Una porción gruesa del fútbol salvadoreño se explica en un partido como el del sábado pasado en el estadio Óscar Quiteño de Santa Ana: FAS contra Águila, dos equipos de población masiva y un estadio municipal prestado para el caos controlado.

Que la pizarra dejara un 0-0 tenso, nervioso, es apenas la cáscara del cuento en las presentes semifinales del campeonato nacional, cuya vuelta se jugará en San Miguel esta semana. Las imágenes de la noche retratan una vieja pasión ejecutada por gente joven, nuevas generaciones que tatúan el fútbol en sus pieles, sus costumbres y sus conversaciones. Y lo tejen, sobre todo, en sus expectativas sentimentales. De su FAS o su Águila depende su ánimo. Del azar del resultado. Del azar de haber adoptado a uno u otro equipo.

Las postales de una grada futbolera, impulsiva, no denota sus orígenes, sino sus tradiciones. FAS-Águila no se explica por ombligo. Sus ciudades, Santa Ana y San Miguel, exportan miles de nativos, por eso en la capital San Salvador sobran fasistas y aguiluchos. Estos santanecos y migueleños heredan vicios por el FAS y el Águila a sus hijos y hacen casi locales a sus cuadros cuando visitan el estadio Cuscatlán. Y estos fasistas y aguiluchos dispersos por todo el país adoptan peregrinaciones a los estadios Quiteño y Barraza los sábados por la noche.

Hace dos décadas, el clásico tomó su forma tradición actual: el FAS y el Águila, que antes alternaban horarios los fines de semana, institucionalizaron en el siglo XXI sus compromisos como locales en las noches sabatinas. En aquellos días también nacieron sus barras organizadas, que desterraron la convivencia de espacio entre aficionados de ambos bandos y los visitantes fueron reubicados en zonas especiales del estadio (y esa separación de barras, quizá nacida en la intención de prevenir la violencia, coincidió con un aumento de la misma).

La diversidad de colores muestra camisetas opuestas, pero sus contextos son similares: equipos del interior, salvadoreños del interior, costumbres del interior que contagian a todos, que acaban como banderas de una pasión nacional. Eso es un FAS-Águila: lo mejor de nuestro fútbol, un clásico nacido en ciudades orgullosas de sus identidades. Lo que pasa en la cancha refleja lo que son fuera de ella.

Domingo histórico

El clásico no nació ayer. Pasó por una lucha de zonas que duró décadas. En los años tempranos del fútbol salvadoreño, entre los 20 y los 40, San Salvador fue la capital del campeonato. Del oriente y el occidente del país saltaban equipos como el Firpo, de Usulután, o el Excélsior santaneco con la idea de emparejar la tendencia. Pero fue hasta los años 50, cuando aparecieron el FAS y el Dragón, que Santa Ana y San Miguel se consolidaron como ciudades futboleras. Y en los 60, cuando el Águila reemplazó al Dragón en calidad de juego y arrastre popular, el tono de la liga mayor fue establecido.

Fue en los 70 cuando ambos reunieron a más cracks en un solo plantel, dominaron la liga y conquistaron la CONCACAF. El Águila de 1976 y el FAS de 1979 han sido quizá los mejores equipos en la historia del fútbol salvadoreño (sólo el Alianza 1966 entraría al mismo argumento), y tanto el FAS como el Águila presumen de haber gozado de los dos mejores futbolistas del país: “el Mágico” González y “Cariota” Barraza.

Ambos también coincidieron en decadencias, cuando en los 80 sus familias de mecenas originales dejaron de sostenerlos, rozaron el descenso, pero de alguna manera en los 90 volvieron a flotar, y no soltaron el protagonismo hasta hoy. En la era de los torneos cortos, el FAS-Águila alcanzó nuevas alturas domésticas: finales épicas, semifinales clásicas y el permanente crecimiento de sus bases fieles.

Nunca se trató de una rivalidad feroz. Y no lo es ahora. Decenas de jugadores y entrenadores han vestido ambas camisetas, ganando títulos con ellas (el mismo Barraza fue campeón como técnico en ambos banquillos), sin empañar en exceso el recuerdo del tribunero. Se trata de un choque deportivo, competitivo y multitudinario.

Esta semana, en el estadio Barraza, la película sigue con un Águila-FAS sin definir. Muchas de las caras y los cantos del Quiteño se repetirán en San Miguel, y habrá un ganador, mas quien pierda sabe que no será el capítulo final de la rivalidad. Hay demasiados aguiluchos y fasistas para que esa pasión decline.

Galería de fotos: Frederick Meza.

Texto: Rodrigo Arias.

 

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