¡Demoledor! Iron Maiden y Anthrax en México

Dos leyendas del metal (uno del heavy, el otro del thrash) sacudieron la duela en la que 20 mil 600 eufóricos fanáticos de su música vivieron en éxtasis el ritual. Iron Maiden y Anthrax llevaron su Book of Souls Tour al Palacio de los Deportes mexicano y demolieron todo a su paso. Ambas agrupaciones se presentarán luego en Centroamérica. Primero será El Salvador —que vive con júbilo su primera experiencia en estas ligas— y luego será Costa Rica. Revista Factum te adelanta la siguiente reseña del concierto, para calentar motores y llegar preparados a la cita.


Mal cálculo… Había planificado llegar al mediodía, hacer una espera de unas ocho horas y así colocarme entre los primeros que podrían acceder a la barda más cercana al escenario en el que se presentarían Iron Maiden y Anthrax en concierto. De haberlo hecho, ni siquiera hubiera estado entre los 500 primeros. La mañana del jueves 3 de marzo, los fans más fans de estas bandas madrugaron para hacer fila y así acaparar su espacio de privilegio.

Horas después, cien metros atrás, un servidor asimilaba que tampoco estaba tan mal la situación. Heaven can wait

Previo al proceso de enchinamiento de piel efervescente hubo que abrazar la experiencia de convivir y con-beber con 20 mil 599 camaradas más. Por ejemplo, conocer a Jerry, un costarricense que se daría el agasajo por tercera vez y su gula auguraba un cuarto reprisse, esta vez en tierra natal; o conocer a Gerardo, un mexicano que paseaba por los alrededores del Palacio de los rebotes portando una máscara de Eddie The Head (mascota de Iron Maiden) y jugando con quien le agarrara el vacil; o contemplar la hilera de buses que había llevado a miles de emigrantes metaleros, provenientes de lo que en México llaman “provincia”, de lugares como Puebla, Querétaro, San Luis Potosí o Cuernavaca. Pues así, junto a un pequeño grupo de “Pipopes” (pinches poblanos pendejos), hice una eterna fila (de casi un kilómetro) para ingresar al recinto.

From here to eternity

La circulación estuvo a la altura de las circunstancias. El colmillo que México posee en la organización de conciertos hace que todo fluya velozmente. Tres filtros de seguridad, revisión de boleto y el grito de varios empleados armados con megáfonos: “cada quien con su boleto en la mano, por favor”, “cinturones y muñequeras con púas no pasan”,  “mujeres por la izquierda; hombres a la derecha”, etc.

¡Zas! El ingreso al Palacio dejó atrás un viento que comenzaba a ser frío y así recibía a los peregrinos de la religión Up The Irons con un vaho de cerveza derramada, mariguana recién consumida, sudor despilfarrado y ansias por colarse entre la marejada humana… justo a tiempo para ver actuar sin pena ni gloria a The Raven Age.

La ansiosa calma llegaría a un punto de quiebre cuando sobre las tablas comenzaba a elevarse una manta gigante con una imagen en referencia a “For all kings”, el disco más reciente de… ¡Anthrax!

Joey Belladonna, cantante de Anthrax, en pleno concierto en Ciudad de México. Foto Fernando Aceves/Cortesía de OCESA.

Del mismo modo, acabada la pausa, el escenario cayó en penumbra y vimos andar la marcha de Scott Ian, Joey Belladonna, Charlie Benante, Frank Bello y Jonathan Donais.

Anthrax sería la muestra de un presagio ya realizado: tanto ellos (en sus funciones como teloneros) como Iron Maiden repetirían el mismo set list que han tocado en el transcurso de toda la gira.

Cuernos en alto y tornados de fieras que obedecían la orden thrashera que recién acababa de ser emitida: “Caught in a mosh”, “Madhouse” y “Antisocial”. Anthrax llevaba prisa y no había demasiado tiempo para discursos innecesarios. Surgieron los gritos de olé y la presencia esporádica de algunos fans que se destacaban del resto de la manada, fans que agradecían que el thrash estuviera presente en la noche con uno de los cuatro embajadores principales del género.

Buena parte del efímero show de Anthrax (de 45 minutos de duración) estuvo enfocado en promocionar su trabajo más reciente, por ello sonarían canciones como “Evil twin” y “Breathing lightning”. Sin embargo, para el final reservaron la energía de “Indians”, el clásico del disco “Among the living”, y que terminaría siendo la más coreada de su exitosa presentación.

El turno de la dama

Una de las cosas más sorprendentes del espectáculo fue el de la eficiencia para montar y desmontar el equipo técnico de cada agrupación, principalmente en el caso del platillo fuerte de la noche. Una espera de apenas media hora precedió la pista del tema “Doctor Doctor”, original de los paisanos UFO, porque en un concierto de Iron Maiden pareciera correr solo sangre inglesa por las venas de la concurrencia. Mientras, en pantalla, la animación de un avión entrampado en la selva mesoamericana encontraba libertad y alzaba vuelo.

