Barras y una estrella en la calle 16

El martes 21 de julio de 2015 la calle 16 de Washington, DC, una coqueta avenida salpicada de palacetes e iglesias centenarias que arranca en el costado norte de la Casa Blanca y termina en los suburbios, amaneció como suele en una mañana calurosa de verano: llena de colores diversos de piel, de vestidos, de flores; transitada por diplomáticos que luchan por mantener la compostura dentro de un traje de dos piezas cuando los 40 grados ambiente llaman a andar en calzoneta y sin camisa o por mujeres jóvenes que trotan mientras empujan un cochecito para bebés -propios o ajenos-; tomada por las rutas de buses que cruzan la ciudad de sur a norte y viceversa o por las camionetonas negras con placas diplomáticas que sirven a las dos docenas de embajadas que pueblan la avenida… Una mañana normal, igual a otras muchas, excepto acaso por una cosa: por primera vez en 54 veranos, frente a un palacete café claro ubicado  en la calle 16, entre las avenidas Euclid y Fuller, una bandera de barras azules y una estrella blanca clavada sobre un triángulo rojo amaneció izada, ondeando apenas por la falta de viento, en una calle de la capital estadounidense. Es la bandera de Cuba, de la Cuba socialista de Fidel y Raúl Castro, ya instalada frente a la recién abierta embajada

El acto oficial había ocurrido 24 horas antes, en la mañana del 20 de julio de 2015. El canciller Bruno Rodríguez presidió las formalidades que culminaron cuando tres miembros de la guardia de honor del ejército cubano izaron la bandera por primera vez en Washington desde que Cuba y Estados Unidos emprendieron el camino a la normalización de relaciones diplomáticas en diciembre pasado.

La fiesta, una vez la bandera quedó bien sujeta en el extremo más alto del asta, se prolongó hasta bien entrada la tarde. Dentro del palacete café claro, una mansión decimonónica que hasta el lunes 20 había servido de sede a la sección de intereses de La Habana y a partir de entonces es ya embajada, cuerpo diplomático e invitados especiales siguieron con una recepción. Afuera, cubanos residentes en Washington, en Florida y en otros estados de la Unión, se tomaban fotos, gritaban un par de consignas -a favor y en contra de los Castro- y hablaban con los medios locales sobre lo maravilloso que era para ellos ver su bandera ahí instalada.

El martes por la mañana poco rastro quedaba de aquella algarabía de los cubanos y latinoamericanos que poblaron la calle 16, entre Euclid y Fuller, para celebrar uno de los gestos diplomáticos más importantes en la normalización que Barack Obama y Raúl Castro abrieron el 17 de diciembre de 2014 al anunciar que accedían, ambos, a entablar una hoja de ruta encaminada al restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas rotas en 1961 tras el triunfo de la revolución cubana.

Placa develada el lunes 20 de julio en el edificio de la embajada cubana en Washington, DC.

Placa develada el lunes 20 de julio en el edificio de la embajada cubana en Washington, DC.

Casi todos, empezando por el canciller Rodríguez y su homólogo estadounidense, el Secretario de Estado John Kerry, se apresuraban, tras el asunto de la bandera recién izada, a aclarar que aún falta mucho para que la algarabía de la calle 16 pueda trasladarse a las eventuales celebraciones de temas menos simbólicos y mucho más espinosos, como la devolución de la base de Guantánamo a Cuba, la apertura del sistema político cubano o, la joya de esta corona, el fin del embargo unilateral decretado por Washington.

“Sabemos que es algo que es de mucho interés para los cubanos, pero por nuestra parte no es algo que estemos incluyendo en este proceso por ahora”, dijo Kerry en la conferencia conjunta que ofreció con Rodríguez en el Departamento de Estado después de colocar, también ahí, una bandera cubana.

Rodríguez, por su lado, se apresuró a contestar que las banderas izadas y los diálogos bilaterales de acercamiento abiertos en temas como combate al narcotráfico, migración, derechos de propiedad o intercambio de conocimientos no servirán para abrir otras puertas, y que Washington no podrá imponer ritmos a la isla. “Nos mantenemos en permanente consulta con nuestro pueblo para cambiar lo que tenga que ser cambiado, por voluntad soberana y exclusiva de los cubanos”, dijo el canciller de Raúl Castro según El Diario de Cuba.

La cualidad irreversible del asunto, no obstante, empieza a respirarse, además de en las palmaditas públicas en la espalda que suelen darse obamistas y castristas, en la normalidad de esos gestos simbólicos que hasta hace cinco años parecían impensables, como la presencia de la bandera en la calle 16.

Hace cinco años, en 2010, las negociaciones directas entre la administración Obama y Cuba no habían iniciado, aunque el Departamento de Estado que dirigía Hillary Clinton ya triangulaba iniciativas diplomáticas, a través sobre todo de la subsecretaría de Estado para Centroamérica y el Caribe a cargo de Julissa Reynoso, para buscar salidas a disputas muy puntuales como la liberación del contratistas estadounidense Alan Gross, preso en La Habana, o las de los cinco espías cubanos detenidos en cárceles federales de la Unión.

Un hombre y su hijo caminan frente al consulado de Cuba en Washington, frente al que varios cubanos esperan iniciar trámites de viaje y visado. Fotos de Héctor Silva Ávalos

Un hombre y su hijo caminan frente al consulado de Cuba en Washington, frente al que varios cubanos esperan iniciar trámites de viaje y visado. Fotos de Héctor Silva Ávalos

Hace cinco años el poderoso comité de relaciones exteriores del Senado en Washington, dirigido en aquellos días por Bob Menéndez, demócrata cubano-americano de Nueva Jersey, aún hacía olas cada vez que alguien mencionaba la posibilidad de acercamientos.

Ya no.

La mañana del 21 de julio de 2015, además de la bandera que precede la puerta del palacete en el 2630 de la calle 16, otra insignia cubana se lucía en un edificio de la acera de enfrente, mucho menos coqueto, en el que funciona el consulado.

Frente a esa otra bandera hacían fila, el día después de los actos oficiales, unas tres docenas de cubanos que buscaban permisos de viaje para sus hijos nacidos en Estados Unidos, o para ellos si habían salido de la isla antes de 1970. Un empleado consular que no quiso identificarse dijo que no es un flujo normal, pero tampoco es una cantidad exagerada.

Desde el lunes 20, solicitantes, diplomáticos, funcionarios consulares y los transeúntes que bajan desde los suburbios o desde los barrios del norte del Distrito de Columbia al centro de la ciudad, caminarán el tramo de la 16 entre Euclid y Fuller bajo la sombra de la bandera de Cuba.

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