Fobia a la democracia

¿Queremos políticos mejores? ¿Queremos gobernantes mejores? Presionemos para lograrlo. Participemos. Busquemos por todos los accesos posibles. Y, muy importante, aprovechemos los espacios que se van abriendo poco a poco. Me he extrañado mucho de personas que conozco y les conozco su profundidad crítica sobre la política salvadoreña, pero se han unido al movimiento de los mensajes de satisfacción por no haber sido seleccionados para ser miembros de una junta receptora de votos. Porque no confían en el sistema. Pues ni yo tampoco deposito mi fe a ciegas. Mucho menos con la clase política de estos días. Pero si tengo la oportunidad de fiscalizar un momento histórico, como la expresión de la voluntad popular, ¿por qué la alegría de no hacerlo? Pareciera -no quisiera que fuera cierto- que consideran que la anarquía es una salida válida en tiempos en que, al contrario, necesitamos concentrarnos en deshacernos de la rémora en la clase política para que esta pueda dignificarse. Rechazar cualquier participación en nuestro sistema democrático, por mínima que sea, es desperdiciar las oportunidades que tenemos y que en dictaduras solo son sueños imposibles.

Tampoco creo que sea razón para regocijarse saber que uno fue seleccionado para ser miembro de una junta receptora de votos el día de la elección. Considero que es un deber cívico que hay que cumplir, como cuando un tribunal lo llama a uno para ser jurado en un juicio. La apatía hacia la clase política actual que comparto con otros salvadoreños tampoco debe degenerarse en una fobia a la democracia. Parece que allí está la divergencia y la malinterpretación de los conceptos.

La congruencia debe ser hilo conductor entre las palabras y las acciones. Criticar con toda razón el statu quo no debería llevar a las personas a la indiferencia. Al contrario, la insatisfacción debería ser el combustible para buscar la participación en todo resquicio democrático para incidir. Ser miembro de una junta receptora de votos el día de la elección -y en unas elecciones tan importantes como las de 2018- es una gran responsabilidad. Es también una gran oportunidad para ser el árbitro neutral, el fiscalizador, de un proceso que puede dejar dudas al final.

Quién mejor que uno mismo -un ciudadano sin filias partidarias- para garantizar que la elección se dé en orden. Que la voluntad de los compatriotas, esos que van a llegar a las mesas el día de la elección, se respete. ¿Por qué no animarse a ser parte? El ser humano, antes que cualquier profesión u oficio, es un ser político. Sus palabras y sus acciones influyen en el curso de las sociedades en que participa. ¿Por qué abstenerse? ¿Por qué alegrarse de estar lejos?

Me decía una amiga hace unos días que los espacios de incidencia democrática a los que se aspira están peldaños mucho más arriba que solo participar en un proceso electoral viciado. Tiene razón. Le respondí entonces que quién mejor que ella para ser vigilante y autoridad electoral para que estos vicios dejen de darse. Y si continúan con completo cinismo de parte de los partidos políticos, denunciarlos.

Los grandes espacios democráticos que se anhelan, con justo merecimiento, no se van a abrir si no se incide desde lo mínimo. Si no se fomenta una cultura cívica, ¿cómo podemos hablar de democracia, de república, de derechos? ¿Cómo podemos criticar si no se actúa con convicción cuando se empiezan a abrir las oportunidades? La participación ciudadana despartidizada en los procesos electorales no es un invento de El Salvador. México, Estados Unidos, España y otros países vienen con estas prácticas desde hace años. Se trata de otorgar autoridad a la ciudadanía y dar transparencia a los procesos electorales. Es un deber cívico, constitucional.

Entiendo la frustración y el desgano hacia los partidos políticos y sus candidatos. Es parte de su juego: lo han enlodado todo que no dan ganas de participar en nada. La convicción debería estar entonces en que la democracia tiene muchos espacios y no se debe desperdiciar ninguno, pese al mal olor de lo que hacen los gobernantes. De hecho, la limpieza y el control de plagas se hace cuando se tiene la casa sucia y llena de bichos y roedores.

Desde las autoridades les dirán que es una obligación. Y ya hay advertencias sobre multas. Están en la ley. Y existen más consecuencias si no se llega a pagar esa multa por no asistir sin justificación. Les pueden restringir su libertad migratoria, les pueden negar las solvencias en la policía, les pueden denegar la renovación de su dui o la refrenda de su licencia de conducir, hasta que cancelen.

Las medidas son extremas en realidad. Y más cuando entre el sorteo, la notificación y la capacitación queda un espacio reducido de tiempo. Una de las grandes deudas de los partidos políticos en la Asamblea Legislativa hacia el Tribunal Supremo Electoral, por años, ha sido el desdén de dejarle a la máxima autoridad electoral todo para última hora. Faltó sensibilización en esto. Faltó la estrategia de comunicación para que los ciudadanos estuvieran atentos y conscientes de las nuevas disposiciones dictaminadas desde la Sala de lo Constitucional.

Ser parte de las juntas receptoras de votos ha venido a tomar por sorpresa a varias personas que conozco y que sé que se informan con regularidad. No quiero pensar en quienes aún no lo saben y en los próximos días van a recibir una notificación en sus casas. También estas acciones apresuradas, mal programadas, ayudan a acentuar la antipatía a todo lo que suene a política.

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