El Salvador, ¿Un país esperanzado?

A los salvadoreños vivir la realidad salvadoreña nos ha empapado de indiferencia. Esa es la principal conclusión que tengo luego de un par de meses de vuelta en el país, luego de volver a acostumbrarme a ver los noticieros hablando de muertos como quien habla del clima, de ver a nuestros políticos actuar con individualismo e irracionalidad (con muchas cuotas de cinismo), luego de ver cómo todos enfocan sus prioridades para salir corriendo. En fin, luego de volver a mi país.

Los que regresamos a El Salvador volvemos con esperanza, creemos que es posible cambiar las cosas para generar un bienestar real que no se concentre en una minoría, regresamos para intentar transformar al país. Pero, poco a poco nos vamos sintiendo como locos, como ingenuos que no saben en qué lugar están.

Desde acá vemos lo que pasa en los países vecinos –en donde las cosas como matar o robar de las instituciones tampoco son algo novedoso– en los que las exigencias populares comienzan a materializarse en las calles. Muchos soñamos con esos niveles de participación ciudadana, pero allá son el resultado del buen quehacer de una alabable comisión internacional y que simplemente tampoco se sabe qué hacer después, porque las instituciones, los políticos y las visiones no se han transformado.

Mientras tanto, en El Salvador nos seguimos lamentando porque no vivimos en otro lado; nuestro gobierno siguen sin darse cuenta de que muchas cosas no se están haciendo nada bien y el resto de políticos cree, ingenuamente, que al criticar es porque pensamos como ellos. Sin embargo, lo más frustrante es que las elecciones están lejos y eso es lo único que parece asustar a los que tienen el poder.

El Salvador no puede seguir siendo solo un país con esperanza en que algo transcendente suceda y que las cosas cambien.

Por un lado, aterroriza pensar que no estamos comprendiendo no solamente que en nuestro país están matando mucha gente, sino eso: ¡Acá matan gente! Y que los que toman las decisiones manipulan la información, nos venden que las cosas se están resolviendo, cuando tenemos coches bombas, como de película, en nuestras calles. Por otro lado, tenemos una oposición política cargada de oportunismo electorero y falta de alternativas, como mínimo, inteligentes.

Cómo esperar cualquier tipo de manifestación ciudadana, si ante esta realidad lo mejor es irse. Ahora se ve a los salvadoreños no con ganas de exigir y transformar la realidad, sino con ganas de dar todo por perdido y cuidar el propio pellejo. Así, parece extremadamente difícil, incluso, llegar a tener esperanzas.

Lo triste de volver a El Salvador es tener que callar porque al final de cuentas cualquier grito es silenciado para mantener las cosas como están. De a poco, sin hacer nada y sin dejar hacer, estamos extinguiendo lo que quedaba de esperanzas.

Es triste tener que escribir con estos matices, pero cómo encender la alarma de que estamos llegando al tope, cuando unos piensan que están transformando las cosas desde los despachos y otros piensan que se va a transformar para el simple beneficio ideológico.

El Salvador necesita una transformación, pero una transformación llena de verdad, que nos permita tener la libertad de pensar más allá de las esperanzas.

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