Aces High

Terminada la pista, el momento que la inmensa mayoría había esperado por horas terminó por arribar: sobre el fondo y a la altura del escenario, Bruce Dickinson nos transportaba a una ceremonia de reminiscencias mayas. Entre pirámides, humo que emergía de un altar para el sacrificio y la ofrenda a los dioses —en algún momento de la noche, Dickinson extirparía el corazón del propio Eddie, para ofrendarlo al público—, Iron Maiden rendía tributo al país que lo recibía, cuyas antiguas civilizaciones inspiraron en buena parte al disco que hoy los hace girar por el mundo: “The Book of Souls”.

Y fueron precisamente las canciones de este álbum las que dominarían la primera parte del set list: “If Eternity Should Fail”, “Speed of Light”, “Tears of a Clown” (con la que recordaron al ya fallecido actor Robin Williams, de quien dijeron tener pocas cosas en común, como el hecho de ser gordos y peludos) y “The Red and the Black”, entre las elegidas. Quien acuda a un concierto de Iron Maiden en la presente gira sin haber estudiado su último disco, se sentirá ajeno, presente en una fiesta a la que fue invitado, pero para la que olvidó practicar los pasos del baile…

Stranger in a strange land

Muestra del escenario y uno de los múltiples fondos que Iron Maiden utiliza en la gira Book of Souls. Foto de Fernando Aceves/Cortesía de OCESA.

Algunas cosas no cambiarán jamás en Iron Maiden, ni es necesario que lo hagan. Steve Harris corre de extremo a extremo en el escenario, dispara con el cañón de su bajo Fender a un batallón de artillería pesada que solo yace en su imaginación; los cachetes de Dave Murray resistirán el paso del inclemente tiempo, mientras exprime los bendings de sus cuerdas; Janick Gers hace acrobacias con su Stratocaster como si el solo hecho de tocar sin fallar una sola nota le resultara insuficiente; Nicko McBrain canta al aire el remanente de los acentos que sus extremidades no alcanzan a atrapar; y Adrian Smith permanece inmutable y eficiente ante la inyección de emociones a la que ya parece haber desarrollado inmunidad.

Conmovido por la respuesta mexicana, al momento de presentar la canción “Book of Souls”, Dickinson también dirigió palabras meditadas en torno al clímax y extinción de las civilizaciones:

“Y es un poco extraña la historia de cómo algunas civilizaciones, como la maya, simplemente se desvaneció… desapareció. Y nadie sabe realmente porqué… Pero lo loco del asunto es que, si ves lo que está ocurriendo en el mundo en este momento con todos los imperios… Hay un imperio al norte, otro imperio al este… Gente haciendo guerras y volándose mierda unos a otros, tratando de construir muros alrededor de los continentes… Sería muy interesante solo ver hacia atrás y contemplar cómo las civilizaciones se elevaron… ¿Y saben qué? Siempre se caen. Y es solo en la caída cuando realmente nos damos cuenta de quiénes fueron nuestros amigos”.

– Bruce Dickinson

Por la noche desfilarían momentos imborrables: Dickinson usando una máscara del mítico luchador mexicano Blue Demon, un brassiere arrojado desde el público y que aterrizó en los brazos del desconcertado vocalista, un espectacular escenario para contemplar la musicalidad de una canción como “Blood brothers” y, claro, la parafernalia ya clásica en los conciertos de Iron Maiden… Dos inflables gigantes (uno de Eddie para el tema “Iron Maiden”; el otro del maligno, para “The number of the beast”) que sortean llamaradas que aumentan el calor corporal, ya sofocante entre los que pagaron $75 dólares para estar entre la lata de sardinas de la pista principal.

Más allá del encanto de las canciones nuevas, no miente quien afirma que el furor arranca desde que aparece el tema “The Trooper”, con la bandera británica colonizando lo que ya no necesita ser colonizado; hasta el final del concierto, con la rola “Wasted years”.

“Sin ofender, pero creo que Iron Maiden y Metallica están viviendo del éxito del pasado”, dijo recientemente en una entrevista el guitarrista de Slayer, Kerry King.

Olvida su majestad del shredding que ese pasado nunca antes llegó a las partes de la Mesoamérica que ahora visita Maiden, como por ejemplo, a la vigente capital mundial del homicidio, donde pareciera que cada día están naciendo Children of the Damned

El de este domingo 6 de Marzo será una buena oportunidad para que una masiva concurrencia (muy sedienta de hacer historia) ponga atención a las palabras que Bruce compartirá a la hora de introducir “Book of souls”… Palabras que hablan sobre cómo hay que reconocer a los amigos en tiempos en los que todo alrededor se viene abajo.


VEA ADEMÁS:

– LAS DIEZ MEJORES CANCIONES DE IRON MAIDEN

– GALERÍA FOTOGRÁFICA DEL BOOK OF SOULS TOUR EN MÉXICO

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