Cátedra de tortura (made in USA)

No es poca cosa. El anterior presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, su vicepresidente, Richard “Dick” Cheney, y su Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, aprobaron protocolos que permitían a la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, torturar a prisioneros de guerra. La CIA pagó $81 millones a un grupo de psicólogos, liderados por James Mitchell y Bruce Jessen, por perfeccionar técnicas de tortura diseñadas para extraer información.

Ninguno de los medios de prensa estadounidenses, ni siquiera los más progresistas, han hecho la comparación, que puede parecer exagerada en principio, pero no es ociosa: el desdén, la frialdad, la indolencia y la crueldad que existen tras los postulados de los psicólogos Mitchell y Jessen no tiene mucho que envidiar a las de otros científicos que, a lo largo de la historia, han utilizado sus conocimientos para perfeccionar métodos de tortura. En el fondo, es poca la distancia que separa a esos dos psicólogos, contratados por la CIA, de, por ejemplo, el nazi Joseph Mengele, padre de los crueles experimentos destinados a exterminar a seres humanos considerados inferiores por su origen racial.

El resultado final, es cierto, fue distinto: los nazis mataron a 6 millones de personas durante el Holocausto, mientras que los resultados letales de las torturas aprobadas por la administración Bush costaron, directamente, solo un puñado de vidas humanas. Pero el cinismo y la aterradora frialdad con que ambos regímenes usaron la tortura para deshumanizar al adversario, al enemigo, son similares; parten de entender al otro como un ser inferior al que se puede denigrar hasta despojarlo de toda humanidad.

Jerrold M. Post, el director del programa de psicología política de la Universidad George Washington, le explicó al columnista Joe Davidson del Washington Post que la deshumanización es una de las tres condiciones –las otras son autorización y rutinización- que permiten ese tipo de violencia (tortura): “Permite a los perpetradores ver a los prisioneros como un ente no humano… y les permite pensar que están haciendo algo bueno a gente mala”, escribe Davidson citando al científico. El de Davidson es uno de decenas de artículos publicados en la prensa estadounidense a propósito del reporte de 525 páginas elaborado por el comité de inteligencia del Senado en Washington, y publicado el pasado 9 de diciembre, que detalla el tipo de torturas realizadas por personal de la CIA contra prisioneros de varias nacionalidades en el marco de la campaña anti Al-Qaeda emprendida por la administración Bush tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

“Learned helplessness” es el término en inglés que los psicólogos Mitchell y Jessen utilizaron para describir el estado al que las torturas debían llevar a los sujetos de interrogatorio. La traducción al español podría ser “desesperanza aprendida”.

De acuerdo a lo escrito en el reporte del Senado, el principio en el que se basan algunas torturas es provocar en la víctima una sensación de desesperanza tal que la posibilidad de sobrevivir al suplicio parece bloqueada. Al final, según esta teoría, el torturado siempre hablará, siempre proporcionará información “valiosa”. Antes de practicar sus postulados en seres humanos, los psicólogos contratados por la CIA lo habían “validado” –esa la palabra usada en el reporte- en perros a los que sometían a escarnios que les impedían superar obstáculos para salir de espacios a los que habían estado confinados por periodos largos sin acceso a comida y agua.

Una vez validado el método en perros, Mitchell y Jessen propusieron a la CIA aplicarlo en prisioneros.

Las principales técnicas usadas por personal estadounidense para inducir la “desesperanza aprendida” son la tabla de agua –“waterboard” en inglés-, que consiste en acostar al torturado con la cabeza hacia abajo para llenar nariz y boca con agua sin permitir que esta llegue a los pulmones, lo que provoca sensación de pánico pero evita la asfixia; y la alimentación rectal, que consiste en introducir combinados proteínicos por el ano para evitar que el torturado desfallezca si, como protesta al maltrato, ha decidido dejar de comer. En el catálogo también costa la privación de sueño y el sometimiento a temperaturas extremas. “Desesperanza aprendida”: no importa qué decida el prisionero, el torturador es el único que decide sobre el sufrimiento, la vida o la muerte.

Lleno de basura…

En el caso de la CIA ni siquiera el argumento de la eficiencia de los “métodos extremos” -eufemismo que aún utiliza alguna parte de la opinión pública en Estados Unidos- para prevenir ataques terroristas contra Estados Unidos es válido: el reporte del Senado determinó que en ningún caso el uso de torturas proveyó a Washington con información valiosa para anular o destruir grupos islámicos radicales.

