Adiós, Taiwán

La decisión de cortar las amarras con Taiwán y entablar relaciones con China, anunciada hace una semana por el Gobierno de El Salvador, ha causado revuelo global, y arrancado furores entre los sectores más recalcitrantes del país. Desde que se hizo el anuncio por cadena nacional, saltaron varias preguntas obvias:

  • ¿Por qué le tomó tanto tiempo a un gobierno de izquierda decidirse por el cambio?
  • ¿Por qué procedieron hasta ahora –cuando las administraciones de izquierda marchan hacia su ocaso– y no hace nueve años, cuando el FMLN se estrenaba en la presidencia con tan buenos augurios y esperanzas?
  • O mejor aún, ¿por qué no se decidieron por esto en el momento óptimo en que el profesor Sánchez Cerén aterrizaba en CAPRES?

Da la impresión que la decisión de darle portazo a Taiwán y abrirse a China es motivada por una necesidad apremiante de fondos, un Plan B forzado por un imprevisto ahorcamiento de las finanzas. Según Taiwán, el Gobierno de Sánchez Cerén había solicitado una cantidad aparentemente intolerable de fondos para financiar un puerto actualmente moribundo y, sin embargo, imprescindible para un ambicioso proyecto de asocio público-privado del partido en el poder. El canciller taiwanés, Joseph Wu, llegó hasta el punto de declarar –dándose por ofendido– que el Gobierno del Frente pretendía que Taipei le financiara la campaña para la elección presidencial de 2019. Convendría saber la verdad sobre este aserto.

Taiwán supo comprar el apoyo de los gobiernos salvadoreños merced a generosas donaciones en los tiempos en que gobernaba la derecha. No había contabilidad ni se hacían preguntas. Tan solo en un breve y conocido capítulo de la historia reciente, el de la presidencia de Francisco Flores, Taiwán donó varios millones de dólares, supuestamente etiquetados como ayuda para los damnificados del terremoto de 2001, pero que a la postre fueron utilizados para fines no humanitarios. Los desembolsos taiwaneses continuaron generosamente en forma de ayuda al desarrollo durante la administración de Mauricio Funes y de su sucesor, el profesor Sánchez Cerén. Pero por lo visto, si nos atenemos a lo que dice Taiwán, estas transfusiones resultaron insuficientes para el Gobierno.

En realidad, el sustento de la que en antaño fue una estrecha relación con Taipei, cuyo nombre oficial es República de China, se remonta a la Guerra Fría. Ese país fue una de las piezas de la cruzada anticomunista, y apegada a ese rol, entró en una larga hermandad con las dictaduras latinoamericanas y los proyectos de contraninsurgencia de los Estados Unidos. 

Pero el comunismo desapareció del mundo y la isla se ha quedado prácticamente aislada. En la actualidad, solo 17 países mantienen relaciones diplomáticas con el Gobierno de Tsai Ing-wen. En su mayoría, se trata de algunas islas del Caribe y del Pacífico Sur. En contraste, China es reconocida por casi todas las naciones del planeta, incluyendo la totalidad de Europa y los Estados Unidos, así como la mayoría de Estados latinoamericanos. En Centroamérica y el Caribe, donde antaño proliferaban los aliados de la república taiwanesa, Costa Rica, –y más recientemente– Panamá y República Dominicana le han dado la espalda a su antiguo aliado. 

Esto es el resultado de decisiones soberanas que tienen que ver con intereses y prioridades económicas, y si no les conviniera a esos países mezclarse con China, no lo harían. Igualmente tiene derecho El Salvador a tomar sus propias determinaciones y a escoger con qué economías le conviene tener trato. Porque, al final, de eso se trata.

Y sin embargo, la embajadora de Estados Unidos, Jean Manes, lleva días achacándonos los supuestos peligros que estaríamos acarreando al hemisferio por hacer negocios con China, lo cual parece una nueva versión de la teoría del dominó que Henry Kissinger aplicó en la región para los fines geopolíticos de Ronald Reagan. Después del controvertido anuncio, Marcos Rubio, senador de la Florida, se atrevió incluso a decir que si bien Panamá y la Dominicana son libres de relacionarse con China, Estados Unidos no le va a perdonar a El Salvador que haga lo mismo. Suena como un bully.

Hablando de bullies, no hemos estado recibiendo buen trato de los Estados Unidos últimamente; principalmente, del ocupante de la Casa Blanca. Los salvadoreños hemos sido estigmatizados e insultados de muchas maneras por esa administración, una crueldad imperdonable si se toma en cuenta que no hay un pueblo que haya abrazado con tanta devoción el mito del sueño americano, como el salvadoreño. Peor aún, Washington nos castiga con la cancelación del TPS, una decisión que le arruinará la vida a casi 200 mil familias trabajadoras en Estados Unidos y que le traerá males incomensurables a la economía, aunque al respecto la clase política local no se da por enterada. 

Por otro lado, ¿a qué tanto escándalo? Todos compramos productos chinos. Venden más barato y fabrican de todo, desde buques y trenes hasta ajo y artesanías mexicanas. Desde hace años, los salvadoreños comercian y consumen manufacturas Made in China. 

Que el Frente mantuviera la relación con Taiwán por tantos años resultaba un anacronismo incomprensible, una reliquia de la Guerra Fría que le heredaron administraciones pasadas. Abrir negocios con China, en cambio, podría ofrecer ventajas para El Salvador que Taiwán no puede replicar. Incluso el presidente de la ANEP, Luis Cardenal, parece sugerir que si China nos donara un estadio como el que le hicieron a Costa Rica, esa relación estaría justificada.

Es cierto que la decisión anunciada la semana pasada por el Gobierno de El Salvador tiene un simbolismo: es como el tiro de remate a Taiwán. Esto último es, hasta cierto punto, una exageración, pues cabe que, a la larga, las dos Chinas bajen las espadas y terminen por entenderse. En todo caso, El Salvador no tiene por qué inmiscuirse en la larga disputa entre Taiwán y China, que al final es una rencilla doméstica. No es un asunto nuestro. De igual manera, el país no tiene porqué ‘pagar el pato’ de las disputas comerciales entre China y Estados Unidos. Ni está bien que éste último se desquite con el más débil del planeta porque está perdiendo el control de su patio trasero.


 *Róger Lindo es escritor y periodista.

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