Alzar de nuevo la bandera de Voltaire

En diciembre de 1763, Voltaire terminó de escribir el “Tratado sobre la tolerancia”, una obra en la que el filósofo francés había comenzado a trabajar más de un año antes, luego de conocer e investigar el caso del arresto y posterior ejecución de Jean Calas.


Este, un comerciante protestante de Toulouse, había sido apresado en la noche del 13 de octubre de 1761, a instancia de sus vecinos católicos que lo acusaban de haber estrangulado a su propio hijo, Marc-Antoine.

A decir de los acusadores, Calas había cometido el crimen para evitar que su hijo siguiera los pasos de uno de sus hermanos que había abjurado de la religión familiar y había abrazado el catolicismo.

Francia  vivía por entonces de nuevo una tensa relación entre sus comunidades religiosas, alimentada desde 1685 por la revocación del edicto de Nantes.

Dicho documento, firmado 87 años antes por Enrique IV, había puesto fin a las guerras de religión que habían asolado al reino en el siglo XVI y había permitido la libertad de conciencia y de culto para los protestantes en determinadas áreas del territorio.

Su revocación, por parte de Luis XIV, y la reinstauración, a partir del segundo decenio del siglo XVIII, de las antiguas ordenanzas contra los protestantes, que castigaban con penas de muerte  o cárcel a perpetuidad a aquellos que fueran atrapados in fraganti celebrando sus ritos, había lanzado al exilio a miles de calvinistas y había reavivado los abusos, haciendo que muchos de los que habían decidido quedarse,  optaran, en el mejor de los casos, por seguir profesando la religión reformada a escondidas.

En ese contexto no es extraño que, aunque no se encontraran pruebas en su contra, el acusado,  luego de haber sido torturado, fuera condenado a la pena capital por ocho de los 13 jueces del parlamento de Toulouse.  Un destino que, según las autoridades, debía ser compartido por su esposa y otro de sus hijos presentes en la noche de la muerte del joven Calas.

El 10 de marzo de 1762, el comerciante sería torturado en la rueda, luego estrangulado y, una vez muerto, su cadáver sería quemado en la hoguera.

Dado que a pesar de la rudeza de su tormento, Calas se había negado una y otra vez a confesar la autoría de la muerte de su hijo, los jueces intuyendo acaso por primera vez su inocencia, habían dejado finalmente sin efecto la sentencia de muerte sobre el resto de familiares.

Tomando como punto de partida ese caso, Voltaire convertiría su “Tratado” en uno de los textos más lúcidos en contra del dogmatismo en general y del fanatismo religioso, apelando por el contrario a la razón, la educación y a la filosofía como medios para neutralizarlos.

A través de una obra, copiosa en referencias históricas, bibliográficas y bíblicas,  el filósofo francés desmontaría la idea de que la intolerancia fuera un derecho.

“El gran principio, el principio universal de uno y otro (el derecho natural y el derecho humano) es, en toda la tierra: ‘No hagas lo que no querrías que te hiciesen’. No se entiende cómo siguiendo ese principio, un hombre podría decir a otro: ‘Cree lo que yo creo y no lo que tú puedes creer, o perecerás’ (…) El derecho a la intolerancia es, por tanto, absurdo y bárbaro; es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres desgarran para comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos”, exclama.

El alegato de su obra y el de toda la campaña previa a su publicación, en la que Voltaire había tratado de movilizar a la opinión pública a su favor, serían tan potentes que, en 1765, lograría que el reino rehabilitara la memoria de Jean Calas y que la familia recibiera indemnizaciones e intereses, así como la devolución de todos sus bienes requisados.

Sin embargo, el autor no lograría ver concretado su objetivo último de alcanzar la tolerancia religiosa en Francia. Tendrían que pasar nueve años después de su muerte para que Luis XVI decretara, en 1787, un edicto de tolerancia para los súbditos no pertenecientes al catolicismo, y dos años más para que la Revolución Francesa, por medio de la Declaración de los derechos del Hombre, desterrara para siempre de las leyes la exclusión por motivos religiosos y estableciera la libertad de conciencia y de expresión.

Esa voluntad deliberada de no solo comprender el mundo sino de transformarlo y enmendarlo, depurándolo de todas sus injusticias —muy anterior al llamado similar de Marx— haría de Voltaire, a juicio del filósofo Fernando Savater, el primer intelectual moderno.

De acuerdo con este último autor, en el afán de que el poder de su filosofía se trasladara de los libros a las calles, el francés reuniría conscientemente por primera vez una serie de cualidades que nadie había logrado juntar antes; a saber: una visión de la historia en la que es posible intervenir para combatir los males y el oscurantismo; una fe en la razón; una disciplina en la que busca constantemente enrolar a sus hermanos filósofos; un instrumento de combate sintetizado en su estilo claro, divertido y breve; y un público con el cual dialogar.

Apelando a la necesidad de adoptar de nuevo ese talante, intelectual y combativo, ante una era en que los fanatismos teocráticos o ideológicos, el terrorismo religioso y las amenazas a las libertades parecen ganar terreno de nueva cuenta en el mundo, Savater publicaría el año pasado, luego de los atentados contra la revista Charlie Hebdo, su libro “Voltaire contra los fanáticos”

Su obra, una mezcla de artículos escritos hace algunos años y de otros más recientes en ocasión de los atentados, así como de una selección de opiniones y citas del filósofo francés,  constituye una forma justa aunque somera de recuperar y acercar al gran público una parte del vasto pensamiento volteriano.

Es, como dice el autor, “a la vez un homenaje y un arma de combate contra el fanatismo terrorista actual”.

Y una manera, claro, de recordar la gran premisa del filósofo del siglo de las Luces:

“Es preciso que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia”.

En un tiempo en que los dogmatismos continúan no solo apareciendo sino, como afirma Savater, reclamando su derecho a existir, la obra de Voltaire nos da una idea de cómo combatirlos. Por eso las banderas de su pensamiento continúan estando hoy, más de 200 años después, tan vigentes.

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