La apología del sistema político salvadoreño

Al parecer, en el país se ha legitimado la manía de las redes clientelares, en lugar de promover un régimen de crecimiento, desarrollo y resiliencia en el rubro político, económico y social.

Cada período electoral, los contendientes —sin importar su partido político— buscan conseguir el voto a toda costa y ponen en éxtasis al populismo y estrategias de marketing político; cada cual a su manera, por supuesto. Es decir, que la figura política parezca buena, bonita y bondadosa. Con ello realzan la creencia de ser dignos de vivir a expensas del Estado. Esto es específico para quienes solo cobran un sueldo público, gastos de representación y aparentes bonos, aquello que en el fondo ha sido ‘sobresueldos’ a cambio de favores políticos.

Ciertamente, los próximos comicios electorales son trascendentales para la historia del país, pues se tiene a la vista la configuración de un nuevo espectro político que puede modificar el andamiaje nacional, así como la proyección internacional. Es vital analizar los problemas coyunturales e históricos de los salvadoreños, problemas incididos por la carencia de congruencia social y moral departe de los gobernantes y patrocinadores políticos.

El financiamiento de campañas electorales es cuestionable a nivel mundial, pero en el caso especifico de América Latina se hace relevancia a los compromisos que asumen los contendientes con los patrocinadores políticos. Presuntamente, presentan acuerdos que generan favores públicos y redes clientelares con tinta de legalidad, pero no muestran congruencia moral. Esto perjudica el interés público y el rumbo próspero de los Estados, situación que en El Salvador no ha sido la excepción.

La futura correlación de fuerzas políticas en la “honorable” Asamblea Legislativa propiciara el engranaje de gobernabilidad para el próximo jefe de Estado, en 2019; y lo más cercano en la elección de funcionarios de segundo grado, que derivará en la elección del fiscal general de la república.

Resulta urgente formular e implementar propuestas sólidas en el tema de seguridad, empleo y servicios públicos, dado que el panorama internacional está en la incertidumbre y el país no cuenta con una opción viable, por ejemplo, para los compatriotas amparados en el programa de TPS y demás retornados al país.

Es por esto que la política nacional no solo debe ser discursos con pinceladas de democracia y esperanza. Es absurdo cuando no se hace lo que se dice. Y mucho menos ante la carencia de propuestas integrales para resolver los problemas de los salvadoreños. Esto último es uno de los pilares característicos de los políticos partidarios y funcionarios cuando asumen roles en la gestión de la cosa pública.

Por otra parte, en el marco de las elecciones de Consejos Municipales y Legislativas, el abstencionismo podría ser una opción ante la eventual crisis del sistema de partidos políticos, dado que propiciaría una poca participación y una posible deslegitimación popular de las elecciones. Además, si los actuales partidos políticos no representan los intereses de las mayorías, el voto nulo representaría una forma de manifestación para expresar que dichos institutos deben transformarse o dar paso a nuevas alternativas de país. Sin embargo, pienso que manifestaría algo muy mínimo respecto al apoyo de algunos pseudo militantes tradicionales del bipartidismo, que apoyan sin evaluar propuestas políticas.

Al parecer, por el momento, ningún partido político tiene una propuesta clave para la crisis social por la que atraviesa el país. Sumado a esto, los candidatos son tendencia en redes sociales pero no por sus plataformas políticas. Se asume que la única confrontación estéril entre el bipartidismo es el reparto del botín público, pero ambos no presentan una parte sustantiva de transformación en El Salvador.

De tal manera, los cambios que la gente necesita ni siquiera han sido abordados a profundidad por el juego del bipartidismo. Sin embargo, existe la apatía partidista momentánea y, en respuesta a ello, la organización a largo plazo de personas que quieren trabajar por este país, desde distintas posiciones, tales como el sector privado, trabajadores asalariados, profesionales, estudiantes, jóvenes, entre otros.

Por tanto, el mercantilismo electoral y poselectoral cabildeado por el bipartidismo y los partidos bisagras, parece estar llegando al límite. Simplemente, el poder político en El Salvador se ha direccionado en función de sus dirigentes y no de lo que constitucionalmente se conoce como pueblo. Así pues, los dueños de la corrupción suponen que la sociedad salvadoreña siempre estará apática.

Es por dicha razón, que la apología del sistema político, a través del período electoral suele ser un elogio público hacia quienes no representan los intereses de las grandes mayorías. Es posible que esto cambie pronto, aunque no hay que esperar soluciones mesiánicas, sino exigir una figura política congruente y transparente con la realidad de la sociedad salvadoreña.

Espero que los futuros delegados del pueblo —especialmente, los candidatos que pueden incursionar por primera vez en los Consejos Municipales y en la Asamblea Legislativa— hagan un trabajo de respeto y con verdaderos proyectos a favor de los salvadoreños y no en función de una argolla mezquina de personeros. A la vez, brindo el apoyo a todas las personas que están forjando esfuerzos por planteamientos decentes y coherentes con la realidad del país.

En suma, futuros delegados públicos comprometidos con el país: ¡no tengan miedo de ser disidentes ante los personeros fósiles partidistas! Ustedes tendrán la misión de crear las condiciones necesarias  a favor de servicios básicos de calidad, empleo y seguridad. Deberán  formular leyes que combatan todo tipo de inestabilidad ilícita y marcos integrales para propiciar la productividad, innovación y, puntualmente, una ley general de aguas en El Salvador.


*Osmín Pérez es egresado de la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de El Salvador. Las opiniones vertidas en el espacio de opinión “Los Rookies” son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representan la posición editorial de Revista Factum.

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