Las olas del escándalo son leves aún en Washington. Parece poco probable, al menos por ahora, que la administración Obama o algún fiscal de distrito procedan legalmente contra quienes diseñaron, aprobaron o ejecutaron la tortura.

Hasta ahora, no obstante, ya algunas organizaciones civiles han pedido a Washington que estudie la posibilidad de abrir una causa criminal contra algunos de los funcionarios señalados en el reporte del Senado.

En una carta enviada el 10 de diciembre –un día después de la publicación del reporte- el Centro para la Justicia y la Transparencia (CJA en inglés), basado en San Francisco, pidió al fiscal general Eric Holder que inicie una pesquisa para determinar si puede haber persecución penal. “(El reporte del Senado muestra) como oficiales estadounidenses desconocieron el legado de George Washington y Abraham Lincoln, quienes rechazaron la tortura como método de guerra. Hoy es responsabilidad del Departamento de Justicia determinar si hay suficiente evidencia para procesar a estos oficiales por estos crímenes”, dice CJA en un comunicado.

Lo que la publicación del informe del Senado sí ha obligado a este país a verse en un espejo que empieza a devolverle una imagen macabra, que es por cierto harto conocida en América Latina: la del torturador universal.

Richard Cheney, el ex vicepresidente de Bush y uno de los principales implicados en el escándalo, ya salió a defender los métodos de la CIA en varias cadenas televisivas de Estados Unidos. Cheney, uno de los padres de la agresiva política exterior post 9-11 de Washington, ha vociferado en su defensa: El reporte, dice el ex número 2, “está lleno de basura” (“full of crap” en inglés, que también podría traducirse, en versión más libre, a “lleno de mierda”).

Parece que es la defensa de Cheney la que está “full of crap”, al menos desde el punto de vista del reporte del Senado y de casi cualquier comentarista, funcionario o político (incluso republicano) que se haya referido al tema –excepción hecha de otros oficiales de Bush, como Karl Rove, su subjefe de gabinete.

Uno de los principales argumentos esgrimidos por Cheney es que la información sirvió para evitar ataques después del 9-11. El reporte dice que eso no es así. Y una investigación independiente de The New York Time revela que prisioneros vinculados a Al Qaeda dieron información valiosa antes de ser torturados, no después; tal fue el caso de Abu Zabuyda, uno de los operativos más importantes de Al Qaeda, capturado en 2002 en interrogado primero por el FBI y luego por la CIA: antes de ser sometido a la tabla de agua, Zabuyda había dado nombres y ubicaciones relacionados a la red terrorista, tras ser sometido a los métodos de la CIA no dio más información.

La otra defensa de Cheney es semántica. La tabla de agua o la alimentación rectal, dice, no son torturas, sino “métodos agresivos de interrogación”. El Senado, John McCain –el más reputado de los senadores republicanos relacionados con la política exterior y defensor férreo de las misiones militares estadounidenses en Oriente Medio-, Barack Obama y una docenas de gobiernos extranjeros ocupan una palabra para nombrar esos métodos: tortura les llaman. Solo así: tortura.

 

Entre académicos estadounidenses que han estudiado a la CIA durante décadas, y sobre todo entre quienes conocen de los métodos de la agencia en América Latina, todo esto parece ser una gigantesca repetición: esta es la misma agencia que dio algunas lecciones a Augusto Pinochet en Chile, a Eugenio Vides Casanova y Guillermo García en El Salvador, a Videla en Argentina; todos ellos procesados por tortura. Por tortura. No por métodos agresivos de interrogación.

El mismo Cheney fue quien, en 1990, participó en el encubrimiento de la masacre de los Jesuitas de la UCA en El Salvador: intentó ocultar documentos que revelaban el involucramiento de la Fuerza Armada salvadoreña en los asesinatos cuando era Secretario de Defensa de Bush padre. En aquella ocasión, según documentos desclasificados de la misma CIA, Cheney ocultó esos documentos por “razones de seguridad nacional”, otro de los argumentos usados por la agencia y los oficiales de Bush, Cheney incluido, para aprobar la “desesperanza aprendida”, la tabla de agua, la alimentación rectal. Para aprobar la tortura.

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