¿De qué nos reímos?

Fui uno de cientos a juzgar por el trending de la tuitósfera guanaca el sábado por la noche. Fui uno más entre quienes, tras saborear como propia la victoria de la selección chilena, la abultada-humillante-exquisita tastaseada que la Roja le infligió a su par mexicana, nos volcamos al Twitter, cual ex presidente irrelevante, para comunicar nuestro muy salvadoreño placer de saber así derrotados a los mexicanos. “Sevennil”, tuitié, ingenioso, el sonido del marcador final del Chile-México en los cuartos de final de la Copa América centenario, comentado por los flemáticos narradores de la cadena FS1, en inglés, el británico Steve McManaman incluido.


Al poco tiempo, consumada mi irrelevante diatriba tuitera, no pude menos que sonrojarme: yo, fanático sin selección, celebraba junto a mis compatriotas, salvadoreños, el 7-0 a los mexicanos. Me sonrojaba. Pero volvía por mis fueros internos: ¿y qué?, cedía el fanático interior: ¿y qué si me alegro? Recordaba, en los picos de mi rabieta antimexicana, lo que solía contestarles a mis cheros cuando, dueños ellos de mucha sobriedad, decían que por muy salvadoreños que fueran México siempre jugaría mejor: “Mexicano el que se alegre cuando gane México”. Todo muy irracional. Muy futbolero.

Pasada la resaca del 7-0 y admitida la alegría irracional, alimentada, seguro, por las veces que los mexicanos humillaron en una cancha de fútbol a las selecciones salvadoreñas desde que tengo memoria, volví a sonrojarme: lo mío no era otra cosa que una expresión más de la mediocridad sempiterna, en el fútbol pero también en la política aun en el ejercicio de ciudadanía, con la que hemos terminado por conformarnos los nacidos en El Salvador.

Vamos a los hechos del fútbol. Y luego, preguntémonos, ¿por qué putas nos reímos del 7-0 a los mexicanos?

¿Qué nos da risa? ¿Que Chile le haya ganado a México? Era, ese, el resultado más lógico sin importar las absurdas premoniciones de los analistas del tinglado gringo-mexicano.

Es cierto que oír a los comentaristas mexicanos diseminados por Univisión, Telemundo o las versiones en español de las estadounidenses Fox o ESPN es un dolor. Y partamos de que si podemos recurrimos a esos comentaristas y cadenas cada vez que vemos fútbol: oír a los del 4, cuando pasan algún partido interesante, es aún más doloroso.

Los seleccionados mexicanos Guillermo Ochoa y Rafael Márquez en una cena en el Palacio Presidencial en México. Foto de Presidencia de México, tomada de Flickr, con licencia Creative Commons.

Los seleccionados mexicanos Guillermo Ochoa y Rafael Márquez en una cena en el Palacio Presidencial en México. Foto de Presidencia de México, tomada de Flickr, con licencia Creative Commons.

Oír a los mexicanos como Faitelson es un dolor porque en este mundo de cable abierto y downloads piratas resulta irritante oírlos pretender que México es una selección de nivel premium. México juega mejor que El Salvador, sin duda, pero eso no quiere decir nada. Es una selección sobrevalorada y muy bien mercadeada por la FIFA, CONCACAF y todas esas cadenas de televisión en virtud de la importantísima cantidad de mexicanos que pagan por ver al Tri en los estadios de México o Estados Unidos, comprar sus camisetas o pagar por las Tecates y Coronas con que acompañan la velada el día del partido.

¿Nos da risa que Chile le gane a México? A ver, Chile es el campeón de Sudamérica. Juega de tú a tú con la Argentina de Messi. De ella dicen, por ejemplo, que es la nueva versión del fútbol total. Ahí juegan Alexis Sánchez, del Arsenal; Arturo  Vidal, del Bayern; Claudio Bravo, del Barcelona; y Eduardo Vargas, del Hoffenheim de Alemania. Y el sábado pasado, 18 de junio, esos cuatro tipos jugaron acaso uno de los mejores partidos de sus vidas. ¿México? Bueno, ahí juegan Memo Ochoa, “Chicharito” Hernández, Miguel Layún y “Tecatito” Corona. Los dos primeros protagonistas de esos anuncios con los que Bud Light y Rexona les venden producto a sus clientes de habla hispana en los Estados Unidos y los otros dos protagonistas de cientos de minutos aire en Fútbol Picante y de poco más en las canchas.

Que Chile le ganara a México no cae en el terreno de la sorpresa.

¿O nos reímos del 7-0? Si es así, de qué nos reímos los salvadoreños: A nuestra selección de 1982, la mejor que hayamos tenido nunca según los entendidos, le zamparon 10 en Elche, durante el mundial de España. Las últimas 7 veces que las selecciones de El Salvador y México se enfrentaron, los mexicanos ganaron seis y nosotros una; en esos siete partidos México metió 21 goles y El Salvador 4. Tres de las cuatro últimas victorias mexicanas fueron por 3-0, 4-0 y 5-0.

Gol de Alfredo Pacheco ante México en el Estadio Cuscatlán. 12 de junio de 2012.

En serio, ¿de qué nos reímos?

Es la nuestra, la carcajada de los mediocres. Y, adelantándome al quiebre más esperable en este tema, ese del malinchismo, permítanme aclarar: tengo dos camisetas de la selecta, me emocioné tanto con aquel zapatazo inefable de Luis Anaya ante Panamá como con el golón del finado Alfredo Pacheco, sí el que le hizo a México para el empate momentáneo en junio de 2012. Lo que sufro con la selección solo es comparable a lo que me hace maldecir el Águila (ajá, ese que acaba de perder la final contra el Dragón).

Todo eso no quita que sepa, sin asomo de duda, que la mediocridad es la característica definitoria del fútbol salvadoreño, como lo es de su política también. Cristian Villalta, periodista deportivo, escritor salvadoreño y mi amigo, me dijo una vez, cuando hablábamos de los amaños de los seleccionados locales: “Con esto el fútbol es, hoy sí, una metáfora completa del país”: trampa tolerada y mediocridad, según le entendí.

Durante muchos años el fútbol salvadoreño ha sido muchas cosas, desde una mafia más de las tantas que han carcomido el alma del país hasta la única hilacha de identidad nacional positiva en medio de la violencia letal que nos consume a diario. A veces, cuando ocurren anomalías en la matriz –citando a los hermanos Wachowsky-, el fútbol salvadoreño nos hincha, como cuando el Mago era dueño y señor de Cádiz.

México perdió. Lo humillaron. Y con ese pretexto me colé en los facebooks de mis muy buenos amigos y colegas chilenos y mexicanos para unirme a la celebra de unos y alburear a los otros. Supongo que, después de darle like a mis comentarios o retuitearme, habrán pensado lo que otro buen colega, un uruguayo, me dijo una vez que discutíamos de fútbol en una de esas madrugadas largas que vivimos, como estudiantes, en los confines de algún barrio barcelonés. Le recordaba yo a Sebas –que así se llama mi chero– el 6 a 1 que Dinamarca le metió a Uruguay  en el 86. Sebas torció la sonrisa antes de decirme, con los dardos recargados: ¿De qué país decís que sos?

Decía María Félix que la selección mexicana era como el sarampión: se ensaña solo con los pequeños. Pues eso. México llega al Cuscatlán el próximo 2 de septiembre por las eliminatorias para Rusia 2018, Mundial del que ya casi, casi estamos eliminados. A ver si nos reímos.

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