Estrategias para ignorar el Mundial

Por Carolina Gamazo

“Mi mente no conecta de ninguna manera con ese deporte. El intercambio de la pelota entre jugadores me parece cero interesante. Ni siquiera los goles, las faltas o los penaltis me emocionan. Tampoco me hace descargar adrenalina que ganen unos o pierdan otros. Me da igual. Me pone contenta que otras personas estén felices cuando gana un equipo. Pero a mí, realmente, me la suda. Supongo que cada mente funciona de una forma, y se nutre de diferentes maneras. La mía no conecta con el fútbol”.

He pasado toda mi vida cerca del fútbol, supongo que como cualquier ciudadana de a pie. Creo que pocas personas en este mundo globalizado podemos escapar del fútbol. Muchas veces, simplemente, es el plan. Y, o te adaptas al plan, o te quedas sola.

De pequeña me apunté al equipo de fútbol de niñas de mi pueblo para no quedarme sola. Era la actividad extraescolar de las tardes, después de la escuela, y la de los sábados, cuando jugábamos los partidos de una liguilla interpueblos. Yo me pedía el puesto –inexistente– de ‘subdefensa’, con el único fin de no tener que moverme y evitar, en la medida de lo posible, que el balón llegara a mis pies. Y, como a las demás niñas les importaba bastante poco el resultado partido, nadie oponía resistencia a mi absoluta pasividad. 

Además de jugar, me he pasado buena parte de las tardes de domingo de mi adolescencia viendo partidos de fútbol en la televisión de un bar: de la Liga, la Copa del Rey, la UEFA, la Champions (¡siempre hay algún torneo!). Para los demás, supongo que es la forma de sentir las horas previas al lunes menos suicidables. Para mí, era un aburrimiento absoluto, pero, nuevamente, era el plan. O iba al bar a ver el partido o me quedaba en casa sintiéndome recha. Y, para los adolescentes, es peor sentirse rechazados que aburrirse.

Pero puedo asegurar que, a pesar de la cantidad de horas que me he tragado de fútbol, nunca he prestado atención más de cinco minutos a un partido. Cada vez que empiezan a jugar, mis pensamientos viajan a cualquier rincón del universo. Y, cuando hablan de fútbol a mi alrededor, en mi cabeza suena esa canción de los años cuarenta que sale en la cabeza de Homero Simpson, mientras Bart y Lisa le hablan. A veces, confieso, hago preguntas de fútbol para entablar una conversación –porque el fútbol puede cumplir la misma función que el clima– y, en cuanto mi interlocutor empieza a hablar, mis pensamientos ya están en cualquier otro lugar. ¿Cómo quedó México? Ti ri ri tin tiri tiri riri tiriri.

Mi mente no conecta de ninguna manera con ese deporte. El intercambio de la pelota entre jugadores me parece cero interesante. Ni siquiera los goles, las faltas o los penaltis me emocionan. Tampoco me hace descargar adrenalina que ganen unos o pierdan otros. Me da igual. Me pone contenta que otras personas estén felices cuando gana un equipo. Pero a mí, realmente, me la suda. Supongo que cada mente funciona de una forma, y se nutre de diferentes maneras. La mía no conecta con el fútbol.

Cuando me fui haciendo mayor, y me fui enterando de que podía elegir mis planes, y ser sincera con mis gustos; cuando me empecé a deconstruir, y me empezó a dar pereza hacer cosas para que los hombres que me rodeaban estuvieran felices –sobre todo porque no suele ir en doble dirección– me fui alejando del fútbol. Y he vivido mis últimos años realmente distante.  

Hasta que llega el Mundial. Y me es imposible evitarlo, porque son millones de mensajes que me bombardean desde todas las direcciones. Me siento totalmente aturdida, y por momentos asqueada. La cara de Messi empieza a salir en mis pesadillas, con la cantadilla de Carlos Vives detrás y una Pepsi gigante volcándose e inundando al mundo y matándonos a todos –¡del aburrimiento!–.

Pero, para no ser hater, en los últimos días he estado trazando estrategias para ignorar el Mundial, y me he dado cuenta de que es posible. Tan solo tienes que:

  • Evitar entrar en Facebook, Twitter e Instagram.
  • Evitar ver televisión.
  • Evitar escuchar radio.
  • Evitar entrar en los grupos de WhatsApp –familiares, de trabajo, de amigos–.
  • Evitar las vías de comunicación en general.
  • Evitar salir a la calle –y, solo en caso de que sea absolutamente necesario, hacerlo con la mirada entornada, dejando los flancos laterales en negro, para no ver las vallas publicidad–.
  • Evitar la higiene, porque resulta que los jabones, champús y pastas de dientes también tienen la cara de Messi.
  • Y, bueno, evitar comer, porque lo más seguro es que los envases estén decorados con la cara de Messi deseándote, como ayer: “¡Feliz día internacional del sushi!”.