTUM/Frederick Meza


Dorila es testigo del asesinato de su padre, su madre, dos de sus hermanas- una de ellas embarazada- y cuatros sobrinos, todos menores de edad. Dorila es también la presidenta de la Asociación Promotora de los Derechos Humanos de El Mozote y una de las sobrevivientes de la masacre cometida entre el 10 y el 13 de diciembre de 1981 por la Fuerza Armada de El Salvador.

Su testimonio fue reconocido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en 2012 condenó al Estado de El Salvador por estos crímenes, ordenó reparar a las víctimas y que se realizara un juicio. El caso fue reabierto hasta septiembre de 2016, cuando la Ley de Amnistía ya había sido declarada ilegal.

Este 6 de junio, el juez de Paz de Meanguera visitó la casa de Dorila Márquez, en el caserío El Mozote. El juez tiene que verificar la declaración judicial de la víctima, realizada 12 de octubre de 2017 ante el juez Segundo de Primera Instancia de San Francisco Gotera; por eso se ha desplazado hasta el lugar de los hechos descritos por Dorila.

La diligencia comienza en su casa, ante el juez, un empleado del tribunal, una docena de periodistas, un fiscal y dos abogados defensores de los militares imputados: uno toma video de todo y el otro pregunta e interviene. También está presente un equipo de inspecciones oculares de la Policía Nacional Civil y otros agentes que dan seguridad en la zona.

Foto FACTUM/Frederick Meza

Son las 9:00 de la mañana y Dorila Márquez está sentada en el corredor de su casa, el juez a su lado izquierdo, sentado en un banco de madera. En esta vivienda rural todo forma parte de la cotidianeidad: la pila llena, los trastes limpios, la hamaca tendida y el chanchito guardado que gruñe desde la distancia; todo es sumamente doméstico excepto por la escena de este día: las partes judiciales presentes en este caso histórico y los periodistas curiosos, atentos a cada intervención de la testigo de 61 años.

Mientras Dorila va recordando los hechos, el juez la interrumpe respetuosamente, y pide al empleado del tribunal que tome nota de todo. Dorila dice que desde la cocina de su casa de adobe y tejas vio a los soldados bajando del cerro de La Cruz. Un rato después huyó, junto a su esposo y sus dos hijos, atravesaron el plan (explanada) frente a su propiedad, que entonces tenía un cultivo de maicillo. Los soldados les dispararon ráfagas y alcanzaron a darle en el pie de su hijo José Amílcar, de solo cuatro años. Dorila, que entonces tenía 25, dice que tuvieron que volver a la casa y esperar a que cesaran los disparos. Más tarde lograron esconderse en una zona barrancosa cercana a la vivienda y esperaron a que estuviera oscuro para huir de los militares sin ser vistos. Hacia las 7:00 de la noche llegaron a Los Toriles, un caserío vecino.

“Llegamos hasta allí, al lugar donde estaba la vivienda de José Nilo, era el hermano de mi esposo (…) a él lo masacraron con la esposa y los niños, y estaba cayéndose lo último de la vivienda, le habían prendido fuego también – explica Dorila- y nosotros pensábamos que eran disparos, pero eran la botellas que estaban reventándose…”

Éste último detalle, el de las botellas reventándose, no será incluido en el expediente del caso porque no forma parte de la declaración judicial de Dorila, pero ella dice que es parte de su testimonio, el que puede dar completo, aunque ante el juez sea más limitado por el interrogatorio. “Es que como allá era contestar preguntas… si ellos me hubieran dejado dar mi testimonio completo yo les cuento, allá en el juzgado era diferente”.

Dorila Márquez, en su casa, junto con el juez de Paz de Meanguera. Foto FACTUM/Frederick Meza

En su declaración sí consta cuando vio a un soldado disparar a una niña que cargaba a un bebé en brazos, también el detalle del olor de los cuerpos quemados, que Dorila define como “olor a carne asada, pero diferente porque los quemaban con ropa y calzado, con todo”.

En este momento interviene uno de los abogados defensores, que se llama Roberto Girón y representa a los militares que formaban parte del Alto Mando de la Fuerza Armada en esa época, los que daban las órdenes. Cuestiona el origen del humo, cree que Dorila no pudo haberlo visto saliendo desde la dirección de El Mozote, como ha declarado hace un rato al juez, porque el cerro le tapaba la visión de la zona. Por eso le pregunta a Dorila:

Abogado defensor, (Roberto Girón): ¿Sabe de dónde venía el humo?

Fiscal: Señor juez, eso improcedente

Abogado defensor: Es por el olor del humo de los cuerpos…

Dorila: Disculpe, pero si aquí estuvieran quemando un cadáver, a la par, usted lo oliera.

