“DAMN.”: La vieja escuela en el ADN de Kendrick Lamar

En medio de la lluvia de reacciones sobre su cuarto álbum, “DAMN.” (2017), en pleno torbellino de teorías de sus más aguerridos fanáticos sobre otro material discográfico bajo la manga (que al final no resultaron descabelladas) y, por supuesto, la guerra de números en la industria musical, Kendrick Lamar dio la mejor pista, a mí parecer, para entender su intención en este material: la imagen en el video del corte “DNA”.


La icónica imagen de dos de las más grandes leyendas del rap de los noventa, 2Pac y Snoop Dogg, corresponde a la ceremonia de los MTV Video Music Awards de 1996. Kendrick nunca ha ocultado su admiración por 2Pac. Basta recordar el tributo que hace a este en “Mortal Man”. Y Snoop Dogg vendría a ser su hermano mayor, porque el padre de ambos (en la industria) es Dr. Dre. MTV + Rap +  1990: época de oro (para muchos) de este género.

A la izquierda, Snoop Dog; a la derecha, Tupac Shakur. Imagen que aparece en el video clip de “DNA”, del nuevo disco de Kendrick Lamar.

Y “DAMN.”, definitivamente, es un disco que no desentonaría ni un poco en ese periodo. El nuevo disco de Kendrick Lamar también funciona en 2017, dos décadas después de la muerte de The Notorious B.I.G. y 2Pac, homicidios saturados de morbo que pusieron fin a uno de los episodios más fructíferos del rap.

Esto y escuchar a diario el álbum me llevó a una conclusión bastante simple: el rapero de Compton, California, retomó la herencia del rap de la vieja escuela de los noventa y la actualizó e incluso mezcló con elementos que podrían parecer irreconciliables con esta, como el trap. Y eso sorprende, porque Lamar debe su actual fama y prestigio a “abrir caminos” y a “innovar”. Tanto “Good Kid, M.A.A.D City” (2012) como “To Pimp a Butterfly” (2015) fueron paradigmáticos para el hip hop. Pero esta vez deja el camino de la innovación y revisa su ADN, es decir, sus influencias; y las documenta.

Sin embargo, no deja de ser el ambicioso de siempre y en lugar de presentar un seco boom bap, presenta un interesante rap minimalista, híbrido e introspectivo.

Hoy por hoy, la obra capital de Kendrick es “To Pimp a Butterfly” y esa es una carga gigantesca, como la de Nirvana después del “Nevermind”. Esto lo comenté en la reseña del compilado “untitled unmastered.” (2016). Ese parangón aún tiene sentido, porque lo crudo de “DAMN.” recuerda el giro al hardcore que dio Nirvana con el “In Utero”, abandonando complacer el camino natural que todos esperaban: repetirse.

Pero “DAMN.” no se trata solo de beats o del desfile de productores que intervinieron en este, como Anthony “Top Dawg” Tiffith, DJ Dahi y The Alchemist. Se trata de un concepto lírico también. Atrás queda el compromiso colectivo de Kendrick del “To Pimp a Butterfly”, la atinada urgencia social que ese momento le requería. Ahora nos habla de él y sus ángeles y demonios. De una vida que funciona en círculo y al igual que su ídolo, 2Pac, la narrativa está sazonada con referencias bíblicas.

“Blood” funciona como todos los tracks iniciales de los álbumes de Kendrick, es decir, como introducción y planteamiento. Cuestiona si nuestra elección será vivir o a morir. Luego, en “DNA”, nos recordará que nuestro ADN es bastante complejo, que en este hay lealtad, pero también muerte, hambre de poder, sexo y dinero.

Dios (AKA Yahveh) y el tema religioso —en clave Kendrick— aparecen en “Yah”. Después inicia la batalla con su ego en “Element”, con retazos de su historia personal. “Feel” es un compilado de lo negativo de la industria musical y la fama. Esta vez no busca empatizar y sentencia que nadie está rezando por él.

“Loyalty” es la primera colaboración que aparece firmada en el disco. También es la primera vez que Rihanna y Kendrick Lamar colaboran para un tema. Aborda la importancia de la lealtad en las relaciones sentimentales y en la industria; y lo duro que es ser humilde. Se trata de un tema contradictorio y cíclico en todo el disco.

Acto seguido aparece “Pride”, una de las propuestas más interesantes en lo sonoro. Esto no es gratuito. Es la marca registrada de uno de los involucrados, Steve Lacy, de The Internet. Juega con tono suave para narrar sobre su orgullo. Contrario a lo que hace en el tema que sigue, “Humble, que también fue el primer sencillo liberado del álbum. Con un fuerte beat, Kendrick hablará de humildad y resumirá muchos de los temas abordados en los cortes anteriores.

Con un tono reflexivo —al mejor estilo de predicador protestante—, Lamar abordará la lujuria y el amor en los temas “Lust” y “Love”, respectivamente.

Cuando el tracklist fue anunciado, uno de las canciones que más curiosidad me provocó fue “XXX”, porque traía una colaboración firmada con U2, esa legendaria banda irlandesa de la que las nuevas generaciones no quieren ni regalados sus discos. Sorpresivamente, el tema es de los más destacados del álbum, además de ser el más politizado. No hay ni un segundo de desperdicio y las líneas de Bono son increíbles:

“It’s not a place

This country is to me a sound of drum and bass

You close your eyes to look around”

[Este no es un lugar/ Este país para mí es el sonido de drum and bass/ Cierra los ojos para ver a tu alrededor]

En los dos cortes que siguen sube la intensidad narrativa. “Fear” cuenta sobre el temor en tres edades: 7, 17 y 27. Y “God” habla sobre el ego de Kendrick, quien viaja al infinito para pasar revista a sus logros y compararse con un dios.

El último tema es brillante, lleva por nombre el apellido legal de Kendrick: “Duckworth”. Tiene el estilo de una fábula callejera en la que cuenta que si hace 20 años el productor Anthony “Top Dawg” Tiffith hubiese realizado un asalto que planeó en el lugar donde el padre de Kendrick trabajaba, probablemente (y ante la falta de una figura paterna), este habría terminado en el ciclo de las pandillas y la delincuencia; o Tiffith hubiese muerto en el asalto y nunca habría trabajado en la producción musical. El tema termina en reversa, coherente con el concepto narrativo y recordando lo planteado al inicio del álbum: si elegiremos vivir o morir.

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