Caricaturas de Torquemada

Lo vi en Netflix. En el cuarto capítulo de la primera temporada de El Ministerio del Tiempo, una de las mejores series españolas de televisión de los últimos años. Ahí nos cuentan que Ernesto, un burócrata dedicado a viajar por el tiempo para mantener los caminos de la historia tal cual la conocemos, es en realidad pariente de fray Tomás de Torquemada, el monje que tenía ascendencia judía y desde la Santa Inquisición se dedicó a quemar, entre otros, a judíos. La serie española, de ficción, recrea con una buena dosis de humor negro la hipocresía del inquisidor.

También lo vi en Netflix. En los capítulos finales de La catedral del mar, otra serie, basada esta en la novela homónima de Ildefonso Falcones, se recrea una escena en la que un jefe inquisidor, movido por la posibilidad de usar su poder para defenestrar a un rico comerciante catalán para quedarse con sus riquezas, acude a mentiras, torturas y al terror para llevar adelante sus muy mundanos empeños.

También en Netflix descubrí a la escritora Dolores Redondo, a través de El guardián invisible, la adaptación fílmica del primer libro de su trilogía del Baztán. Película y libro están contados en clave de thriller policiaco, pero lo que más me enriqueció de las imágenes y las letras fue la exposición a las creencias ancestrales de las poblaciones vascas establecidas en los bosques de Navarra, al norte de España. La obra de Redondo también pasa por las dificultades de los sistemas oficiales para lidiar con formas de entender la realidad que no están regidas por los códigos socialmente aceptados.

Todo eso vi en Netflix, en los últimos meses. También he visto basura y estupidez en Netflix, pero nunca tanta como la que suelo ver en las redes sociales manejadas, entre otros, por los adeptos de los partidos políticos salvadoreños en contienda presidencial, ni tanta como la que destilan algunos funcionarios y dirigentes de esos partidos.

Hoy resulta que algunos de esos militantes y dirigentes políticos –del FMLN y de Arena a la cabeza– quieren atribuirse la potestad de decidir qué vemos o escuchamos. El partido en el gobierno ha presentado una propuesta para controlar contenidos de Netflix y televisión por cable. Y diputados de Arena encabezaron la iniciativa para impedir el concierto de Marduk, una banda sueca de black metal en El Salvador.

“También he visto basura y estupidez en Netflix, pero nunca tanta como la que suelo ver en las redes sociales manejadas, entre otros, por los adeptos de los partidos políticos salvadoreños en contienda presidencial”.

También a alguien en el gobierno –aún falta determinar el nivel y afiliación del funcionario, pero todo huele a oficialismo efemelenista– se le ha ocurrido impedir la entrada de El niño de Hollywood, el libro sobre un líder pandillero escrito por los hermanos Óscar y Juan José Martínez. “Es un producto pernicioso para el país”, le dijeron a Juan José, según publicó este último en sus redes sociales.

¿Pernicioso? Dañina es la actitud del tinterillo que se piensa dueño y árbitro del conocimiento. El conocimiento nunca es nocivo.

Juan José Martínez es uno de los profesionales que mejor conoce el fenómeno pandillero en El Salvador porque lo ha estudiado desde la ciencia. Su hermano, Óscar, es uno de los mejores cronistas periodísticos del país y uno de quienes ha estudiado las pandillas desde el periodismo. Lo que ambos tengan que decirnos sobre este asunto, uno de los más definitorios de la realidad salvadoreña es, sin duda, valioso. Pero hoy resulta que algún burócrata con ínfulas de Torquemada, aupado acaso por los delirios estalinistas de dirigentes empeñados con las censuras tan típicas de los regímenes autoritarios que precedieron a nuestra paz, no quiere dejar entrar el libro de los Martínez.

No señor, esto es El Salvador en democracia en 2018. A muchos, nuestros padres incluidos, les costó demasiado deshacerse de esas ideas inquisitorias como para que nosotros tengamos que soportar ahora tanta estupidez. El conocimiento se adquiere, se desecha, se procesa, se recicla. Es parte del proceso cognitivo natural de un ser humano, sea este proceso académico o no. La humanidad ha tenido que sobrevivir aprendiendo, y en el camino ha generado ciencia, arte, inteligencia. Con el tiempo, los ejercicios individuales y colectivos sobre los que se sustenta el sistema político consagrado en nuestra Constitución nos enseñaron, además, que al final debería de ser el individuo el que procese qué le sirve y qué no. En qué más sino en eso se basan las democracias republicanas modernas.

“A muchos, nuestros padres incluidos, les costó demasiado deshacerse de esas ideas inquisitorias como para que nosotros tengamos que soportar ahora tanta estupidez”.

En corto: el individuo decide qué consume, en qué basa sus valores de vida y cuáles son sus creencias sobre lo terrenal y lo espiritual. En esto, por supuesto, influyen otros, como la familia y las costumbres. En El Salvador, un país desigual, con oportunidades educativas para pocos y por tradición conservador, la individualidad es un ejercicio que ha sido difícil. Pero eso empezó a cambiar tras la firma de los Acuerdos de Paz, que aun con todas sus imperfecciones nos trajeron una civilidad hasta entonces desconocida en una sociedad dominada desde los albores republicanos por el autoritarismo de líderes, en general, ignorantes.

Hoy, empujados por delirios estalinistas, los unos y alucinaciones puritanas los otros, areneros y efemelenistas, pretenden llevarnos al pozo de la oscuridad. No creo siquiera que este sea un esfuerzo pensado, calculado, de unos políticos u otros.

Prohibir la música de Marduk, un libro sobre las pandillas o el intento de censurar Netflix son solo eso, delirios de políticos, funcionarios e hipócritas defensores de la fe que siguen sin entender algo bien simple: en democracia decide el soberano, el individuo que, al igual que por quién votar, tiene toda la libertad de escoger qué ve, qué escucha y qué lee.


PD. La estupidez y el oscurantismo no saben de fronteras. Ayer mismo, el 1 de octubre, el Estado mexicano de Veracruz aprobó una peligrosa ley que pretende regular las imágenes satíricas conocidas como memes.

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