Club de Tetos 

El final de “Club de cuervos” mostró todas las razones por las que esta serie debía ser clausurada. Cuatro temporadas se mantuvo un fenómeno que a través del fútbol retrató una visión paródica y sarcástica de los peores vicios de una parte de la sociedad mexicana. Al traicionarse a sí misma –y adquirir por momentos una seriedad que no le correspondía– la comedia mutó a un drama con los clichés más burdos de la tradición televisiva mexicana.


[Alerta spoiler: la siguiente reseña describe escenas detalladas de la cuarta temporada de “Club de cuervos”. Si aún no la has visto y no quisieras saber al respecto, procedé a ver la serie en Netflix y regresá aquí para compartir tus comentarios]

De acuerdo al incuestionable y prestigioso diccionario de Tu Babel, si en México te dicen que sos “teto” es equivalente a que te digan que sos «menso», «tonto», «bobo» o «tarado»; una acepción muy diferente a si en España te propusieran si «¿querés jugar al teto?». Ahí la cosa cambia de forma radical, pero eso es materia para lingüistas y morbosos. En realidad el calificativo «teto» o «cateto» –la acepción mexicana– calza perfecto para definir a una de las series de televisión que más impacto ha tenido en el cono norte latinoamericano del último lustro. Se trata de “Club de Cuervos”, que fue estrenada en agosto de 2015 –lo que la convirtió en la primera serie original de Netflix con contenido en español– y que recién hace una semana liberó su camada final de episodios. En los últimos 40 meses hemos visto cuatro temporadas y dos spin-offs de la historia burda y ficticia que cuenta las malandanzas de Salvador ‘Chava’ Iglesias Jr. (Luis Gerardo Méndez) y su hermana, Isabel Iglesias Reina (Mariana Treviño), herederos de un equipo de fútbol en el también irreal poblado de Nuevo Toledo. Siendo una comedia dramática creada por Gaz Alazraki y Michael Lam, “Club de Cuervos” se colgó del fenómeno humorístico que causó la exposición del “Mirreynato” –la cultura de la ostentación, el bluff y la importancia del ‘alto pelaje’– en la película “Nosotros los nobles”, de 2013. Y a partir de ahí fue construyendo una historia que entre más inverosímil e idiota se volvía, más éxito alcanzaba. Hasta que, casi cuatro años después, la fórmula comenzó a desgastarse. Los chistes y las burlas a las minorías comenzaron a dejar de ser tan graciosas y, aunque han asegurado que el plan siempre fue que duraría solo cuatro temporadas, los productores decidieron (¡por suerte!) que había que ponerle fin.

¿Cómo aplicaron la sentencia sumaria? Bastante mal, para ser franco. La última temporada de “Club de cuervos” es la peor de todas. Concluye una tendencia decadente que resultó imposible de revertir. Hay muchas cosas que fallan, especialmente en materia de guion (de construcción y resolución de conflictos), pero sobre todo, en materia de saber asumir lo que sos. Si tenés claro que estás proponiendo una serie de televisión que se burla de todo –de la diversidad sexual, la Iglesia, el feminismo, el machismo, las raíces prehispánicas, la promiscuidad, la pobreza centroamericana o la violencia extrema de Tamaulipas–, entonces hacelo hasta las últimas consecuencias. ¿Ya te burlaste de todo? Entonces ya no te retractés. Seguí burlándote. No hagás un desenlace de “todos vivieron felices para siempre”. No propongás la evolución del personaje más estúpido de toda la serie (Chava) convertido en un Steve Jobs que no viene al cuento. No concluyás con personajes que son buscados por Interpol (Mary Luz) que asumen sus delitos “porque eso es lo correcto” y por ello terminan entregándose (a la ley y al empresario ‘carita’) de forma heroica. No vanalicés el fenómeno de los asesinatos de periodistas en México si no vas a estar dispuesto a burlarte de eso también. No le des seriedad a algo que, desde su propuesta, no la necesita y se traiciona a sí misma. Atreve-te-te. No seás Residente Calle 13.

Tengo la sospecha de que los productores de Netflix hicieron un diagnóstico y concluyeron que su target forma parte de una generación que no tiene paciencia para asimilar conflictos de larga duración. Por eso, una de las cosas que más me desagradaron de las cuatro temporadas de “Club de cuervos” fue lo poco que duraban los líos que montaban, conflictos que apenas se mantenían un episodio para ser sustituidos inmediatamente por otros que a su vez serían luego relevados por otros cada vez más estúpidos, en un loop de la idiotez bastante ordinario. 