Abogado defensor: No lo creo, hasta 200 metros ya no se huele.

Dorila: Pero eran muchos los cuerpos… ¿Usted cree que no? Si usted hubiera estado aquí no lo dudara, porque fue una buena cantidad de personas los que masacraron…

Abogado defensor: Yo siento su dolor.

Acusador particular (Wildredo Medrano, Tutela Legal): Señor juez, la fase procesal que él tuvo para preguntar ya pasó, aquí no se trata de preguntar y repreguntar a la testigo.

Abogado defensor: Simplemente estamos ubicando a la testigo.

Juez: Sí, pero…

Abogado defensor: Nada más que estamos ubicando a la testigo y se nos fue de proporción esto y yo siento su dolor y siento mucho lo que le ha pasado…

Dorila: Disculpe, pero no lo siente.

Abogado: Cómo no, si lo siento. Nada más que mi trabajo es ubicarme.

Dorila: (Afectada, pero firme) Si a usted le hubieran masacrado a su familia tal vez sintiera, y si hubiera estado en medio de las personas masacradas, tal vez sintiera. Porque solo con que uno pase y hay un comedor, uno siente, a usted le llega el olor cuando están cocinando. Y si están quemando una buena cantidad de personas, no crea que ahí nomás se quedaba el mal olor, se iba lejos.

Abogado defensor: Le pido disculpas si la he ofendido, y yo siento su dolor…

Juez: Dejemos ya esto para que no revictimicemos a la señora. No hay necesidad señora Dorila que usted esté justificando, ni usted de que esté preguntando.

Dorila se levanta con un pañuelo en la mano y se va a la cocina, alterada. A los dos minutos regresa más tranquila y prosigue el levantamiento del acta ante el juez de Paz de Meanguera.

Las preguntas de la defensa de los militares no resultan extrañas para quienes ha asistido a alguna de las audiencias que se han realizado desde que el caso fue reabierto hace casi ya dos años. Los numerosos abogados presentes han objetado de forma automática y persistente muchos de los detalles de los testimonios de las víctimas, desde la distancia donde se encontraban cuando vieron a los soldados, al color de los helicópteros, de los uniformes de los soldados o si pueden considerarse como testigos porque al momento de los hechos estaban escondidos en los alrededores.

“¿Sabe usted de distancias y medidas?” – es una de las preguntas más comunes que se han escuchado en los interrogatorios de los defensores durante las audiencias judiciales.

Sin embargo, en el caso de Dorila, los abogados presentes decidieron, bajo la coordinación de Lisandro Quintanilla, el más mediático y conocido de todos ellos, que la testigo Dorila no iba a ser interrogada, no lo consideraron pertinente.

La diligencia judicial del pasado 6 de junio, que incluyó la inspección ocular  de los lugares de los hechos narrados por Dorila, continuó con un último cuestionamiento, pero esta vez de parte de la víctima, siempre en su casa:

 Dorila: Disculpe, señor juez, ¿él es…? ¿Anda a modo de…? – refiriéndose al defensor, Roberto Girón.

Abogado: Defensor, señora.

Juez: Él es abogado particular, señora.

Dorila: Ah, pero quizás está al lado de los militares que vinieron a masacrar…

Abogado: Sí, estoy al lado, yo los defiendo. Pero al lado de la legalidad, señora.

Dorila: ¿Y usted cree que es legal que vinieran a masacrar a nuestra familia?

Abogado: Acuérdese que eso no es legal, es el hecho que se está estableciendo, que no se está estableciendo y posiblemente no se ha establecido. No es legal.

Juez: Doctor, por favor, solamente le voy a pedir un favor. No es que yo le esté limitando a que usted haga su función como abogado particular, pero no veo la necesidad de estar dialogando con la víctima.

Foto FACTUM/Frederick Meza

La inspección ocular de Dorila es solo parte de un grupo de diligencias que se realiza a diario desde el pasado mayo y que continuarán durante este mes en los lugares señalados por los 39 testigos.

“Es para verificar la coherencia de las declaraciones (…) Se ha manejado que los testigos quieren tergiversar la realidad, pero los testigos han declarado todo lo que saben sobre la masacre, la verdad de las atrocidades recordando fechas, lugares y momentos”, explica Wilfredo Medrano, abogado de Tutela Legal y acusador particular en el caso.

El proceso que ha recuperado su vigencia a 37 años de los hechos, continuará con la presentación de nuevos testigos y la posibilidad de realizar nuevas exhumaciones de restos óseos en el municipio de Arambala, donde varios sobrevivientes han reportado los crímenes de más personas a manos de los soldados del Batallón Atlacatl de la Fuerza Armada.

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