El monstruo de dos cabezas Underwood

El giro del protagonismo de House of Cards de la primera a la segunda temporada fue muy interesante. De Frank Underwood burlándose del sistema democrático y ejerciendo el poder, a la alianza con su esposa Claire.

¿Qué nos traerá el matrimonio Underwood en la tercera temporada?

[Spoiler alert: este contenido tiene reseñas a la primera y la segunda temporada. Es para los ávidos fans que, como yo, esperan la tercera.]

Francis Underwood se nos presenta en una primera temporada como alguien independiente, manipulador, que va descartando personajes. Es un poco de un baile en solo. Lo vemos salirse con la suya, ese éxito avasallador, esa casi perfección hace que en nosotros surja este sentimiento de admiración. Ese que hace que cientos de avatares en twitter se cambien al de Frank Underwood. (Luego vemos que hay cabos sueltos de esa primera temporada que llevan a complicaciones en la segunda, y sin duda, que seguiremos viendo en la tercera).

Debo confesar que el Frank que más me gusta quizás se acabó en la primera temporada. Me gustaba el elegante que no se ensuciaba las manos. El que sólo dependía de su manipulación. El que no necesitaba matar, sin otra cosa más que sonreírnos con un comentario sarcástico. Sólo necesitaba uno de esos momentos estelares en que Kevin Spacey nos mira, a nosotros, espectadores, sus testigos, y nos habla, ese momento donde la narrativa de la pantalla (de la computadora, porque es Netflix) se quiebra, y nos hace cómplices de algo. Ese gran acierto dramático, que House of Cards heredó de su versión anterior, la serie inglesa transmitida en el 1990.

Pero seguro, nadie llega a ningún lugar importante, impoluto. En esa primera temporada, donde mi fascinación por Frank crecía, Spacey era capaz de engancharme, como no me hacía sentir desde Keyser Söze (Usual suspects, 1995). Sí, pero la evolución del personaje no podía mantenerlo ahí, en ese mi lugar seguro, en ese lugar donde los espectadores no se cuestionen la ética. ¡Estamos hablando del gobierno de Estados Unidos!, me dije, si desde los X files (Fox, 1992-2003) sabemos que todo está cochino.

House of Cards entonces se me hizo un poco más incómoda con el asesinato del senador Peter Russo (Corey Stoll). Pero igual de atrayente. Uno a veces (o muy seguido)  juega al morbo, a la atracción del mal. ¿Quién soy yo, espectadora, cómplice de un asesino, de un corrupto? Es esa humanidad, que puedo darme el lujo de experimentar, sin salir de mi casa, sin realmente cometer un crimen, pero estar ahí, cerca del abismo: la adrenalina. Y tengo todos los capítulos disponibles para saciar mi hambre, esa es la gran jugada de la serie y su formato. 

Robin Wright, vestida de Claire Underwood, pide su lugar a finales de la primera temporada. “¿cómo apoyaré los planes que no sé que tenemos?” y renuncia a algo parecido al amor por su propia ambición. Esto marca el engranaje perfecto,  en ese momento  más cercano a un robot, por ser poco orgánico, aún. Con Frank quien ya no es alguien a quien admirar (aunque Spacey encarnándolo, sí), la palabra monstruo, como antítesis de lo humano me aparece y coincide con  la alianza Claire-Frank.  Frank no transita en este camino solo, eso está muy claro.

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Claire Underwood.

Y fue más evidente en la segunda temporada. No sólo la serie se deshace de la muy protagónica Zoe Barnes (Kate Mara), sino que Claire empieza a tomar más notoriedad. De repente oímos que Claire era feminista (por ejemplo, se desataron en Jezebel), que quizás no lo era, que quizás era humana, porque fue violada, que quizás era amoral porque todo era parte de un plan más grande de llevar una ley, que era capaz de mentir, que además podía prescindir de todo, al momento que esa parte del plan ya no encajara. Para mí,  Claire también es un monstruo, uno distinguido. Son quizás demasiado elegantes estos monstruos modernos, me digo, mientras me sueño con un vestido elegante negro.

Ante los duelos de Frank que no son ya tan interesantes (en realidad el  antagónico Raymond Tusk, en la segunda temporada nunca me atrapó), es el baile de la pareja lo que me impresionó más de la segunda temporada. Y es bastante transgresor. La idea de construir un matrimonio basado en la completa ambición, esa figura que se nos enseña es la base de la sociedad (y ay, por favorcito, no la anden ensuciando queriendo que sea para todos), es una gran crítica de lo que vemos en las portadas de sonrisas políticas.

No, la segunda temporada ya no es sólo el viaje de un vicepresidente que llegó ahí burlando los espacios democráticos de la nación que promueve la libertad a capa y espada. Es la reconstrucción de un matrimonio robótico que termina en un monstruo, un monstruo que sabe cómo saciarse a sí mismo, que actúa con alevosía y premeditación todo el tiempo, que goza de manipular a todos, y que no tiene reparos para comerse a nadie. Para mí, este monstruo termina de nacer ante nuestros ojos en la muy  comentada escena con Edward Meechum, guardaespaldas y encargado de seguridad de los Underwood. Se vuelven orgánicos. Los vemos comulgar, como nunca. Hay pasión en su ambición: hay deseo en su ejercicio de poder, hoy ya conjunto.

Frank Underwood, Edward Meechum y Claire Underwood.

Frank Underwood, Edward Meechum y Claire Underwood.

Ana Escoto es economista, PhD en Estudios de Población . Columnista de La Prensa Gráfica. Escritora salvadoreña con más de una década de trayectoria. Encuéntrala en: – Twitter – Blog

Ana Escoto es economista, PhD en Estudios de Población . Columnista de La Prensa Gráfica. Escritora salvadoreña con más de una década de trayectoria. Encuéntrala en:
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 En vísperas de la tercera temporada, el borde del abismo, ese seductor, se me plantea con el monstruo de dos cabezas, quiero seguir viéndolos actuar. Me intriga qué tanto esta criatura pueda sobrevivir. Una casa de naipes puede ser erigida, pero fácilmente botada. ¿Un monstruo de dos cabezas puede guardar el equilibrio? Presiento que habrá tensiones en ese baile, me aventuro a vaticinar un poco de autodestrucción.

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