Este es uno de los carteles oficiales que Netflix dio a conocer para promocionar la cuarta (y última) temporada de la serie “Club de cuervos”.
Foto de Netflix.

En la última temporada hay un conflicto que sirve de hilo conductor a lo largo de los diez episodios: la necesidad de recaudar dinero para salvar a los Cuervos Negros Salvajes de Nuevo Toledo (en Puebla). Sin embargo, ese conflicto queda sepultado por obstáculos protagónicos que aparecen y desaparecen de forma vertiginosa. Chava Iglesias, por ejemplo, pasa de querer cambiar su nombre –por la vergüenza que le ocasiona el destape de un crimen de su difunto padre– a montar una escuela ubicada estratégicamente para extorsionar; y luego pasa a la iniciativa de crear Cuervos TV; y luego pasa a reclutar gente para llenar el estadio; y luego pasa a crear “La Peste Negra”; y luego pasa a dirigir una estrategia de mercadeo basada en “influencers”; y luego pasa a reavivar un amorío con la ‘periodista’ más antiperiodística de toda la serie; y luego pasa a realizar un secuestro y un posible asesinato; y termina con el cliché de un mundo fifí en el que la concepción del éxito es mudarse a Nueva York para encontrar su vocación como Tim Cook, a la mexicana. Todo  nace y todo muere sin dar tiempo de desarrollar nada. Ni siquiera al humor. La cuarta temporada de CDC es la más seria –y por ende, contranaturam– de todas.

Ejemplo de ello es la innecesaria inclusión de los líos amorosos de Isabel con Rafael Reina. A ratos, la comedia parecía más una telenovela que, para rescatarnos del tedio, volvía a aferrarse a las situaciones más ridículas para sostenerse. Situaciones como convertir a Isabel en “La puta de Nuevo Toledo” –tal y como se llama el cuarto episodio de la temporada–, pero que a la vez se escandaliza porque sorprende a su madre en una escena en la que le da sexo oral a un estríper; o el derroche de amor enfermizo que ‘Fede’, el director técnico del equipo, le profesa a Isabel.

En la última temporada, CDC vuelve a recurrir a elementos cliché propios de lo peor que la televisión ha heredado de las telenovelas: como la construcción de un villano sin ninguna complejidad (Gaspar) y que previsiblemente terminará siendo derrotado; o la necesidad de mostrarnos a un mártir (‘El Zombie’) que, también previsiblemente, terminará haciendo un sacrificio por un equipo que, sabemos, terminará ganando el ansiado campeonato; o la poca imaginación para resolver la serie premiando a todos “los buenos” y castigando a todos “los malos”.

Y no es que hacer humor con la tontería sea un problema. La historia nos ha mostrado a genios de la comedia en el cine y la televisión que han hecho de la bobería una escuela: Chaplin, Los Tres Chiflados, Cantinflas, Tin Tan, Mel Brooks, Benny Hill y Mr. Bean, por mencionar a los más ilustres. Por supuesto, “Club de cuervos” nunca tuvo la intención de emular a semejante club de maestros. Y esto es porque ninguno de los personajes fue construido para semejante misión. La primera temporada fue muy buena. Planteó desde un inicio la intención de hacer parodia de algunos de los vicios más evidentes de la sociedad mexicana, principalmente el de la corrupción (retratado todo a través del fútbol); pero CDC se traicionó a sí misma y fue estirando el chicle hasta llegar a esos veinte minutos fatídicos del episodio final, donde parecía que la historia nunca llegaría a su fin.

Por suerte, sí que encontró el final. 

Atrás quedan momentos en los que sí, de manera genuina, “Club de cuervos” nos hizo reír como «tetos». No todo fue un bodrio. Para el actor, Luis Gerardo Méndez, será muy difícil despegarse de papeles como los de ‘Chava’ Iglesias y Javi Noble. También para Mariana Treviño demandará mucho esfuerzo que cuando la veamos en nuevas producciones, no la asimilemos como la workaholic castrante que tan bien supo interpretar en esta serie. Y también quedan atrás actores y personajes que sí supieron brillar, como “El Potro” (Joaquín Ferreira) o Aitor Cardoné (Alosian Vivancos). Netflix puede construir con ellos nuevas historias que, ojalá, tengan mejores guiones, mejores relatos y formas de exprimir el humor sin recurrir a los viejos clichés de la tradición televisiva mexicana.

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