La censura solo favorece a los criminales

Los últimos días han disipado el humo de discoteca que recubre El Salvador desde hace casi tres años. Pese a la inversión propagandística, los selfies en las plenarias y los hashtag con brillantina, se ha revelado un país que se mantiene arrodillado ante unas autoridades que no son las gubernamentales. Las pandillas, convertidas en actores políticos sin control, siguen ahí.

La respuesta gubernamental al alza de homicidios se ha plegado al libreto de los pusilánimes que, una vez descubiertos, pretenden hacernos creer que luchan frontalmente contra la delincuencia. El manodurismo, además de añejo y poco fructífero, es una estrategia que ha sido utilizada sin sentido durante décadas en El Salvador. Es, también, la confirmación de que Nayib Bukele representa un continuismo de las políticas públicas fallidas y de la improvisación y propaganda como hoja de ruta. Bukele es el alumno más aventajado de los “mismos de siempre”: un Tony Saca con Twitter, un Funes simpático, un Francisco Flores con barba. 

Y si bien no es nueva, Bukele ha llevado la estrategia de la mano dura a otro nivel. En su escalada autoritaria, con una Asamblea Legislativa que ha renunciado por voluntad propia a la razón, el gobierno ha reformado leyes que buscan, so pretexto de combatir a las pandillas, amordazar lo único que el régimen no controla: nuestra voz. Es, pues, la excusa perfecta para sepultar la democracia, un camino que empezó mucho antes de que nos vendieran el cuento del control territorial. 

El control absoluto del poder es lo que en verdad está en juego. Y en esa estrategia, el periodismo, la libertad de expresión, o cualquiera que se atreva a disentir y señalar lo podrido, será siempre un obstáculo. Por eso hay un especial interés en mostrar a periodistas y medios de comunicación como cercanos a las pandillas, una falacia que se ha acentuado desde la vigencia del régimen de excepción y que se ha fortalecido tras las recientes modificaciones al Código Penal y a la Ley de Proscripción de pandillas

Los medios de comunicación en El Salvador se enfrentan a la censura dictada desde un régimen que cree que una enfermedad desaparece si no se le nombra. Y no, señor Bukele, las pandillas no desaparecerán si no se les menciona; tampoco si usted pacta con ellas. Periodistas que han dedicado años a entender y explicar el fenómeno de las pandillas están siendo perseguidos por contar una realidad que la propaganda busca esconder. Nuestra solidaridad para ellos y ellas, en especial a nuestros colaboradores que a diario se arriesgan para entregar un periodismo útil a su comunidad. Y todo nuestro respaldo para nuestro compañero Bryan Avelar, contra quien, descaradamente y hasta con recursos públicos vertidos en un panfleto, se ha iniciado una cruzada de calumnias.

La estrategia de vincular al periodismo con las pandillas no solo abre la posibilidad a las detenciones arbitrarias contra periodistas; es también un intento desesperado del oficialismo para que la ciudadanía no los vea como lo que son: un fraude. 

Porque gracias al periodismo, El Salvador ahora sabe:

Que el plan de control territorial nunca existió.

Que las pandillas aún ejercen su autoridad.

Que la Corte Suprema de Justicia, obediente a Casa Presidencial, negó la extradición de pandilleros hacia Estados Unidos. 

Que el fiscal general del oficialismo abogó por uno de esos pandilleros para evitar su extradición. 

Que Centros Penales, dirigida por un funcionario que colecciona acusaciones criminales, liberó a los pandilleros que debían ser extraditados.

Que el gobierno de Nayib Bukele también pactó con las pandillas. También. Pactó.

Mil veces malditos, diría un popular presidente latinoamericano.  

No será la primera vez que intentarán callar a la prensa, una acción que atenta contra la libertad de expresión de todo un país. El periodismo, aún en incertidumbre por las reformas recién aprobadas, encontrará en la solidaridad, en el esfuerzo y en la unidad la forma de seguir informando con rigor. La censura solo favorece a los criminales, los que están en las calles y los que están en las oficinas. Callarse nunca será la opción. 

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