Honduras está al borde de romperse otra vez

Los resultados que da el Tribunal Electoral desde Tegucigalpa a favor de la candidatura del actual presidente, Juan Orlando Hernández, han caldeado los ánimos de la oposición. No es para menos, el domingo pasado, hace apenas cuatro días, los números a favor del candidato de la Alianza de Oposición, Salvador Nasralla, lo encaminaban hacia la victoria: el 57 por ciento de actas escrutadas le daba una ventaja de cinco puntos sobre Hernández. Pero Honduras, la misma que le dio un golpe de estado a un presidente en 2009, siempre da sorpresas. Las calles de Tegucigalpa ahora están patrulladas por policías y militares con macanas, escudos de hierro y con la disposición de usar la fuerza para mantener el orden público a como dé lugar.

Foto FACTUM/Fernando Romero


Tegucigalpa, Honduras. El chofer del taxi que conduce al centro de cómputo del Tribunal Electoral lo sabe. Siente el presagio. Achina los ojos mientras cubre con la vista el bulevar Morazán de la capital Tegucigalpa. “Esto está demasiado tranquilo para lo que se viene -dice, mientras avanza entre el tráfico-, la gente ya tomó una decisión, pero no la están respetando, y eso es peligroso”.

La violencia por causas políticas en Honduras no es nueva. En 2009, este taxista de Tegucigalpa vio cómo un golpe de Estado terminó con el mandato constitucional del presidente Manuel Zelaya y cómo después las calles se tornaron peligrosas por las manifestaciones y las acciones de represión muy particulares de los cuerpos de seguridad hondureños.

En Honduras, las credenciales de prensa, distintivos de derechos humanos o cualquier insignia que detalle que quienes los portan no participan de las manifestaciones poco importa para las autoridades. A la hora de repartir macana y patada, todos son iguales si están en el lado de la protesta, como ocurrió este jueves 30 de noviembre por la madrugada.

La Policía Militar hondureña exhibió su vocación represiva una vez más. Luego de que los números desde el Tribunal Electoral pusieron por la tarde a Hernández y a Nasralla en un empate de votos, la oposición llamó a sus simpatizantes a las calles. Y así fue. Decenas de militantes de la Alianza de Oposición -en su mayoría jóvenes- se apostaron frente al Instituto Nacional de Formación Profesional, INFOP, para corear “Fuera JOH (Juan Orlando Hernández)”, quemar pólvora y azuzar a las autoridades. También había familias, con niños. En el INFOP se encuentran las actas electorales que aún falta por contabilizar.

Pocos miembros de la prensa internacional hacían tomas de la manifestación. Se veía entre la gente chalecos de representaciones de derechos humanos. Parecía que la vigilia de la oposición iba a continuar, sin violencia, frente a unos doscientos policías militares que formaban un escudo para proteger el edificio del instituto. Pero Honduras siempre da sorpresas.

El escudo humano que hacía la Policía Militar se partió en dos para abrir paso a un carro armado que salía del portón del INFOP. Los manifestantes retrocedieron con miedo. El tanque no iba contra ellos. Al ver que el carro iba a tomar la calle del bulevar Suyapa, hacia otra dirección, los simpatizantes de la oposición empezaron a aplaudir. Lo tomaron, en ese momento, como un pequeño triunfo: “no nos pueden tocar, no les estamos haciendo nada”, se oía entre las voces de los protestantes. Estaban equivocados.

Alrededor de la una de la mañana, del lado de la Policía Militar se oyeron los disparos huecos de los lanzagranadas. Por el aire se veían las estelas de humo -que en realidad era gas lacrimógeno- que soltaban las bombas. Empezó el caos.

Foto tomada el 29 de noviembre durante las protestas por el retraso en el conteo de votos después de las elecciones presidenciales de 2017. Foto FACTUM/Fernando Romero

Los manifestantes se dispersaron entre gritos de pánico y puteadas a los policías. El escudo militar comenzó a dar pasos hacia adelante. “Allí vienen, compañeros, corran”, gritaban algunos. Mientras que otros estaban más preocupados por las consecuencias de haber inhalado el gas: “¡Putaaa, no puedo respiraaar!”. El escudo avanzaba. Se huía del gas, se huía de las macanas. Allí quedaron decenas de manifestantes que querían reagruparse para seguir con la protesta. Pero ya muchos tenían miedo de que les pasara algo más grave.

Esta mañana del 30 de noviembre, cuatro días después de la elección presidencial -los mismos días que tiene el Tribunal Electoral de faltar a su palabra cuando dijo que los resultados estarían listos unas horas después de cerrar las urnas el domingo-, Tegucigalpa amaneció en calma. El taxista que conduce al centro de cómputo del tribunal por el bulevar Morazán lo huele en el aire. “Ojalá que no sea esa famosa calma antes de la tormenta”, dice, antes de llegar al destino, donde unos ochenta policías nacionales y soldados tienen cercada la sede electoral.

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